Capítulo 1

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Dicen que con la adrenalina ves todo como si fuera una película en cámara lenta, supones que al estar en una situación peligrosa "la cámara lenta" te ayuda a pensar con un poco más de tiempo, pero en mi situación no fue así. No estaba en una carrera de automóviles a punto de chocar, de hecho sólo estaba teniendo una estúpida pelea. ¿Por qué?, bueno, sí, me lo merecía, había estado hablando con la novia de este chico ya desde hace tiempo, y las intenciones no eran precisamente... Amistosas.
Más que una pelea era como un boxeador entrenando con el saco, y... Yo era el saco.
-En serio, perdóname, te juro que no volveré a molestarlos-Realmente me gustaba esa chica, pero los puños de su novio eran lo suficientemente pesados como para incluso dejar de mirarla.
Yo me cubría la cara con los antebrazos de sus constantes golpes, sí, estaba en el suelo, sentía la cabeza hinchada y no diferenciaba si la humedad eran mis lágrimas o mi sangre. Definitivamente no era como en las películas con cámara lenta, este imbécil pegaba muy rápido y yo nunca había estado en una pelea.
Me sentía indefenso, quería escapar de aquel lugar, quería que me tragara la tierra o que alguien fuera y me defendiera de ese gran cabrón, sentía odio e impotencia, porque sabía que no tenía posibilidades de defenderme, y las lágrimas no me ayudaban en nada.
-¿No te vas a defender, niña?-Burlón, grande, torpe y fuerte; ese era Eduardo, definitivamente la adrenalina, si no la controlas, te hacer actuar de forma estúpida, y ahí estaba yo, tirado en el suelo, me vino la idea a la cabeza de empujarlo y tirarlo al piso, y así fue, creo que no se lo esperaba, porque fue demasiado fácil, al levantarme la cabeza me dolió aún más, pero eso no me importó, lo que quería era romperle la cara a ese imbécil, así que me acerqué y le solté un puñetazo, pero con uno de sus brazos hizo el mío a un lado, y el otro dirigió su puño hasta mi cara, lo que me dejó de nuevo en el piso.
Veía partes negras con puntos blancos mientras él seguía golpeándome la cara, ahí fue cuando me di cuenta de que tenía que correr o hacer algo para que ese gorila parara de deformar mi cara.
-Te juro que no le vuelvo a hablar-Mi voz apenas se entendía, estaba llorando y balbuceando, quizá eso fue lo que lo detuvo.
-A la próxima te corto un dedo, maricón.- Sí, había terminado, gracias a Dios.
-Okey, okey, okey.-Pensé que por fin se iría, pero cuando abrí los ojos sólo vi su puño dirigiéndose a mi cara, otra vez. Después, me quedé inconsciente.  
Fue el dolor de cabeza lo que me despertó, sentía el pulso en la nuca, y eso no se sentía nada placentero.
Al intentar moverme noté que no era solo la cabeza, mis antebrazos me dolían así como las costillas del lado izquierdo. Sentía la cara palpitar y las manos me ardían.
Intenté levantarme con los nudillos y a duras penas lo logré, noté que mis manos estaban llenas de tierra y pensé que sería como en la televisión, que me iría cojeando del lugar, Infortunadamente el maldito se concentró en la cara y el torso, podía caminar de maravilla... Claro, si caminar de maravilla es caminar a cero punto tres kilómetros por hora haciendo presión en las costillas con los antebrazos.
En el camino a casa fui pensando en la reacción de mi madre al verme así, iba tomando los mismos caminos que siempre cuando imagine a mi madre proporcionándome una linda, cálida y por supuesto prudente bofetada materna.
Pensé en una alternativa y mejor fui a casa de Helena, mi mejor amiga, de hecho, mi única amiga.

No me jodas, ¿Qué te pasó?-La muy lista me puso las manos en la cara como si tuviera dedos de seda, pero no, es una mujer brusca con manos delicadas, delicadas pero bruscas.
-¡Ay!- Acto reflejo quité sus manos de mi rostro, pero al parecer mis funciones motoras no funcionaban al cien por cien y me golpeé la mandíbula con la uña del pulgar, lo cual tampoco fue exactamente agradable.
-Lo siento, traeré el botiquín, espera.- No había terminado de hablar cuando se dio la vuelta y corrió hacia la habitación de sus padres y me senté uno de los sillones a esperar a que volviera.
-Ya está.- Helena se había pasado los últimos veintitrés minutos limpiando y curando las heridas de mi rostro en absoluto silencio, excepto por mis quejas, claro.
-Gracias, te debo una.- Le dije mientras acariciaba su cabello
-¿Una?- Se soltó riendo.
-Bueno, un par, te debo muchas.
-¿Quién te hizo esto?- Preguntó mientras yo agachaba la cabeza.
-El imbécil de Eduardo.
-¿Por qué?
-No lo sé, creo que alguien inventó que dije algo de su hermana o algo así.- Helena era algo más que mi mejor amiga, me gustaba un poco... Bueno, me gustaba bastante, pero ella había rechazado mi proposición de formalizar un poco las cosas y ser algo más que mejores amigos.
Aún así seguíamos haciendo cosas más allá de la amistad, era por eso que no le podía decir que había estado hablando con Rebeca, si se enteraba podía negarme cualquier contacto físico... Y yo no quería eso.
-¿Y por qué no le dijiste que no fuiste tú?-Insistió.
-¿Crees que no se lo dije?
-No te creyó, ¿Verdad?
-Obviamente no.- Solté su cabello y volví a agachar la cabeza. Con uno de sus dedos levantó mi rostro desde la mandíbula y me vio a los ojos directamente por un buen rato.
-No quiero que te pase nada.- Pasó ambas manos por mis mejillas y me besó, haciendo que mis manos se fueran directo a su cabello y después de poco buscaran el punto que tanto le gustaba que le tocara detrás de las orejas.
Cuando nos separamos me tomó la mano, como siempre cuando tenía miedo o algo le emocionaba, pero esta vez, en lugar de centrar su mirada en algo extraño, sus ojos estaban centrados en mí y sus mejillas estaban encendidas. Con el dedo índice de mi mano derecha le acaricie el rostro, empezando por el labio, cruzando por uno de sus marcados y hermosos pómulos, y terminando detrás de su oreja de nuevo, en donde posé ya todos mis dedos, acariciándole la nuca, acercando con mi brazo, su cara a la mía, terminando toda esa batalla de caricias en un relajante pero agresivo beso, comenzando todo lo que queríamos terminar desde hace ya mucho tiempo.
Sus labios no tenían un sabor en particular, su sabor era algo demasiado propio de ella, era un sabor que ni el más delicioso fruto de cualquier lugar podría tener, un sabor que nadie sabría apreciar como yo, nadie sabe lo que significan sus leves movimientos, lo que quieren decir, nadie sabe que cuando me muerde el labio inferior quiere que le arranque la ropa, quiere que hagamos de nuestra piel una sola, con dos almas habitándola, y, cuando me muerde el superior significa que está asustada y el beso es una manera de escaparse de la realidad.
La sentía, podíamos caminar a la perfección con nuestros labios fundiéndose y nuestros ojos cerrados imaginándose el camino a la cama. Íbamos a un ritmo lento con las piernas, pero desesperado con los labios y las manos. Con mi mano izquierda comencé a quitarle su blusa lisa de color naranja que tanto me gustaba, y con la derecha terminé el trabajo, movimientos automáticos que habían hecho lo mismo miles de veces, pero que siempre mantenían los mismos deseos.
Separé un momento mis labios de los suyos.
-Todo va a estar bien.- Le dije,  y con sus dos manos tomó mi rostro y me volvió a besar mientras me conducía a la cama.
Por un momento olvidé el dolor.

Casi perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora