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Daba la una en la torre Vaugiard cuando Enjolras llegó al fumador o Richefeu. Empujó la puerta, entró, cruzó los brazos, dejando caer la puerta que le dio en la espalda, y miró en la sala llena de hombres y de humo.
De en medio de aquella bruma salía una voz vivamente cortada por otra voz. Era Grantaire disputando con un adversario.
Grantaire estaba sentado enfrente de otro; al lado de una mesa de mármol de Santa Ana, sembrada de granos de maíz y llena de fichas de dominó, y golpeaba el mármol con el puño. Enjolras oyó lo siguiente:
–Seis doble.
–Cuatro.
–¡Diablo! No tengo.
–Estás muerto. Dos.
–Seis.
–Tres.
–Un as.
–Me toca poner.
–Cuatro.
–Difícilmente.
–Ahora tú.
–He cometido una falta enorme.
–Vas bien.
–Quince.
–Siete más.
–Con esas veintidós–pensando–, ¡veintidós!
–No esperabas el seis doble. Si le hubiese puesto al principio habría cambiado todo el juego.
–Dos otra vez.
–As.
–¡As! Pues bien, cinco.
–No tengo.
–¿Has puesto tú, creo?
–Sí.
–Blanca.
–¡Tienes suerte! ¡Tienes una suerte!–interrupción–. Un dos.
–Un as.
–Ni un cinco ni un as. Esto es bueno para ti.
–Dominó.
–¡Nombre de un perro!
***
Enjolras se plantó junto a Grantaire, tosiendo un poco por culpa del humo, y en parte para llamar su atención. El moreno alzó la mirada y se quedó blanco al verle ahí plantado.
–¿Por qué has venido?
–Quería asegurarme. Veo el mal que hice cediendo parte de mi confianza un borracho vago que no sirve de nada en nuestra revolución. Desisto contigo.
Grantaire tragó saliva y se levantó al ver a Enjolras darse la vuelta para salir. Pensaba que le volvería a gritar, pero esas palabras le habían dolido mucho más que cualquier voz que le diese. Salió tras él en cuanto lo perdió de vista tras el humo. Y después de salir del local, se lo encontró parado apoyado en una pared, con los dedos de la mano derecha en la sien mientras cubría parte de su rostro.
–Enjolras. N-no puedo excusarme.
–No, Grantaire, no puedes.
–... ¿Te sientes mal? ¿Un dolor en la cabeza?
–¡No! ¡Tú eres el dolor!–bajó los puños enfadado.–¡Estamos cambiando el futuro del país y no haces más que entorpecer!
–Enjolras.
–Grantaire, no. Vuelve ahí dentro a beber de tu vino, a jugar con esos hombres mientras los demás luchamos por-.
Unos jóvenes interrumpieron a Enjolras. Por la pintura de sus ropajes estaba claro que salían de la clase de arte.
–¡Grantaire! ¡Dichosos los ojos! ¿Estás junto al hombre del que nos hablaste?
–¿Es él a quien tenemos que acudir para luchar por el pueblo?
Enjolras miró atónito la situación. ¿Grantaire había hecho lo que este le había pedido? Y lo más increíble de la situación. ¿Lo había conseguido?
–Lo es.
–Encantado, nos veremos pronto, Monsieur Enjolras.
Los jóvenes siguieron su camino. Grantaire volvió la mirada hacia Enjolras que seguía sin hablar.
–Sé que nunca has sido muy hablador, pero este es el momento de que digas algo.
Enjolras dejó las mano sobre el hombro de Grantaire y le miró fijamente a los ojos.
–... Siento haber dudado de ti. ¿Cómo agradecértelo?
Grantaire negó. Observó los labios del rubio durante unos instantes y luego dio un paso atrás.
–Te robaría un beso, pero esperaré a un momento más adecuado.
–¡Por la Patria, Grantaire! ¡Menuda desfachatez!–Sonrojó y salió a paso ligero, prácticamente corriendo.

I Believe in You.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora