Llamada 4

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Me encontraba acurrucada en un sillón. El virus de la gripe ataco a este débil cuerpo, haciendo que hasta respirar doliera, y la fiebre igualmente era insoportable.

Los ojos me ardían y mis parpados pesaban provocando que solo quisiera cerrarlos y esto sucedería si no hubiera soñado la dulce melodía del teléfono, provocando que balbucee una especie de insulto que ni yo entendí.

Con agotamiento acerque el teléfono a mi oreja.

—¿Hola? —pregunte, con una voz sumamente ronca.

—Diablos, a alguien le está empezando a cambiar la voz—se burló. —La pubertad ha llegado pequeña.

Me golpe la frente con la palma de mi mano al escuchar la voz del único idiota que hacia estas llamadas.

—Alguien esta celoso porque mi voz es más masculina que la suya—espeté, y el dolor fue más intenso.

—Alguien necesita atención médica—susurró seductoramente—Yo puedo ser tu enfermero si quieres.

—Y alguien necesita una patada en la entrepierna—seguí con el juego a mi manera.

—Y alguien aprender modales.

Irritación encendida.

—Y alguien aprender a no hablar con desconocidos—grite, haciendo que empiece una fuerte tos.

No respondió.

— Oye enserio te encuentras muy mal—habló con preocupación.

Suspire agobiada. —Te pediría de favor que dejaras de llamar.

Cerré el teléfono dejándolo con la palabra en la boca y, esperando a que comprendiera que sus llamadas me resultaban cansinas.

1 hora después

El timbre de la puerta de mi apartamento hizo que me despertara de golpe, cayendo al suelo envuelta en mantas.

Me levante con mis pocas fuerzas para abrir la puerta, no me importaría que la persona del otro lado se espante con mi yo enferma.

— ¿Apartamento 34? Pregunto una chica rubia, que traía una caja de pizza en sus manos y, encima de esta, un paquetito con adornos medicinales.

Señale el número de la puerta como símbolo de obviedad.

Ella revoleo los ojos, extendiéndome las cosas. Yo me limite a mirarla con confusión.

—No he pedido nada — farfulle.

—Pues alguien sí—sonrió falsamente—te lo han mandado—alzó una ceja, recorriendo con la mirada mi cómoda vestimenta-lo que me parece extraño.

—Esto es vida—señale mis anchos pantalones y mi gran buzo que llegaba a hasta los muslos—Con tu vestimenta podría deducir que eres todo, menos una repartidora. —dije, arrebatando la caja de sus manos y cerrando la puerta en sus narices.

Estaba enferma, pero no por eso era estúpida y mucho menos la burla de una repartidora con falda blanca y top rojo con estampado de peperonis.

Ignorando lo sucedido lleve con cuidado la caja a una mesa y la abrí con cautela, revisando si tenía algo o era una típica broma pero solo encontré una humeante y jugosa pizza.

A punto de tomar un trozo, me detuve, enfocando la vista en el paquetito con adornos medicinales. Tanteé dentro de él, sacado vitamina c,pastillas para el dolor de cabeza, para el dolor de garganta y un empaque de gomitas de osito con una nota adherida.

La leí minuciosamente:

<No dejare de hacerlo, recupérate.>

Y este hecho me hacía estremecer de ternura como de confusión.

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muchísimas gracias!

besos





Ring! Número no equivocado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora