Mi neme neme némesis

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En cuanto llegó a casa, Mariano se tendió en el sofá. Había sido un día duro. Maldita la hora en la que lo habían elegido secretario general de su partido. Pero también tenía sus cosas buenas: hacía cuatro años había sido elegido por la mayoría del pueblo español (incluidos los hipsters) como su excelentísimo y adorado presidente. Aquel mismo día había grabado un programa con el hombre más querido de toda España (a excepción de él) y parte del extranjero, Bertín Osborne. Las cosas que uno hacía por la campaña.

Pero claro, aquel año la competencia era muy dura. Facciones de su querido pueblo se habían alzado contra sus sensatas y razonables reformas y habían formado nuevos partidos. Ahora el Partido Popular no sólo competía con su archienemigo el PuajSOE, también con Parlemos, Ciudadanos, un partido al que le tenía cierto respeto porque había sido prácticamente organizado por los suyos, y otros partidos irrelevantes para él. Ah, ¡qué difícil era todo!

Mariano se levantó del sofá y se dirigió a una estantería. Hoy se sentía con ganas de rememorar. Buscó un momento entre los libros que guardaba el mueble hasta que lo encontró.
- Aquí estás - dijo cogiendo un gran libro azul en el que se podía leer "Recuerdos"mientras se le escapaba una sonrisa tonta.
Volvió al sofá y lo abrió, sintiéndose nostálgico al ver la primera foto, que inmortabilizaba a la persona que había sido todo para él durante mucho tiempo. El Moriarty de su Sherlock, el Voldemort de su Harry Potter, el Quevedo de su Góngora, el Sasuke de su Naruto, el Perry de su Doofenshmirthz: José Luis Rodriguez Zapatero, su némesis.
Mariano había sido la oposición, pero eso no había impedido que le cogiese cariño. Qué tiempos aquellos, cuando sólo eran ellos dos y podía echarle en cara lo que ahora le reprendían a él, la crisis. Estaba tan harto de su numerosa oposición... Ojalá pudiera volver al comienzo de su legislatura. O más atrás aún, en aquellos tiempos cuando todavía eran rivales. Pues Zapatero había sido un grano en los bajos para él, pero era el grano al que le encantaba odiar. Se había acostumbrado a su cara.


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