No volví a verle. Bueno, eso no era del todo cierto. Le había visto, apenas un par de veces y de forma fortuita, pero habría preferido lo contrario. Yo le ofrecí indiferencia y él, a cambio, me entregó un silencioso reproche ignorando que me perseguiría constantemente.
Por eso aquellas últimas semanas se hicieron tan difíciles. Había cometido un gran error yendo hasta la casa de Eric y acorralándole en su propio portal con toda la intención de exponerle. Me castigaba continuamente por ello, pero ya no había forma de erradicarlo. Lo había hecho y, aunque me arrepintiera, jamás podría olvidar como Eric pretendió entregarse a mí sin importarle su entorno.
A diferencia de él, yo no lo tenía tan claro. ¿Cómo iba un Gabbana a encamarse con otro tío que, para colmo, era menor? Debía estar enfermo.
Entre el alcohol y la maldita imagen del pequeño de los Albori condenadamente afianzada en mi cabeza, fui dando tumbos con el coche hasta la periferia. La visión que tenía de mí mismo en ese momento era la de un hombre que controlaba al volante y que era perfectamente capaz de maniobrar. Pero cuando un carabinieri se asomó a mi ventanilla y me miró asombrado, supe que probablemente había arrasado con todos los retrovisores de los coches aparcados en la zona.
-Señor Gabbana, no debería... -Le interrumpí de inmediato mientras me bajaba.
Pensé que caminar me resultaría complicado, pero eso por el momento estaba controlado.
-Obviemos que me ha visto, ¿de acuerdo? -Balbuceé estampándole un bonito billete de quinientos euros en el pecho-. Creo que no volveré a coger el coche. -Y él no volvió a protestar.
Así que pude emprender mi camino hacia... No, no tenía ni puñetera idea de donde estaba. Pero tampoco me importó porque lo único que necesitaba era beber hasta perder el conocimiento. Al parecer, podría conseguirlo porque encontré un garito bastante cochambroso al final de aquella maldita calle llena de socavones.
Media hora más tarde mi trasero estaba perfectamente acomodado en un taburete y mis dedos sostenían la cuarta copa. Poco a poco me acercaba a ese estado que tanto deseaba. Estaba seguro que lo conseguiría, hasta que de pronto alguien más entró al local.
Y trajo consigo la peor de las compañías.
Por un momento, Mauro y aquella canción de Fink se armonizaron a la perfección.
-¿Qué coño haces? -Dijo furibundo dando un golpe sobre la madera.
Habría podido disimular mi sobresalto ante aquel ruido sordo si hubiera estado sereno, pero no era el caso.
- ¡Mauro! ¿Cómo tú por aquí? -exclamé y me fue imposible desnudar a Eric con la mirada. Joder, si hubiera venido solo, le habría arrastrado a los lavabos. Y Mauro se dio cuenta-. Vaya y vienes con el pequeño Albori.
Eric se tensó y cogió aire profundamente. No le estaba haciendo gracia verme así. Pero ¿a quién coño le importaba?
-Diego, ¿de qué va todo esto? -continuó mi primo.
-Vamos, divirtámonos. No resulta difícil si te tomas un par de estas. -Señalé mi vaso.
-Joder... Vámonos.
-Mauro, no estoy borracho. -No del todo. Así que si quería pelear conmigo, no tendría problema.
-Eso ya lo veo, pero no te falta mucho -comentó intentando mantener la calma-. Muévete.
- ¿Sabes cuál es la gracia de todo esto? -Me acomodé en el puñetero taburete-. Que a más bebas, más olvidas y es exactamente eso lo que me he propuesto. Así que ser buenos chicos y bebed conmigo o iros a tomar por culo, ¿me habéis oído? -Le amenacé y esa amenaza me dejó un sabor agridulce en la boca.
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Diego Gabbana
RandomHistoria parte de la saga Bajo el Cielo Púrpura de Roma de Alessandra Neymar Historia escrita por Alessandra Neymar