Prólogo.

29 0 0
                                    


- No volverá.

Aquella noche siempre vivirá en mi mente.

Recuerdo los sudores fríos que enloquecían mi nuca, que me congelaban, pero su candente aliento en mi rostro volvía mi temperatura a su compostura. Nunca sabré si las primeras horas de esa noche dormía, estaba todo completamente a oscuras, la luz de la luna no alumbraba más que los cercos de las ventanas. Su respiración era calmada y controlada. Sentía sus manos agarrotadas a mí, pero no me importaba, supongo que para eso estaba aquí, para que se protegiera en mí.

Tan distinto a lo que yo era. Su tranquilidad lo personificaba, en cambio yo, por mucho que estuviera intentando organizar mis emociones, que mi corazón bombeara a una velocidad normal y que mi respiración no saliera de su cauce, no sabía refugiar mis nervios. Tenía que controlar tantas cosas para que él no sospechara de mis pensamientos.

Mis manos apretaban con delicadeza sus oídos. Para evitar que se filtraran en sus sueños los estruendos que nos perseguían cada día dieciséis. No sé si podría compararlo con algún ruido. Sería estúpido pensar en un relámpago o en un rayo, porque eso lo realiza la naturaleza para un fin. Este ruido no sabíamos ni que era, ni que significaba, ni de que valdría. Solo sabíamos que era experto en no dejar dormir a la mayoría de la población. Siempre que sonaba existía alguien preocupado, alguien que tajantemente podría perder mucho. Ese sonido eran las pesadillas de los despiertos.

- Sí, lo hará. –La voz de mi madre hizo que una parte de mí latiera con fuerza.

Apreté los labios, guardándome una ardiente respuesta. Todo porque mi voz no resonara sobre la cama y le despertara. Ella debía saber, mejor que yo, que cuanto más tiempo durmiera y estuviera en su ignorancia mayor sería su felicidad. Pero no, solo piensa en ella, en que las voces que resuenan en su cabeza no la dejaran vivir si papá no vuelve a atravesar la puerta de camino a casa pronto. Cerré los ojos con decisión, sin pensar en nada que no fuera mantener mis manos pegadas a sus oídos. No obstante, poco tiempo dura el pensamiento abstracto, ese ruido no te deja mitigar tus emociones ni un solo segundo.

No recuerdo como nací, ni que sucedió conmigo. Pero ahora ya he vivido lo suficiente, y sé que sucede con todos los que nacemos aquí. Somos marionetas. Sí, te pesan, te miden, y aunque solo tienes segundos de vida, creen ya saber que pueden prácticamente decidir tu destino. Después te devuelven a los brazos de tu madre con una original marca, a la cual quizá pertenezcas o quizá no. Esperan un poco más, tal vez unos años, y te marcan para siempre con tu nombre y tu gremio. A veces me parece vivir en un hormiguero, no hay diferencia, allí deciden quién debe ser combatiente nada más nacer, quién debe recolectar, quién trabajar y quién sin ningún mérito es la hormiga reina de los demás. Para nuestra desgracia aquí pasa efectivamente lo mismo. Con un claro defecto, que si tienes dinero puedes elegir la vida que tendrán tus hijos.

Mi padre fue elegido para ser ganado, esto quiere decir que aunque tiene habilidades tales como velocidad y agilidad, lo usan para saber que hay al otro lado. O de otra manera, de donde proviene ese ruido que alarga nuestro sufrimiento todos los día dieciséis de cada mes. Su función es salir de nuestra ciudad, observar, correr y volver con vida. Si no lo he mencionado, la mayoría no suele volver.

Alec aún es pequeño, no le han destinado a ningún gremio, aunque yo espero que tenga la misma suerte de mi madre y que sea parte de los trabajadores.

En cuanto a mí, solo diré, que la marca de mi piel con mi nombre, resalta lo suficiente para saberlo. "Thoebe Attaway – Cazadora."

No recuerdo el final de esa noche. Supongo que la paz de mi hermano me haría sucumbir al sueño plácidamente. Solo sé que por una vez mi madre llevaba razón porque cuando amaneció mi padre regreso, o al menos una parte de él.



Bajo cazadores. (Under Hunters)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora