Es cuestión de suerte

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Cuando se despertó tuvo la certeza de que iba a morir, como cada mañana de lo que podía recordar de su mísera vida.

¿Qué sería hoy?
¿Un ataque al corazón? ¿Un asesinato? ¿Incendio? ¿Corte de papel infectado?

Para él, con solo cuatro años de memoria, eran los mejores escenarios para su muerte diaria. Siempre se preguntó su edad, y juzgar por su rostro podría tener 25 años, pero sus gustos y costumbres decían lo contrario.

Hoy el despertador lo había despertado con "Something's Gotta Give", una de sus canciones favoritas desde... no tiene idea.

Tomó la manta por una esquina y  se la retiró. Lentamente bajó la pierna izquierda y después la derecha, un escalofrió recorrió su espalda. La última vez que se levantó con el pie izquierdo calló por la ventana de su departamento y se rompió las piernas, brazos y casi todas las costillas. Sufrió por algunos minutos antes de morir.

Finalmente se levantó. Con paso cansado -el día anterior lo siguieron unos perros callejeros hasta la costa, donde calló por un acantilado y luchó por llegar a la orilla donde finalmente murió ahogado- llegó hasta el frente de su anticuado espejo en el mugriento baño del departamento. Se vio a si mismo, observó sus profundos ojos azules, su barba descuidada y su cabello negro obsidiana totalmente enmarañado y algo maltratado por el incendio de la semana pasada. Cuando se disponía a lavar sus dientes, tocaron a la puerta.

Dos toques rápidos. Dejó pasar unos segundos y no volvieron a tocar. Todo el tiempo le hacían bromas así, por lo que no se dignó a ir a ver. Pero pasaron solo cinco minutos cuando el llanto más molesto que había escuchado en su "corta vida" lo sacó de su confort.

-No irás, siempre mueres cuando lo haces.

El llanto no cesaba, y no lo haría. Los vecinos empezaban a salir y tocar a la puerta del pobre hombre.

-Maldita sea, no lo hagas.

Encendió la radio y subió todo el volumen.

Más vecinos llegaron a tocar a su puerta.

-¡Abre la puerta! -gritó Frank, el portero.

-Morirás, maldito estúpido -susurró para si mismo.

Apagó la radio y a pasos lentos e indecisos fue hasta la puerta y abrió.

Frank yacía con un bebé en sus brazos.

-Es tuyo, ¿no?

Cabellos oscuros y ojos azules. Estaba más que claro que era su hijo.

El desafortunado hombre ahora estaba en su habitación, al lado de la cama donde aquel bebé dormitaba plácidamente, cuando notó que en el pequeño bolsillo del pantalón del bebé sobresalía una pequeña hoja de color amarillo. Era de un bloc de notas y estaba doblado en cuatro partes. Al abrirlo calló un polvo de color beige sobre su camisa, al cual no dio importancia hasta que leyó.

"Este engendro es tuyo, maldito. Espero que lo lleves bien con la nuez que dejé en la nota"

-¡Nuez! -fue su última palabra antes de que su pecho comenzara a cerrarse.

Su grito despertó al bebé, quien comenzó con su llanto infernal una vez más.

Su vista comenzó a nublarse. El asfixiamiento era lento y doloroso y visto desde otra perspectiva, ridículo y gracioso. Sus ojos comenzaban a parecer que saldrían de sus cuencas y su cara y cuerpo se hinchaban cada vez más-, una de las peores muertes hasta ahora.

Él solo podía tomar su propio cuello y repetir para él mismo "te lo dije" antes de caer muerto al lado del cuerpo igualmente hinchado e inerte de su pequeño.

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