Extiendes tus Alas (cont.)

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     —Bienvenido al País de los Juguetes —murmuró John mientras se levantaba del suelo.     Habían cerrado las puertas detrás de él, sabía que por allí no había salida. Buscó con la mirada reconociendo los antiguos escondrijos, quizás pudiera ocultarse en alguno como había hecho con anterioridad. Pero no servía de nada, siempre te acababan encontrando.

         El País de los Juguetes no había cambiado mucho desde que lo abandonara años atrás con el firme propósito de no regresar. La enorme nave industrial parecía construida para ser un gran parque de diversiones para adolescentes: los grafitis, la pista de skateboard, la de baloncesto... una enorme pantalla de televisión ocupaba gran parte de un lateral. En definitiva: todo lo que necesitaba un chico para ser feliz. Nadie miraba nunca al piso de arriba, el de habitaciones con ventanas tintadas. Todos habían pasado por allí pero ninguno hablaba de eso. Conversaciones sobre videojuegos entre cubatas y cigarros, en un lugar donde las jeringuillas compartían el sitio con las colillas y montoncitos de polvo blanco se mezclaban con las palomitas de maíz en la mesa de juegos.

            —¡Pío-pío! ¡Qué me dicen mis ojos, si es el pequeño Johnny!

            Era duro ver en lo que se había convertido su amigo. Apenas tendría un par de años más que él pero parecía que tuviera el doble. Delgado era poco, ni siquiera debía pesar cuarenta kilos, era una especie de esqueleto andante cubierto por pellejo y una bata  de vistosas flores rosas.

            —Beaver, pensaba que ya no estarías aquí —dijo John con tristeza.

            —¿Pío-pío? Pajarito, ¿creías que estaría muerto?

            —No ——, es solo que pensé que eras mayor.

            —¡Pío-pío! No se envejece en el País de los Juguetes. Alegría, fiesta y vacaciones desde el uno de enero al treinta y uno de diciembre, siete días a la semana y los siete es domingo ¡Pío-pío!

            —Ya me sé la propaganda, Beaver —dijo frunciendo el ceño— y sé que tiene un precio. ¿A qué viene esa estupidez del pío-pío?

            —¿Pío-pío? ¿Acaso no lo ves? —dijo extendiendo sus brazos y mostrando las telas de colores que colgaban de ellos— ¡Soy un ave del paraíso! Un bello pájaro enjaulado.

            —¡Es un colgado! —gritó un chaval que pasó entre ellos con unos patines, no debía tener más de doce o trece años—. La semana pasada era una gatita. ¡Miau!

            —Chicos nuevos —observó John.

            —¡Pío-pío! Chicos nuevos, montones de chicos nuevos, pío-pío. Salen de las calles y cada día llegan más, pío-pío. Muchos se marcharon cuando tú te fuiste. Pío-pío.

            —Me alegro.

            —La mayoría están muertos, pío.

John se atragantó con su propia saliva. ¡Muertos! ¿Por qué?

            —¿Los mataron?

            —No lo sé, pío-pío, solo murieron, la gente muere ¿sabes?

            —Sí, Beaver, la gente muere —Y yo seré el próximo si no consigo salir de aquí—. ¿Hay alguna salida?

            —¿Salida? Pío-pío, claro, la ventana, solo tienes que volar. Pío-pío, pío-pío, pío-pío. Vuela, pajarito.

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