Capítulo 3

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- ¡Que no se diga más!.- anunció cansado el señor. Dictando así la orden para que un nuevo sentimiento se introduciera dolorosamente dentro de ella, haciéndola gritar.

Un destello blanco la cegaba, su podrida alma se sentía liviana, aquellos ojos se llenaban de lágrimas pero, ¿Por qué?. La Diosa no recordaba nada, no entendía la razón de aquél tormentoso palpiteo que de alguna manera sentía en su pecho, no entendía porqué le dolía escuchar aquella triste voz que provenía evidentemente de una chica. La Diosa podía escuchar sus sollozos, los sollozos de un roto amor que había terminado en algún lugar del gran y gigantesco mundo.

Cayendo pesadamente se encontró a sí misma en una oscura habitación, ¿Cómo había llegado hasta allí?. Un gran azote que provenía de la puerta la alarmó, dando entrada a unos depresivos ojos grises.

- ¡Dios!, ¡¿Por qué?!.- gritaba desesperada la hermosa chica que se encontraba perdida entre sus interminables lágrimas, desplomandose devastada al duro suelo.- ¿Por qué me hizo esto?.- su pregunta chocó contra el piso mientras ella se abrazaba, tratando de calmarse.

¿Por qué llora?, la Diosa no quería verla así, sentía una dolorosa sensación en su pecho al escuchar su insaciable llanto. Quería acercarsele, deseaba hacerlo, desaba poder acariciar aquel fino cabello rojo hasta que se calmase, pero no podía, todo en ella temblaba cada vez que se le acercaba unos pocos centímetros, entre cortando su respiración. ¡¿Por qué no podía tocarla?!, se sentía desesperada e impotente, aquella hermosa chica estaba sufriendo frente a ella y no podía hacer nada al respecto.

¿Por qué se encontraba allí?, ¿Cuál era su fin?, no sabía su nombre, no sabía quién era ella, no sabía dónde se encontraba. No era su hora aún, ¿Entonces?, ¿Para qué la Diosa había sido enviada allí?. No lo soportaba más, todas esas extrañas sensaciones que recorrían cada centímetro de ella no las podía controlar, volviendola vulnerable de alguna manera, y ella lo sabía.

- Diosa de la muerte.- se hizo presente aquella petulante voz, haciendo que apretara el bolígrafo de su oficio.- Serás removida de tu cargo...

Y ahí estaba, nuevamente el ruidoso palpiteo que provenía se su pecho.- ¿Q-Qué?.- logró pronunciar a pesar de todas las sensaciones anteriores. Asustada, no quería perder su puesto, era todo para ella, aquello era su vida entera.

- En el período de tu castigo se le asignará la vacante a la aprendíz... ¿Cómo se llamaba?.- evidentemente le preguntó a sus colegas.- Ah, sí... Lauren Jauregui. A demostrado grandes avances en sus estudios, probablemente se quedé con tu cargo algún día...- finalizó la intercomunicación.

La Diosa se sentía peor de lo que estaba, en aquella habitación se encontraban dos hermosas chicas derramando imparablemente tristes lágrimas. Una por un roto amor y otra por haber perdido lo que era su pasión, ¿Podrían congeniarse las bellas damas de alguna manera?.

- ¡Hija!.- habló una persona ajena, acompañado de el sonido de la puerta al cerrar.- ¡Ya llegué!. ¿Dónde estás?.- preguntó lo que parecía ser su madre.

Regulando su respiración contestó fingiendo alegría.

- ¡Estoy en la tina!.

- ¡Esta bien!. Termina antes de la cena.- pidió terminando la conversación.

Limpió sus finas y sonrojadas mejillas, se levantó y miró el techo de su habitación, tratando de esbozar una quebrada sonrisa que solo le trajo más dolor. No dijo más palabras, simplemente caminó hacia el cuarto de baño junto a un libro y una doblada toalla. Pero el problema era que la Diosa desconocía sus propósitos.

Entró junto a ella, admirando como cada movimiento era sutil y delicado. No entendía por qué abría el grifo de ese gran objeto hueco y blanco, y tampoco tenía que hacerlo, los Dioses están libres de impurezas, ¿Cómo sabría que tomaría un baño?.
Después de unos pocos minutos dejó caer el sagrado bolígrafo, perdiendo la movilidad de su mandíbula junto a cualquier pensamiento cuerdo. La extraña humana se desvestía tranquilamente mientras se dejaba entrar en la templada agua, tomando su libro favorito para así lograr despejar su mente.

Todo dentro de Normani era un caos total, las manos le temblaban y su respiración empezó a hacerse más agitada de lo normal. Era conciente de esas reacciones, mas no entendía qué debía hacer. Es como si fuese un pequeño niño y le pidieran resolver uno de los más grandes y confusos problemas del mundo, ¡No tenía idea!, y eso la estaba volviendo loca.

Su cabello rojizo amarrado en una rápida coleta, su piel tan blanca y llena de pequeñas pecas que le hubiera gustado contar, esos finos y rosados labios que susurraban cada palabra de ese libro, y finalmente su mirada terminó de recorrerla al encontrarse con esos ojos, de un color fascinante como parecía serlo el gris, moviéndose al compás de su lectura. Era obvio que no sabía, la Diosa trataba de saber qué sensación tan inquietante transmitían, sin embargo eso no evitaba que se perdiera en ellos, congelando el tiempo, la habitación y a las dos, dejándola en un paraíso que terminó tan pronto salió de la bañera.

La acompañó nuevamente en lo que consistía vestirse, y lo hizo otra vez al bajar las escaleras y sentarse a cenar.

- ¡Oh!.- exclamó su madre, llevándose un susto al encontrarla de manera tan silenciosa ahí.- Lizbeth, no te escuché.

- Lo siento, es que estoy descalza.- sonrió, fingiendo que nada sucedía.- ¿Qué vamos a comer?.

Era otoño cuando la muerte fue reemplazada. La humana no lo sabía, ninguno de ellos se enteró, pero cuando finalizó ese atardecer de abril la temible Diosa había perecido, caído derrotada ante esas hermosas letras que componían "Lizbeth".

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⏰ Última actualización: Jul 18, 2016 ⏰

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Amor Y Muerte 《Normani Kordei》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora