-¿Continuas sin poder dormir? -La voz de Enrico me inundó con un escalofrío.Segundos después, me sobrevino un latigazo en la parte baja de la espalda que reclamó algo más atrevido que una simple conversación. Disimulé mi reacción mirándole de reojo.
-Sabes que mientras tú estés en el edificio es imposible. -Debería haberme contenido al decir aquello, pero Enrico sabía tan bien como yo que eso era imposible.
-Diego... -susurró él acercándose a mí con lentitud timorata.
Me gustó demasiado la forma en la que el cinturón le marcaba la cadera. Y apreté los dientes.
-No estoy enamorado de ti, Enrico -mascullé mirando al frente-. Puedes estar tranquilo. -Porque solo era un incomprensible deseo sexual, nada más.
Atardecía. Hacía frío. Y las luces del barrio de Trevi brillaban más que nunca.
Poco a poco, Enrico apoyó los brazos en la barandilla de la terraza. Fumaba cuando miró de reojo el vaso de Bourbon medio vacío que tenía entre las manos. Seguramente a él le inquietó que estuviera bebiendo, pero a mí me inquietaba tenerlo tan cerca.
Si hubiera tomado una copa de más probablemente le habría obligado a besarme. No me importaría que no lo deseara, le habría acorralado contra la pared y habría saciado todos los deseos que su cuerpo me producía. Aunque después me odiara por ello. ¿Qué más daba...? Solo era sexo, no necesitaba su cariño.
-Sí lo estuvieras, no lo temería -repuso Enrico, empleando ese maldito tono de voz tan suave y ronco-. Simplemente sería un sentimiento que no podría corresponder.
Eso ya lo sabía. Pero ni siquiera yo era capaz de contener ninguno de mis pensamientos o deseos. Simplemente hervían en mí desquiciando todo a su paso. Me desafiaban, y Enrico era el único consciente de ello.
¿Cómo lo descubrió? Ni yo mismo recuerdo ese día. Quizás se remontaba al momento en que miré a mi novia, Michela Rossini, y ya no sentí nada para ella.
-Me molesta que seas tan gentil -resoplé robándole el cigarro de entre los dedos. Un simple roce me hizo pensar en sus manos sobre mi piel-. Me dispara todas las alertas. -Volví a apretar los dientes, esta vez hasta provocarme dolor.
No, no quería a ese hombre. Solo que mi cuerpo se empeñaba en él de una forma visceral.
-Sigues sin ser capaz de discernir entre lo que sientes y lo que crees que necesitas.
<<Vete a la mierda, Enrico...>> Pensé clavándole una mirada furibunda. Como siempre ese maldito tipo descifraba a las personas con solo mirarlas.
-¿Qué crees tú que necesito, Materazzi? -Probablemente pararme a pensar en si quería pasar el resto de mi vida con un hombre o con una mujer.
-No lo sé... -Maldita sea, ¿por qué tuvo que susurrar? -. Pero eres tú quien debe descubrirlo. De todas las maneras yo seguiré estando a tú lado.
Sonreí desganado mientras agachaba la cabeza. Justo en ese momento, me sobrevino una emoción mucho más grande que la excitación que sentía.
Cristianno y el rumor tácito sobre la posible vinculación de Enrico con su asesinato.
-¿Tuviste algo que ver con la muerte de mi hermano? -pregunté de pronto, sin saber muy bien por qué demonios empleaba un tono acusativo. Yo ya sabía que Enrico era incapaz de herir a Cristianno. Pero Valerio no dejaba de insinuarlo y eso me perturbaba demasiado.
Conforme se incorporó, sus hombros adquirieron esa entereza que siempre le acompañaba.
-¿Tu qué crees? -Torció el gesto. Y me acerqué a él más pendiente de su boca que de sus ojos azules.
El hielo tintineó en el vaso.
-Que eres capaz de cualquier cosa -gemí al tiempo en que él hacía una mueca con los labios.
-Supongo que eso responde a tus dudas, Diego. -Enrico soportó mi cercanía aun sabiendo lo que esta me provocaba.
-Di mejor que no te importa mentirme...
-No me importa mentirte. -Otro susurró. Esta mucho más bajo y gutural-. Así como tampoco convertir esta conversación en un enfrentamiento.
Entrecerré los ojos y apreté la mano que me quedaba libre en un puño.
-Amenazas, en mi propia casa... -señalé acercándome a su oído. Ahora sería yo quien susurrara-. Me iré porque no me gustaría tener que enfrentarme al hombre al que quiero echarle un polvo. Pero si resulta que Valerio lleva razón, sabes muy bien lo que vendrá a continuación. -Le mataría... de la peor de las formas.
-¿Quién amenaza ahora? -Enrico no se acobardaba fácilmente.
Me alejé de él con la sensación de llevar un peso desmedido sobre mis espaldas. Apenas puse un pie en el interior del comedor cuando volví a escucharle hablar.
-Cuidado, Diego. No te ahogues en una de tus copas.
Me ahogaría, porque era lo único capaz de nublarme la vista y silenciar mi maldita cabeza.
-¿Te importaría?
-Sabes que sí.
-Deja que yo decida, hermano. -Ironía, dura e incisiva.
Aquella tarde, si Cristianno hubiera estado vivo, quizás no habría salido del edificio ni liberado mis perversiones entre las piernas de nadie.
No habría bebido hasta aborrecerme a mí mismo.
Y entonces, mi padre me llamó y dijo: "Si todavía eres capaz de mantener el equilibrio, regresa. Han estado a punto de matar a uno de los tuyos."
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Diego Gabbana
RandomHistoria parte de la saga Bajo el Cielo Púrpura de Roma de Alessandra Neymar Historia escrita por Alessandra Neymar