La madriguera ascendente

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"Empieza por el principio y, cuando termines, te callas".

  Era una hermosa mañana de primavera, y la pequeña Ecila jugaba junto a su hermano otra de sus interminable partidas de ajedrez en el jardín de la enorme casa.

-¿Aún seguís con eso?-Pregunta la institutriz a los niños.

-Padre dice que sirve para aprender.-Contesta Evan.

-Pero sigue siendo un juego.-Regaña ella.-Y vosotros debéis aprender de la vida real, no de los juegos.

  Y dicho esto, los niños guardan el tablero y las piezas en una hermosa caja de madera y siguen a la mujer a dentro de la casa sin mediar palabra. En el recibidor, junto a una cesta tapada, los esperan sus padres.

-Gracias Meredith.-Se dirige el padre con un asentimiento hacia la mujer.

  Esta responde con una pequeña inclinación y se apresura a dejar solos a la familia.

-Padre, madre, ¿qué es esa cesta?-Pregunta Evan curioso.

-Prometimos a tu hermana que una semana antes de su décimo cumpleaños os llevaríamos a ambos fuera de la ciudad.-Responde la madre sonriendo con cariño a Evan y Ecila.-Y hemos decidido pasar un día en el campo.

-Y que mejor día que uno soleado.-Concuerda su marido.

  Emocionados, los dos hermanos ayudan a sus padres a transportar la pesada cesta hasta el carruaje, y después la familia pone rumbo al esperado día de campo.

  Lo primero que sorprende a Ecila es el verdor de la hierva, mucho más verde que la que puede encontrarse en la ciudad. Después distingue puntitos de color que, tras preguntar a su madre, comprende que son flores. Lo último que logra asombrarla es la cantidad de árboles juntos que adornan el paisaje, y que tienen la suficiente altura como para escalar por ellos.

  La familia se asienta cerca de unos amigos que también han decidido pasar el día allí. Colocan una enorme manta de cuadros rosas y blancos y, sobre ella, preparan los platos de comida. Y después comen.

  Por desgracia para la pequeña Ecila, los hijos de los amigos de sus padres son mayores que ella, de edad parecida a la de Evan, y no quieren que se meta en sus juegos.

-Madre, ¿puedo ir a jugar por los alrededores?-Pregunta tímida.

-Si, pero no te alejes mucho.-Responde.

  Ecila corre por la hierva, rodea algunos árboles y se tumba sobre las amapolas a contemplar el cielo. Pone forma a las nubes y escucha el trino de los pájaros. Sin previo aviso, siente que algo salta por encima de ella, y eso hace que se incorpore. Mira a los lados, y ve un conejo blanco con una mancha negra en un ojo que la mira fijamente.

-Hola.-Saluda la niña.

  El conejo mueve la nariz, ladea la cabeza y comienza a saltar de nuevo.

  Ecila, recordando una de sus historias favoritas, no duda en seguirlo. Sortea raíces y árboles, y al fin logra ver al conejo meterse por un agujero en la corteza de un enorme roble, casi pegando al suelo.

  Casi segura de que es su madriguera, y sin darse cuenta de lo mucho que se ha alejado de sus padres, gatea dentro del agujero sin importarle que su vestido se destroce. La entrada es estrecha y no muy grande, así que tiene que agachar la cabeza para pasar. Y si no lo hubiera hecho, habría visto el enorme hueco del final.

  Ecila cae a lo que parece un agujero sin fondo... Que de repente y sin nada de lógica parece que va hacia arriba.

"Esto no puede ser." Piensa Ecila. "Las cosas que caen, caen. Es imposible que suban".

  Pero se da cuenta de que no es el túnel lo que sube, sino ella. Y cada vez va más rápido.

  Mientras piensa esto, casi choca contra una mesa de madera astillada. Logra esquivarla, pero ello hace que comience a dar vueltas como si estuviera haciendo volteretas hasta quedar sentada en una silla a la que le falta una pata.

  La velocidad vuelve a aumentar. Asustada, mira hacia arriba por si tiene que esquivar algún otro objeto. Ve pasar camas, sojas, ataúdes y paragüeros. Juguetes y sombrillas. Pero al final del recorrido distingue una luz blanca que, además de ir aumentando con forme se acerca, también se da cuenta de que es el techo de la madriguera.

  Cubre su cabeza con los brazos, por si eso ayuda a aliviar el posible dolor, y cierra con fuerza los ojos. Cuando se supone que debe chocar, solo nota que cae sobre un duro suelo de baldosas de mármol verde y crema.

  Espera, ¿a caído?

  Abre los ojos y mira hacia arriba donde, en efecto, está el techo con el que ha estado a punto de chocar. Pero en vez de ello ahora está en el suelo de otra habitación que no reconoce. No parece haber más decoración que cuatro columnas metálicas, paredes verdes y una buena parte de la pared derecha cubierta con una enorme lámina madera...

  Cuando levanta la vista, Ecila descubre que las columnas son en realidad las patas metálicas de una gigantesca mesa de cristal, y que la madera pertenece a una puerta del tamaño de un gigante.

"¿Cómo saldré por ahí?" Se pregunta la niña incorporándose y dirigiéndose hacia la puerta tratando de encontrar alguna salida más pequeña. Pero en seguida se da cuenta de que no la hay. Un pequeño sonido a su izquierda llama su atención, y al mirar descubre una copia en pequeño de la mesa de cristal y, sobre esta, un pastelito donde lee: "Cómeme".

  La niña se acerca, toma el dulce y lo dirije a su boca. Pero antes de morderlo, recuerda que, en el cuento, Alicia tenía que buscar una llave tras haber crecido y beber un líquido para ser pequeña de nuevo.

  Así que deja el pastel donde estaba y busca una llave con la mirada. La descubre oculta tras una de las patas de la enorme mesa, y con esfuerzo la arrastra hasta dejarla en un lugar más accesible para poder usarla después.

  Regresa junto al pastel y, esta vez, se lo come. Nota una hormigueo por todo el cuerpo, y poco a poco ve cómo se aleja del suelo. Una vez acabado el proceso, se gira a la llave... Pero avergonzada, se da cuenta de que la ropa se ha roto y ahora está desnuda.

  Para su alivio, encuentra ropa perfectamente doblada sobre la mesa y que, aunque sea unas tallas grande, le sirve. Después, haciendo uso de la llave, abre la puerta y, protegiendo sus claros ojos de la luz del exterior, sale a fuera.


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⏰ Última actualización: Jun 21, 2016 ⏰

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