Capítulo XXI

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E

l pasado lunes fue, por mucho, el mejor día de mi vida. La primera vez que dije una palabra o cuando pude montar la bicicleta no se comparan con hace seis días. Es muy complicado expresar la felicidad que me generó verlo de nuevo y que esté tan cerca de mí. Dicen que el destino es cruel, y ciertamente lo es, pero cuando menos te lo esperas te devuelve eso que te quitó. Austin es la prueba viviente de ello.

El despertador suena, como todas las mañanas. Si bien no me gusta tener que levantarme temprano, el saber que Austin va a estar sentado a mi lado me da ganas de ir a la escuela.

Me coloco el uniforme y, como ya es costumbre, le pido a Andrew que me ate la corbata. Voy al baño y me higienizo. Unos diez minutos después ya estoy desayunando las deliciosas tostadas de tía Alice y su jugo recién exprimido.

Tía Alice nos advierte que ya son las siete menos diez, así que tomamos nuestras cosas y salimos para la escuela. Desde el miércoles pasado vamos caminando a la escuela, así tía Alice no tiene que estarse preocupando de buscarnos y llevarnos.

A unas cuadras de llegar siento un viento frío que choca contra mí frente y manos descubiertas, haciendo que suelte un temblor muy suave. Sonrío para mí.

―¿A qué se debe tanta alegría? Es lunes Thomas

―Pero es un bello lunes, ¿a que sí?

―Ciertamente no lo es. Tú estás muy raro, ¿pasa algo?

Eso me recuerda que nunca le he contado de Austin ni de que lo conocí en la fiesta. Él solo sabe que es mi compañero de banco y que nos estamos haciendo amigos. Aunque creo que tiene sus sospechas.

Entramos en el instituto. Andrew va al patio, pero yo decido ir directo al aula. Solo faltan diez minutos para que el timbre suene y el camino al patio es muy largo. Además, si puedo ahorrarme las miradas y comentarios de las personas, mejor.

Llego a la puerta del salón y la abro. Dentro solo están dos chicas, una rubia y otra morocha. No son muy lindas, pero tampoco son las dos gorgonas.

―Hola Thomas ―dicen al unísono

Las llamaría por su nombre, pero la verdad es que no lo recuerdo.

―Hola ―digo y sonrío

Me siento en mi lugar. Saco mi cuaderno y me pongo a garabatear en él. Miro los apuntes de economía y suelto un gran suspiro. Doy vuelta la hoja y empiezo a dibujar lo que parece ser una persona, que sostiene una manzana. Casi no me doy cuenta de lo que hago, solo dejo que mi mano se mueva por el papel. Parece que es un chico pequeño, de unos cuatro o cinco años, detrás de él hay un enorme conejo de peluche. Parece estar sentado en una cama. Su sonrisa me transmite una alegría muy familiar.

―¿Qué es eso Thomas? ―dice una voz familiar a mi espalda

Me volteo. Es Austin.

―Solo un dibujo

Veo como me mira por un momento y extiende su mano hacia mí, en señal de que quiere ver mi dibujo más de cerca. Se lo doy sin decir nada.

Lo mira por un momento y pasa su mano por encima del gran conejo.

―Annie

Su voz suena muy melancólica. Yo solo lo miro, muy extrañado.

―Ella es Annie, el único recuerdo que te tengo de mi madre biológica

Saca su celular, teclea unas veces en él y lo voltea. Me muestra una foto que es idéntica a mi dibujo, solo que está en colores.

No puedo entender cómo pude dibujar esto. No es que se me de muy bien en realidad, pero lo que más me llama la atención es que es exactamente la misma foto.

Legados: El libro de la verdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora