Capitulo 7

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Parte 7

Última entrega

Ninguno de los dos mencionó palabra, ni siquiera Eric para preguntarme a dónde demonios nos dirigíamos. De todos modos, no habría sabido darle una respuesta porque estaba demasiado concentrado en no perder el poco sentido común que me quedaba.

Simplemente conduje marcado por esos instintos que ni yo mismo entendía.

Entonces me detuve, cerré los ojos y respiré. No me hacía falta mirar a mi alrededor, mentiría si dijera que no sabía qué puñetas hacía allí. Nos había arrastrado a la casa de retiro que mis abuelos tenían en los alrededores del foro itálico porque mi fuero interno insistía en compartir una intimidad ciega junto a Eric... Y tenía las llaves de aquel lugar guardadas en mi bolsillo.

Quise mirarle y rogarle que me pidiera que le llevara a casa, pero preferí bajarme del coche y me encaminé la casa. A regañadientes admití que no quería despedirme de él aquella noche.

Eric no me quitó ojo en todo el proceso. Inspeccionó el modo en que saqué las llaves y también el pequeño temblor que se me había instalado en los dedos; fue mucho más evidente cuando desbloqueé la cerradura.

Entré dejando la puerta abierta de par en par, esperando que Eric me siguiera. Resoplé, puse los brazos en jarras y miré al techo, un tanto desesperado. La embriaguez había desaparecido completamente, sentía cada uno de mis deseos con una nitidez extraordinaria.

Miré de reojo la puerta. Los minutos que Eric tardó en aparecer se me hicieron eternos, pero cuando lo vi allí plantado, en medio de aquel salón, supe que jamás me toparía con alguien tan fascinante. Mirarle ya no era suficiente. Toda su presencia me empujaba hacia él.

Nos observamos con fijeza. Él con incertidumbre, y yo con una exaltación capaz de robarme el aliento. Lo que sea que significara aquello dejó de importarme a descubrir que yo era el centro de su pensamiento en ese momento.

Me quité la chaqueta sin apartar la vista. Tímido y retraído, Eric esperó a que yo decidiera mientras imitaba mi gesto y se deshacía de su anorak. Me acerqué a él, lentamente, consciente de que su aliento se entrecortaba conforme aumentaba mi cercanía.

Si aquello era amor, lo sabría en cuanto volviera a probar su boca. Porque nunca antes un beso me había proporcionado tal descontrol. Pero confirmarlo podía atrapar a Eric y no estaba seguro de querer eso.

-No podrás huir de mí cuando te encierre en esa habitación. Así que este es un buen momento -rezongué dándole una última oportunidad.

Eric tragó saliva y tomó aire antes de coger mi brazo. Con suavidad, lo enroscó a su cintura y rozó mis labios con los suyos. Cerré los ojos. Ahí estaba de nuevo ese calor pegado a mi boca, robándome el aliento.

En un arrebato de deseo, apreté su cuerpo contra el mío tomando el control de aquel abrazo. Eric jadeó en mi boca al tiempo en que cruzaba sus brazos entorno a mi cuello. Daba igual que movimiento hiciera, aquel adolescente ya me tenía atrapado en él. Lo estúpido era haber tardado tanto tiempo en reconocerlo.

Empezamos a tambalearnos. Al principio pensé en apoyarlo en la pared y continuar perdiéndonos en ese beso, pero después recapacité y me di cuenta de que no podía soportar las ansias por tumbarlo bajo mi cuerpo. Así que acaricié sus nalgas, lo levanté a horcajadas del suelo y me encaminé a la habitación. Caminé de memoria, porque detenerme para ver el camino habría supuesto apartarme de sus labios. Y todavía no estaba dispuesto.

Caí sobre él en la cama. Su pecho se estampaba contra el mío, desbocado. Estaba muy nervioso, pero esa cortedad no hizo más que ensalzar lo que sentía. Le miré, me deleité con cada una de las líneas de su rostro y esquivé sus manos cuando quiso esconderse tras ellas. No me robaría ese instante. Le había advertido, estábamos en la habitación. Una vez allí dentro, sería mío.

Diego GabbanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora