(escuchad la canción cuando sea el momento ya sabréis cuándo es el momento)
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Phil estaba sentado en la cama de Dan, viendo cómo el niño de cinco años trazaba líneas de diferentes colores en un papel, tumbado bocabajo en el suelo, y luego lo alzaba para enseñárselo.
— He hecho un mapa de la casa. —dijo, y aunque Phil sólo veía cuadrados de distintos colores, asintió— Santa podría entrar por aquí. —señaló un cuadrado rojo— O por aquí. —uno azul— Tenemos que estar preparados.
Las familias de Dan y Phil siempre se reunían el día de Nochebuena para cenar juntos, y Phil solía quedarse a dormir allí, para levantarse a la mañana siguiente y abrir los regalos con Dan. Eran amigos desde muy pequeños, y aunque Phil le sacaba cuatro años a Dan, era el chico de ojos marrones el que llevaba siempre la iniciativa en todo.
En aquel momento, a Dan se le había metido en la cabeza ver a Santa Claus.
Phil había intentado convencerle para no hacerlo, porque tenía miedo de que si veían a Santa Claus éste se enfadaría y no les dejaría regalos; pero Dan le dijo que lo haría, con él o sin él, y la verdad es que Phil le seguiría hasta el infierno si hiciera falta sólo para verle feliz, así que aceptó.
Ya habían acabado de cenar, y Dan le estaba hablando de que estaba casi seguro de que Santa Claus entraría por la chimenea, pero que no podían descartar el balcón. Se sentó en la cama al lado de Phil y le explicó el mapa que había dibujado, y el otro chico fingió entenderle, asintiendo con la cabeza de vez en cuando.
Cuando los padres de Phil se fueron a su casa, los de Dan abrieron la puerta de su habitación y les desearon buenas noches. Phil dormía en un colchón colocado en el suelo, y notó como este se hundía cuando Dan saltó en él. El chico se agachó y sacudió a Phil, impaciente.
— ¡Vamos, vamos! —murmuró, y Phil se obligó a sí mismo a deshacerse de las mantas y levantarse.
Dan se llevó un dedo a los labios para que Phil se mantuviera en silencio, y abrió la puerta de la habitación, cruzando el pasillo y bajando de puntillas las escaleras que llevaban al comedor. Dan se sentó en el suelo, justo enfrente del árbol de Navidad, y Phil le imitó, aún sin atreverse a decir nada. Se instaló un silencio en la habitación, y Dan esperaba que en cualquier momento Santa Claus cayera por la chimenea, o aterrizara en el balcón con su trineo guiado por renos, pero nada de eso pasó. Iluminados únicamente por las luces de colores del árbol, los dos chicos permanecieron allí, con sus ojos antes empapados de ilusión llenándose lentamente de sueño.
— Tengo frío. —susurró Phil, arrepintiéndose de no haberse traído una manta, y notó como Dan se apretaba más contra él, cogiéndole de la mano y bostezando.
— Seguro que no tardará mucho. —respondió el chico, y apoyó la cabeza en el hombro de Phil, cerrando los ojos.
Phil sintió como la respiración de Dan se hacía más profunda, y cuando vio que se había quedado dormido quiso quedarse él despierto para avisarle si llegaba Santa, pero dejó caer la cabeza sobre la de Dan y no luchó cuando sus párpados se cerraron por el cansancio.
Cuando la madre de Dan entró unas horas más tarde a dejar los regalos bajo el árbol, no pudo evitar sonreír al ver a los dos chicos dormidos, y los cubrió con una manta para que no pasaran frío. Sabía que a la mañana siguiente Dan se enfadaría consigo mismo durante dos minutos por haberse dormido, y luego Phil empezaría a abrir los regalos, y todo estaría en orden otra vez.
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Cuando Dan cumplió los ocho años, algo en su interior le decía que Santa Claus no existía realmente; pero era demasiado orgulloso como para preguntar, así que decidió imitar al Dan de cinco años y esperarlo por la noche junto al árbol de Navidad.