Seis años después...

65 1 0
                                    

10/06/2016

Logan Foster era un tipo sin suerte, aunque su madre le decía que, algún día, llegaría a lo más alto.

La crueldad de los niños durante los primeros años de colegio truncó su feliz infancia. La nariz ladeada, que le provocaba una voz gangosa, y la barbilla pronunciada le granjearon apodos humillantes que a duras penas soportaba. Su timidez natural le impidió sobreponerse a los insultos, por lo que se encerró en sí mismo, desarrollando una introversión que le acompañó hasta la incipiente adolescencia.

Uno de sus tíos era propietario de un gimnasio. Había ganado algunos títulos sin importancia, pero jamás llegó a cumplir el sueño de ser boxeador profesional. Este fracaso le agrió el carácter, por lo que no dudaba en despreciar a Logan y en ahondar su humillación cuando el niño llegaba a casa llorando por los insultos de los compañeros. A pesar de ello, el chiquillo admiraba su dureza: su tío no se dejaba amilanar por nada ni por nadie. Pronto, Logan le rogó que le enseñara a boxear y, a partir de entonces, inició un entrenamiento arduo con el que adquirió gran destreza en el deporte, habilidad que no dudó en poner en práctica contra cualquiera que osase insultarle.

Le proporcionó una confianza férrea en sí mismo, pero su brutalidad le llevó a ser detenido por la policía en alguna ocasión. El muchacho alcanzó una altura considerable, y su fuerza y velocidad le valieron para ser conocido en el mundillo del boxeo amateur. El Malcarado, le llamaban. Se hizo con el premio de más de un campeonato.

Entonces conoció a su mentor y a su esposa…

«Catherin», pensó, y el pensamiento le dio fuerzas para redoblar la intensidad del entrenamiento.

Logan corría calle arriba. Sus venas palpitaban, conteniendo el torrente de sangre que bañaba sus poderosos músculos. El sudor le pegaba la camiseta al tórax, y dibujaba su anatomía fabulosa bajo ella. La muchedumbre se iba diluyendo a medida que el sol se ponía. Esquivó a una pareja detenida ante un escaparate, y corrió varios metros por la calzada. Un hombre sentado en un escalón degustaba una hamburguesa; varios turistas fotografiaban una antigua iglesia. Al primer signo, se lanzó al interior de un comercio. El golpe seco fue lo que le puso en alerta.

Entraron en la atmósfera sin hacer ruido. Ni un solo silbido cortó el aire. El estrépito de los fragmentos de asfalto al saltar por los aires advirtió del inusual acontecimiento. Una miríada de haces de luz que se precipitó desde el cielo y acribilló las calles de la ciudad.

Primero, las estrellas se multiplicaron en el firmamento, horadando la noche de diminutos agujeros de luz. Un espectáculo fascinante que llamó la atención de los pocos transeúntes que disfrutaban de la velada nocturna. Segundos más tarde, una intensa granizada convirtió la noche en día, y obligó a todos a refugiarse en los soportales cercanos. Quienes no reaccionaron a tiempo sufrieron en sus cuerpos las puñaladas de las resplandecientes centellas. Cuando la extraña tormenta luminosa cesó, varios cadáveres reposaban sobre un pavimento agujereado. Una mujer gritó aterrada. Los móviles reclamaron asistencia sanitaria y policial. Las ventanas se abrieron y los curiosos observaron muy sorprendidos la espeluznante escena.

Por último, el suelo tembló. Una cornisa en mal estado, un balcón apuntalado y una anciana asomada a la calle desde una azotea cayeron al suelo debido a la violenta reverberación. Los orificios se ensancharon, agrietando el cemento. Tras echar un rápido vistazo al cielo para asegurarse de que la lluvia mortal había cesado, Logan reunió el suficiente valor para salir del comercio donde se había puesto a salvo, y acercarse a uno de los boquetes. Se convirtió en el centro de atención de todas las miradas. El silencio era sepulcral.

Aquel día llegó a lo más alto. Casi no le dio tiempo de sorprenderse con el objeto ovoide que, hundido en el suelo, comenzaba a resquebrajarse. En un abrir y cerrar de ojos, un ensordecedor siseo hizo que los involuntarios asistentes se llevaran las manos a los oídos. Muchos cerraron los ojos por puro instinto, pero, quienes los mantuvieron abiertos, presenciaron atónitos cómo Logan salía impulsado hacia los cielos por algo que surgió repentinamente del agujero. Todo fue tan rápido que ni siquiera pudieron oír el grito desesperado que lanzó el pobre infeliz, y que se perdió en la noche oscura.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 27, 2013 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Corazón de Piedra: HecatombeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora