Ilustración:
Fotomontaje, imagen de Sean McGrath (bajo licencia Creative Commons, Commercial-Derivative-Attribution)
http://www.flickr.com/photos/52798669@N00/3248483447/
Alejandro Gamen, 2010
UNO
El ganado corría desesperado por la llanura. Algo había espantado a una tras otra de las grandes reses, y ya no había manera de detenerlas. Arlan cabalgaba tratando de adelantarlas, pero no sabía qué haría si lo lograba. Seto y Nara iban tras él. Seto era más pesado, y su montura resollaba, era probable que cayera fulminada de un momento a otro. Nara era más liviana, y podría adelantarse. Arlan le hizo señas de que rodeara al ganado por el otro flanco. Arlan se inclinó sobre su caballo y le pidió un último esfuerzo. Milímetro a milímetro, lograron adelantarse varias varas. Entonces se dejó caer sobre el estribo, aferrándose con las piernas a la silla. Sacó de una alforja un gran vial de aguamala, su reserva para una noche de frío al descampado, y comenzó a derramarla sobre el pastizal. Cruzó por delante de la estampida, en una larga parábola, hasta que no cayeron más gotas. Entonces se dio vuelta y le hizo una señal a Seto.
Seto comprendió y sacó de sus propias alforjas sus piedras de fuego. Las arrojó sobre la estela mojada de Arlan, y el fuego comenzó a correr de un lado a otro, sorprendiendo al ganado. Las bestias que se encontraban en el flanco derecho se asustaron y comenzaron a empujar a las otras hacia el flanco izquierdo, cambiando el rumbo de toda la manada para evitar las llamas. Pero en el tumulto, un grupo logró salir desde el medio de la estampida y continuó casi sin cambios su camino hacia el abismo que se extendía cien varas más allá. Arlan no podía llegar a tiempo para detenerlas, pero Nara sí. Se adelantó desde el flanco izquierdo y se detuvo frente a los tercos animales. Era una flecha de músculo y sangre que corría hacia ella, sin obstáculos. Nara sacó su cuerno de la alforja, un magnífico cuerno de un animal sin nombre que ya no existía. Sopló con todas sus fuerzas, y el ruido que produjeron sus pequeños pulmones fue amplificado cien veces, produciendo un bramido ensordecedor. Varios de los animales desaceleraron, confundidos por el ruido. Pero los dos que estaban a la cabeza siguieron adelante, apuntando directamente a Nara. Fustigó a su montura, pero no había caso. La bestia estaba paralizada, atrapada entre el temor a las bestias y la confusión del ruido ensordecedor que emitía su jinete. Nara intentó soltarse, pero se había atado a la silla durante la carrera para no caer, y ahora las correas iban a ser su perdición.
Como una saeta, Arlan se adelantó a las dos bestias enajenadas, tomó una trayectoria que lo hizo pasar a un palmo de la montura de Nara, y con la mano libre la agarró del pecho, dejándola sin aire. La zarandeó enfrente suyo y la colocó sobre la silla por el lado izquierdo, a su espalda. Cambió de mano las riendas, le quitó el cuerno y sopló por el otro extremo del cuerno, alejándose del abismo y de la montura de Nara. Las bestias oyeron un nuevo sonido, el quejido del cuerno, semejante a un animal en celo. Cambiaron su rumbo estrepitosamente, pero una de las bestias resbaló y embistió al caballo de Nara, precipitándose ambos con un desgarrador chillido hacia el abismo. La otra bestia siguió al caballo de Arlan, y al pasar ambos al lado de la manada, que había terminado su vuelta en U provocada por las llamas, vieron cómo las bestias se enfilaban nuevamente atrás del semental que casi los llevara a su fin.
Así arrió Arlan la única estampida registrada en la historia de la Colonia.
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La Colonia
Ciencia FicciónEn la tradición de autores como Ursula LeGuin e Isaac Asimov, esta es la historia de un joven descubriendo algo desconocido para su pueblo: el miedo, y todo el poder contenido en él. La historia de Arlan es una de dolor, triunfo y arrepentimiento...