6.- La dulce y picante muerte

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Los grillos que entonaban su cantar al son del viento que mecía las hojas de los árboles y los ronquidos de Alan eran insuficientes para mantener a Víctor tranquilo. Estaba despierto y miraba hacia el techo de la alcoba. Una noche en vela podía ser molesta, pero para él no poder dormir era lo menos importante. Moriría en tres días y sentía que dormir era desperdiciar tiempo valioso.

Tal vez estaba loco, sin embargo, de alguna manera, le resultaba interesante encontrarse en ese estado porque una de las preguntas que había rondado por su cabeza desde hacía tiempo —y que en más de una ocasión lo había inquietado cuando Susy anunciaba la muerte de alguien— era entender por qué la muerte olía a manzana y canela.

Víctor sonrió con nostalgia. Se lo había cuestionado durante mucho tiempo; buscaba una explicación compleja y satisfactoria para un interrogante que, ahora, le resultaba lo más obvio del mundo. Se acarició el pecho, sentía los latidos mientras se concentraba en ese par de sentimientos que invadía su corazón.

Después del shock inicial que fue recibir una noticia de esa magnitud de forma tan brusca y, además, tener que lidiar con la reacción de Susy, Víctor sintió que el suelo bajo sus pies dejaba de existir.

Cuando su hermana se serenó, se encerró en su habitación. Ansiaba un poco de calma para pensar en sí mismo, en lo que acontecía.

Fue justo ese momento de paz que vino después de que sus miedos explotaran mientras maldecía hacia el cielo, luego de haber sacado del clóset su viejo saco de arena y golpearlo con tanta rabia que terminó por desgarrarlo, lo que lo ayudó a comprender por qué la muerte olía a manzana y canela.

Morir, así como la canela, pica: despierta sentimientos intensos como el miedo, la desesperación, la frustración y la impotencia; sentimientos que no solo se encuentran en la persona que está por agotar su tiempo, sino también en sus seres queridos. De golpe, la canela es fuerte e intragable, uno de los aromas más fáciles de distinguir, pero que si se huele demasiado puede irritar la nariz e, incluso, lastimarla.

¿No ocurría lo mismo con la muerte? Víctor cerró los ojos y sonrió. Sin duda, esa exquisita mezcla de olores iba perfecto con lo que hacía ser a la muerte lo que era.

El olor fuerte de la canela acapara la atención aunque, ¿qué pasa con la manzana, que es más dulce y tenue? En realidad, no es complicado. La gente se enfoca en el miedo que causa perder a un ser querido o en el de su propia muerte. Pocas de esas personas se ponen a pensar en el lado dulce de morir, en que es un hecho tan natural como nacer, y que puede traer paz a alguien que padece una enfermedad terminal y que añora dejar de sufrir. No es fácil de aceptar, se trata de un sentimiento suave como el aroma de la manzana.

Ambas emociones habían comenzado a latir con fuerza dentro de Víctor para desplazar a las demás. El muchacho se acarició el pecho a la par que se concentraba en las dos. Si bien no tenía ninguna enfermedad terminal o pensamientos suicidas, fallecer significaba demasiado para él: por un lado, lo aterraba; pero, por el otro, era un bálsamo.

Desde luego que amaba a Susy con todo su ser, al igual que amaba a sus padres, a Hans y a Jess, pero muy en el fondo, oculto en lo más oscuro de su espíritu, deseaba irse. Estaba agotado.

Sabía que, de seguir así, cada día más débil, se exponía a que seres más fuertes —igual que Ana o peor— atacaran a Susy hasta que él, en su cansancio, ya no pudiera defenderla.

«Por eso me tengo que ir», pensó; luchaba por convencerse a sí mismo de que era lo mejor. Quería enfocarse más en la manzana que en la canela. Por una vez quería amarse más de lo que la amaba a ella, pero el cargo de conciencia por dejar sola a Susy no daba tregua.

Papi, estoy de regreso [S.O. #1] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora