12.- Y cuando todo comenzaba a mejorar...

978 76 21
                                    


Katie

Molesta.

Esa es la palabra para definir cómo me sentía en ese momento.

A pesar de toda la palabrería que el hijo de Hermes me había dicho y que yo, ilusamente, creí, el martes por la mañana terminaron por ser lo que eran, simples palabras, carentes de un significado que yo les otorgué.

Mi cabello castaño estaba manchado, o más bien pintado, de un color naranja tan molesto a la vista que ningún campista podía estar cerca de mí sin apartar la mirada. Me veía a kilómetros de distancia y tuve que lidiar con las risas, algunas discretas y otras no tanto, de todo aquel que se cruzó en mi camino desde que salí de mi cabaña en busca del responsable de aquel acto.

En fin, todo esto había sido producto de una broma y solo había un responsable capaz de hacer algo así: Travis Stoll.

Pero, para contar el porqué de esta broma, primero tengo que empezar por relatar lo que sucedió antes de que las cosas entre Travis y yo comenzaran a ponerse un poco extrañas. Después de aquel beso en la enfermería y yo saliendo de allí con las mejillas tan rojas que era algo imposible de ocultar, para comenzar con mi racha de mala suerte me encontré con Miranda y aunque traté de ocultarme detrás de un arbusto, lamentablemente ella me vio antes de que pudiera hacerlo.

—¡Katie! —saludó sonriendo mientras se acercaba—. Sabía que te encontraría en la enfermería. Si, eso le dije a Percy. Debo agradecerte, me hiciste ganar un chocolate.

—¿Qué? —fruncí el ceño con desconcierto. ¿Acaso había apostado?—. ¿Apostaste un chocolate a que estaba en la enfermería? Estoy muy decepcionada de ti, Miranda —negué con la cabeza, a lo cual ella simplemente se encogió de hombros indiferente a mi intento por hacerla sentir mal—. Además no estaba en la enfermería.

—Si, claro —rodó los ojos—. A mí no me engañas, Katie, estabas con Travis.

—Por supuesto que no —insistí—, que arregláramos nuestras diferencias no quiere decir que voy a estar con él las veinticuatro horas del día.

—Por alguna razón no te creo —colocó su mano bajo su barbilla como si estuviera pensando—. ¡Oh, ya sé! ¡Te sonrojaste! Y solo te sonrojas cuando hablo de Travis.

—Bien, estaba con él —rodé los ojos cuando Miranda comenzó a dar brinquitos en su lugar—, pero no veo qué tiene de importante, no lo había visto en varios días y...

—Lo extrañabas —terminó la frase por mí.

—No lo extrañaba, pero me preocupé al saber que se había caído de un árbol. ¡No me mires así! Somos algo así como un muy extraño tipo de amigos y me preocupo por él, nada más.

—Ustedes son adorables —Miranda sonrió.

—Esto es un caso perdido —y dicho esto comencé a caminar.

—No entiendo por qué te empeñas tanto en ocultar lo que sientes por Travis —ella me siguió—. No tiene nada de malo y si me lo preguntas son tal para cual.

—Oh, claro. A los dos nos fascinan las bromas y robar, sobretodo robar.

—Me refería a que se empeñan en esconder lo que sienten. ¡Todo el mundo sabe que se gustan! Mira si no me crees...

—¿Qué estás...?

Pero Miranda ya había salido corriendo y en menos de un minuto regresaba con Malcolm, el hijo de Atenea que se veía extrañamente mortificado al ser jalado por la castaña.

—Por todos los Dioses... —en ese momento lo único que quería era salir corriendo.

—¡Te dije que lo haría! —lo soltó cuando estuvieron frente a mí.

Historias del Campamento Mestizo (Tratie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora