Capitulo 4

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Nunca antes llevar a cabo mi trabajo me supuso tal carga. No mezclaba mis emociones cuando se trataba de actuar como el mafioso que era, pero Eric participó en el ataque a los Mirelli en el puerto y absolutamente todos mis sentidos estaban puestos en él y en el extraño embrujo de sus movimientos.

El procedimiento salió como estaba planeado. Tomamos el embarcadero, Enrico hizo su magistral parte del trabajo y nosotros capturamos a Wang antes de que el cargamento estallara. En apenas unos minutos, uno de nuestros enemigos se convirtió en pasto de las llamas. Pero durante el proceso, Eric me miró y después le atacaron. Le robé la vida a su agresor sabiendo que él observaba toda la saña que desprendió mi cuerpo al matarle.

Recuerdo que después le cogí con furia y le zarandeé pensando que si estaba entre mis brazos jamás debería sentir miedo de nada. Pero recapacité y Mauro lo vio todo.

"No le hagas daño, Diego..." Esas fueron sus palabras, a las cuales respondí con cierta rabia. Odié que él se hubiera dado cuenta de lo que sucedía antes que yo.

"No sé cómo gestionarlo" Le dije y enseguida me arrepentí de admitirlo.

Apenas habían pasado dos días y continuaba con la sensación de aquella mirada verdosa hirviéndome bajo la piel. Quería verle y llevar a cabo mis pruebas para determinar si estaba enfermo o simplemente era una emoción que lentamente se desarrollaba en mi interior. Pero tras decenas de horas recapacité y me di cuenta de que Eric no tenía culpa de lo corrompida que estaba mi mente. Me sentía un traidor. ¿Cómo podía pensar en el amor cuando mi familia se rompía?

Lo mejor era esquivarle, evitar su cercanía. Aquel chico despertaba en mí unos instintos mucho más grandes que el simple deseo de llevarle a la cama, y no quería que formaran parte de mí. No tenía nada que darle, no podría hacerle feliz.

Con todo, creyéndome con las ideas más o menos claras, no era suficiente. No podía acallar esa necesidad que me despertaba. Así que aquella noche decidí salir y evadirme como hasta ahora había hecho: alcohol y quizás sexo a quemarropa.

Me puse la chaqueta, ajusté el arma en la cinturilla de mis vaqueros y me dirigí a la puerta sin saber que tras la madera aparecería su rostro. Eric mostraba un aspecto bastante pueril dentro de aquel anorak, pero cometí el error de contemplar sus hombros y la caída desgarbada de su torso. Desprendía una sensualidad cándida que deseé depravar con todas mis fuerzas.

Apreté los puños y pestañeé con calma. No me gustó que su mirada confiara en mí en ese momento. No debía fiarse...

-¿Te marchabas? -preguntó obligándome a retroceder con pasos cortos. Terminó de entrar en el vestíbulo de mi casa y cerró la puerta tras de sí.

-Así es. -Dudé. Y también tuve un escalofrío.

Eric se guardó las manos en los enormes bolsillos de su anorak y se encogió de hombros.

<<Para, Eric. Lárgate de aquí. >> Pero era obstinado, no se iría.

-Si vas a beber, ¿por qué no lo haces conmigo? -Si no hubiera dejado que su voz descendiera conforme hablaba, probablemente no me habría sentido tan vulnerable.

Torcí el gesto y entrecerré los ojos. No era bueno observarle e imaginármelo desnudo bajo mis manos, a mi meced.

-¿Qué podrías darme tú? -Casi gruñí.

Pero toda esa maldita frustración que sentía se evaporó en cuanto reconocí su lenguaje corporal; un Todo se paseó entre la distancia que nos separaba. Eric no lo diría, pero su cuerpo le traicionó. Él me necesitaba a mí de la misma forma en que yo me negaba a necesitarle a él.

Lentamente, timorato y cabizbajo, se acercó a mí y colocó una mano en mi pecho.

-No te vayas -susurró y lo hizo mirándome con prevención.

En ese instante, cualquier cosa que me hubiera pedido, se la habría dado. Cualquiera.

Acaricié su mano. No pensé demasiado en mis actos y supe que luego me arrepentiría, pero Eric ya había capturado mis dedos y me arrastraba hacia la biblioteca. Me dejé llevar por él, completamente cautivado.

Al entrar, me soltó, cerró la puerta y se acercó al mini bar. Mientras él cogía unos vasos, yo tomé asiento en uno de los taburetes que había en la barra. Me permití observarle con detenimiento aprovechando que estaba de espaldas. Su modo de vestir me estimuló más si cabía. Eric permitía que sus pantalones colgaran de sus caderas de un modo hechizante. Y la forma de sus piernas lo agradecía. Tenía ese estilo desenfadado y urbano que te invitaba a fantasear con la piel que se escondía bajo la tela.

Necesitaba una copa con máxima urgencia, doble al ser posible. Pero Eric optó por servirme un refresco. Habría reído por el gesto si no hubiera estado tan excitado.

Alcé las cejas, incrédulo, antes de pasar mi atención del contenido de aquel vaso a la expresión divertida del Albori.

<<Maldito crío. Para colmo tiene una sonrisa preciosa...>>

-¿Por qué has venido? -Quise saber empleando un tono algo tosco.

Eric tragó saliva mientras mi cabeza cavilaba sobre su presencia. ¿Qué le llevaba a estar allí si Cristianno había muerto...?

-¿Por qué me esquivas? -murmuró y yo agradecí que nos separa la barra de madera.

Sonreí al tiempo en que acariciaba el filo del vaso.

-¿Resulta que ahora tengo que darte explicaciones de mi vida o de la decisiones que tomo?

Eric se mordió el labio, nervioso, y agachó la cabeza.

-No era esa mi intención. -Era el momento de escucharle mandarme a la mierda, pero me equivoqué al pensar que actuaría así. Me di cuenta de que en el fondo apenas le conocía. Que tantos años viéndole en el edificio y eventos no me habían bastado para saber qué clase de chico era.

<<Joder... >>

-Eric, vete -Me levanté de mi asiento-. En serio. -Esa vez fui amable. Y esa amabilidad impulsó a Eric a acercarse a mí.

Salió de detrás de la barra y olvidó respetar una distancia prudencial conmigo.

-No quiero -susurró. Miré su boca y la ligera humedad que acariciaba su labio inferior. Pensé en capturarlo entre mis dientes y saborearlo con la punta de mi lengua.

Apreté la mandíbula.

-Estoy muy corrompido... -Casi gemí. Mi intención fue ser cruel y sin embargo provoqué lo contrario.

Eric se acercó un poco más. Ya podía sentir su aliento acelerado impactando en mi mandíbula. Él esperaba... Me estaba dejando decidir qué hacer sin disimular los deseos que yo le proporcionaba.

Estuve a punto de caer...

-Si no te vas tú, me iré yo -mascullé aun concentrado en sus labios.

-No dejas alternativa... -dijo bajito-. ¿Realmente quieres que me vaya?

-Sí... -Cerró los ojos. Ninguno de los dos deseaba esa respuesta.

-Bien -asintió y prácticamente echó a correr.

Observé la puerta por la que había salido completamente abatido, me llevé las manos a la cabeza y tiré un poco del cabello. Sentía un extraño histerismo que estuve seguro no acallaría ni bebiéndome una destilería.

Me acerqué al mini bar, abrí una botella cualquiera y vertí su contenido en un vaso. Lo ingerí de un trago, ignorando lo cerca que estuve de atragantarme. Pero no fue suficiente.

Cogí ese vaso y la botella y me encerré en mi habitación. Me bebí un par de copas más antes de tumbarme en la cama y notar como me flameaba el cansancio. A esas horas debería haber estado en un bar, tal vez con alguna compañía y medio borracho. Sin embargo el maldito Eric Albori se había propuesto desquiciar mi vida mucho más de lo que ya estaba.

Estrujé la tela de mi jersey y la liberé con un profundo suspiró. Minutos después, incapaz de controlarme a mí mismo, deslicé mis dedos bajo el pantalón. Y cerré los ojos.

Imaginé que era él quien me tocaba.

Diego GabbanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora