Día 1

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La alarma de mi despertador hacía un ruido ensordecedor, pero aún así no quise apagarlo. Era lo único que me hacía sentir viva. Llevaba despierta desde, aproximadamente, las seis y media.

Cerré los ojos y llevé una mano a mi frente para masajear mis sienes. Me senté en la cama, aún con ese infernal ruido, y me abracé a mí misma. Ninguna lágrima caía ya de mis ojos, me sentía muerta por dentro. He estado ignorando las llamadas de mi representante durante semanas y apenas he dejado mi cama. Me veía horrible. No podía dormir. Tampoco comer. Quería morir.

Abrí los ojos y posé mi mirada en el despertador a mi izquierda. Era de ella. Lo apagué amargamente y lo cogí entre mis manos. Era sencillo, blanco y negro, las agujas eran finas y los números eran los típicos. No era gran cosa, era una baratija pero significaba mucho para mí. Tanto que no podía dejarlo morir, no lo necesitaba más. No usaba alarma, no era mi alarma, no tenía que ir a ningún lado. Era su alarma. Lo apagué una vez hace años, pero no creo que pueda hacerlo otra vez.

Cuando me llené con el valor suficiente como para levantarme, me crucé con el espejo de mi cuarto y aún me sentí peor, si eso era posible. Tenía las ojeras muy marcadas, lo que daba a mis ojos una expresión de cansancio, los labios con heridas de haberlos mordido y el resto de mi cara no estaba mejor.

Decidí dejar de torturarme y bajé al salón, donde extrañamente estaba mi familia y su familia.

- Jade, corazón. - me llamó mi madre.

Me sonreía amargamente, como todos los presentes. Quería que se fueran todos, no me sentía de humor para ejercer contacto con ningún ser. Me armé de valor y sonreí. Era la primera vez en semanas que lo hacía, pero no era real.

- ¿Si? - mi voz sonó muy ronca, no había hablado con nadie desde hacía dos semanas.

Mi madre miró a Debbie, su madre, y bajó la cabeza. Nuestros padres se miraban entre ellos, como compadeciéndose.

- Nuestra hija, Perrie... - hacía meses que no oía su nombre. - Nos había pedido que te diésemos esto, pero no te veíamos preparada para ello y tampoco parece que mejores... - cogió aire. - No sabemos que hay dentro, no nos dejó leerlo. Te lo quería dar después de...eso.

Estiró su brazo derecho en mi dirección, dejando ver un cuaderno de un tono caoba en el que había garabatos por toda la portada. Contaba con varias frases, podría reconocer esa caligrafía en cualquier parte. Era su caligrafía.

Agarré el cuaderno e intenté volver a sonreír en vano. Los miré de nuevo, no sabía que decir o que hacer, mi madre se abalanzó sobre mí y lloró en mi hombro. A ella más que a nadie le dolía verme así. Siempre había mantenido una buena relación con ella, me sentía horrible sabiendo que se lo hacía pasar mal. Mi padre se acercó y la intentó calmar.

- Norma... - empezó.

- Jade, por favor, tienes que hacer algo. - balbuceó mi madre. - Por favor. - posé mis brazos alrededor de ella. - No te abandones, tienes que salir de esto.

Podría haberme puesto a llorar allí mismo, pero no podía, mi organismo no contaba con la cantidad de agua necesaria para ello o simplemente había bloqueado poder hacerlo.

Me despedí de todo ellos, abrazándolos, y volví a mi cama con su diario. Estaba aterrada. No sabía que había podido escribir. Tal vez aquello tan sólo era mi último empujón hacia el abismo, pero abrí el cuaderno y de él cayeron seis cartas. En todas ellas venía escrito "leer cuando sea señalado". Sonreí. Había dividido los capítulos en días. En cada carta iba señalado cual debía leer primero.

La primera página era una nota dirigida a mí:
"Te espero en una página en blanco
[...]
Con amor, Perrie"

Había vuelto a llorar, por primera vez en meses, la extrañaba muchísimo.

Seguí leyendo y más y más lágrimas surgieron.

"Día 1:

Tenía trece años cuando, por fin, me di cuenta de que no buscaba lo mismo que buscaban las niñas de mi edad. Yo era distinta a ellas.
Había intentado múltiples veces que me gustase un niño, pero era imposible.
A tan temprana edad, me sentía fascinada por la anatomía femenina. Leía libros, enciclopedias, veía películas sobre estudios...
Era algo que, simplemente, no era capaz de dejar.
Aún recuerdo mi primer amor, Marie Johnson.
Tenía un magnífico pelo rizo ámbar, que siempre había capturado mi atención.
Pero en eso se quedó, en un primer amor de una niña de trece años.
A los dieciséis, y con todos los perjuicios de una adolescente cualquiera, me ocultaba. Incluso llegaba a odiarme. Era distinta.
Mis amigas habían intentado llevarme a citas a ciegas, aún me río en mi miseria recordándolo. Siempre llegaba con alguna excusa para no ir, así que dejaron de intentarlo.
Y ahí surgió mi segundo amor, Clare Raine.
Con sus extravagantes ropas me había cautivado. Era morena, de origen latino. (Creo que tenía algo de acento, no soy capaz de acordarme del todo bien.)
Intenté acercarme a ella todo lo posible pero después de que me enterase de que se había acostado con el capitán del equipo de waterpolo, lo dejé.
Puede que haya tenido algún que otro amorío hasta los veinte, pero ninguno ha sido de clara relevancia.
A los veinte, seguía viviendo con mis padres, trabajaba como fotógrafa en paro mientras hacía un curso de pintura. Me pasaba los días encerrada en el antiguo desván de mis padres pintando y pintando como si no hubiese mañana. Con mi camisa, cien tallas mayor, ya manchada después de tantos cuadros y mi coleta medio deshecha. Añoro esos tiempos donde todo era más sencillo.
Obviamente, lo que hacía no me valía para nada económicamente, era un gasto. Así que, lo dejé también, pero nunca de todo.
Y ahí fue cuando decidí buscar un empleo con mi profesión de fotógrafa con cero experiencia. Fue bastante duro pero acabé consiguiendo alguna que otra faena para ganarme la vida y poder salir de casa de mis padres.
Curiosamente, así fue como conocí a Anne.

Fin del día 1."

model; jerrieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora