Capítulo 1

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Espero que esta historia os guste :) agradecería que la votaseis y que comentéis, me hace feliz ver que la gente lo hace :) un saludo y un beso muy grande a todos mis lectores!

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Es ciertamente impresionante el poder que los sentimientos tienen sobre las personas.

Cuando alguien es feliz, sus ojos brillan, su sonrisa es radiante y emite un aura que hace que a su lado te sientas cómodo, seguro. Por el contrario, cuando una persona está triste, se le ve pálida, sin ganas de nada, no sonrie y si sus ojos brillan es para llorar.

Muchas veces las personas no son conscientes de lo que sienten, como el joven enamorado que no se da cuenta de que ama a una mujer hasta que casi la pierde, o no nos damos cuenta de lo que sienten los que nos rodean, como la anciana que sonríe dulcemente mientras mira por la ventana la lluvia recordándo cómo conoció a su difunto marido, llena de tristeza por dentro.

Si fuesemos capaces de ver lo que realmente la gente siente, tal vez nuestra vida sería más sencilla. Sabríamos cuándo una broma ha dejado de ser divertida para hacer daño a alguien, o cuándo una amiga lo está pasando mal, así como sabríamos cuándo alguien que dice querernos nos está mintiendo.

Si en aquél momento Gabriel hubiera tenido la capacidad de ver las emociónes, nunca habría acompañado al hombre que juraba amarla al bosque. Tampoco habría acabado muerta.

                                                           ***

-¡Gabriel!- llamó una melodiosa voz femenina.

La joven alzó la vista de su novela romántica al tiempo que por la puerta del enorme salón entraba Enriqueta, la jefa de las criadas de su mansión y la mujer que la había criado desde niña como si fuera su madre.

De unos cuarenta años, era bajita y estaba algo gordita, de manera que el uniforme de criada le hacía parecer un cilindro. Tenía el pelo marrón y largo, el cual siempre recogía en un par de trenzas que acentuaban su descendencia mejicana y sus ojos almendrados del color de la arena.

-Anda niña, deja la novela y vete a la entrada que el señorito Erick acaba de llegar- le informó.

Se levantó del sofá de un salto tirando el libro al suelo el cual la mujer recogió soltando un suspiro.

Recorrió los largos pasillos de la mansión Du Bois sorteando a criados que limpiaban y recogían el lugar hasta llegar a la entrada.

Salió por la puerta y bajó los escalones de dos en dos dando pequeños saltos hasta que estuvo abajo.

Un imponente deportivo rojo se paró frente a ella produciendo un ligero ronroneo.

Con entusiasmo, se abalanzó a los brazos del joven que bajaba del coche dandole un suave beso en los labios a modo de saludo.

Erick Northway, el amor de su vida y futuro marido le devolvió el beso con una suave sonrisa dejando entrever sus blancos y cuidados dientes, muy diferentes a los suyos que aún llevaban puesto el aparato a sus recién cumplidos venticuatro años de edad.

Era alto y fuerte, con músculos trabajados que no dudaba en lucir llevando camisas ajustadas. De cabello castaño claro y ojos verdes, era un joven de apenas tres años mas que ella lleno de éxito tanto en los estudios como en lo profesional, ya que trabajaba en la empresa de su abuelo de la cual poseía un numero considerable de acciónes, un veinte por ciento para ser exactos, un numero no tan alto como el de la joven, que al ser la futura heredera de la empresa, poseía la friolera del cincuenta y cinco por ciento de las acciónes de la misma, lo que la situaba en una posición de poder absoluto sobre ella, aunque el control real lo tuviese su abuelo.

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