De Este Punto Sin Retorno

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Una tarde del mes de mayo, Abigail y Francisco decidieron escaparse de la ciudad en busca de paz y tranquilidad. Optaron por un destino diferente: el antiguo y misterioso pueblo de Arcantia.

Abigail era una mujer de altura imponente, con una figura delgada y piel canela. Su rostro destacaba por su dentadura casi perfecta, unos labios carnosos y una boca pequeña. Lucía el cabello largo y liso, de un tono rubio cenizo gracias a un tinte que se había aplicado hacía un mes. Sus ojos grandes resaltaban en su rostro, complementados por una pequeña nariz respingada.

Estaba casada con Francisco desde hacía dos años. Su matrimonio era sólido y feliz, mientras ella trabajaba como secretaria en un prestigioso bufete de abogados. Al no tener hijos, tenían la libertad de planificar salidas tardes o viajes espontáneos. Aunque llevaban una vida monótona, se sentían plenos y satisfechos.
Francisco, por su parte, vestía un pantalón azul y una camisa de manga larga en tono anaranjado. Los botones blancos contrastaban con su atuendo, al igual que sus desgastados tenis negros.

Mientras tanto, Francisco trabajaba en una agencia de viajes en el aeropuerto local. Era alto, de tez clara, con ojos medianos, nariz respingada, cejas pobladas, pelo liso, labios delgados y boca pequeña.

El trayecto transcurrió sin complicaciones y al llegar al lugar, Susana abrió la puerta del carro.

-- Yo recordaba algo diferente de este lugar --dijo, cruzando los brazos.

-- ¿Algo dices? ¡Solo mira esto! Prácticamente está en ruinas. Si quieres, caminemos un rato y luego buscamos dónde comer --respondió Francisco mientras observaba a su alrededor.

Comenzaron a recorrer el pequeño pueblito y se dieron cuenta de que todo estaba descuidado. Las casas estaban sin pintar, sucias y llenas de polvo, y reinaba un silencio agobiante.

En ese momento, se encontraron con una mujer joven de aspecto humilde pero con una belleza intrigante. Vestía ropas sencillas y emanaba una aura misteriosa. Les sonrió amablemente y les dijo:

---¡Hola! ¿Qué tal? ¡Qué bueno que nos visitan! Si desean quedarse, puedo recomendarles un hotel cercano y explicarles cómo llegar.----

Ambos agradecieron al mismo tiempo y comenzaron a caminar hacia el lugar recomendado. A lo lejos, divisaron el hotel y Francisco apretó suavemente la mano de su esposa, buscando un poco de consuelo y seguridad. Al entrar, se encontraron con un panorama desolado y abandonado.

--Ves, no hay nadie aquí. Será mejor que nos vayamos --dijo  Abigail, tocando el timbre repetidamente con impaciencia.

--Por favor, sé un poco más paciente. Esperemos un poco más --murmuró él, exasperado.

--De acuerdo, vamos entonces. --respondió ella, con fastidio en su tono de voz.

De repente, salió un hombre delgado y algo calvo, con lentes y vistiendo ropa anticuada de los años 80. Llevaba un suéter cuadriculado verde y rojo, combinado con pantalones caqui.

--¿En qué puedo ayudarles, jóvenes? --dijo el hombre con seriedad, mirándolos de reojo.

--Lo siento, creímos que no había nadie. ¿Siempre es así en este pueblo? --preguntó Francisco, intrigado por la desolación del lugar.

--Casi nadie nos visita, por eso suele estar tranquilo y desolado por aquí. No tenemos mucho turismo --contestó el señor, bajando sus gafas para poder verlos mejor.

--Se nota --murmuró Abigail, con cierto tono sarcástico--. Parece que solo nosotros hemos venido.

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Un Grito DesgarradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora