Capítulo 1.

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Miraba mis pies blancos por culpa de la nieve, mi pelo se balanceaba de un lado a otro, hacía diez minutos que había dejado de sentir mi nariz. Llevaba un gorro negro con un abrigo marrón clarito, y mis manos estaban tapadas con unos guantes negros.
Llevaba como una hora esperando a Lena, mi mejor amiga, nos conocimos cuando yo buscaba piso compartido cerca de la facultad, encontré un cartel en el tablón de anuncios de enfrente de la cafetería, donde yo trabajo, y vi que sus condiciones eran ideales, ella era un poco diferente a mí con respecto a la forma de ser, admito que me gusta salir, pero a ella le gusta más, físicamente sí que somos totalmente distintas, yo soy pelirroja, bajita, tengo los ojos marrones y no estoy ni gorda ni delgada, más bien normal, sin embargo ella es rubia, tiene los ojos azules, está delgada y es bastante más alta que yo, es la chica ideal, básicamente.
Estaba absorta en mis pensamientos cuando una bola de nieve aterrizó en mis pies, levanté la cabeza y vi a mi amiga con un gorro de lana color rosa pastel, una chaqueta gris claro y unos pantalones vaqueros negros, tenía una sonrisa pícara, sabía perfectamente que había sido ella quién me había lanzado esa bola de nieve.
—Más vale que corras— dije cogiendo nieve, ensuciando mis guantes, abrió los ojos como platos y corrió calle arriba, habíamos quedado junto a la esquina para luego tomarnos un chocolate en nuestra cafetería preferida, Choco's Milk, era nuestra preferida porque hacía el mejor chocolate caliente de toda la ciudad, me atrevería incluso a decir del mundo.
Llegué más tarde que Lena a la cafetería puesto que no había salido corriendo detrás de ella, y la nieve ya se había derretido en mi mano, así que me rendí, Lena estaba esperándome en la puerta de la cafetería doblada por la mitad, con las manos en sus rodillas y cogiendo aire como un perro, con la lengua fuera y a bocanadas. Cuando levantó la mirada hacia mí, la miré con cara de suficiencia y entré a la cafetería.
Al abrir la puerta un olor a chocolate inundó mis fosas nasales, me quité la bufanda, la chaqueta y el gorro y los colgué en la percha que estaba perfectamente colocada a mi derecha. La campanita de la puerta sonó indicando que alguien había entrado, cuando me giré vi a Lena con la misma cara con la que supuse que yo había entrado, tenía sus fosas nasales bien abiertas y su cabeza bien erguida, para que el olor entrara bien, volví a reírme, y mis carcajadas hicieron que ella me mirase mal.
—Sentémonos—la dije agarrándola del brazo, nos dirigimos hacia una mesa del fondo, llegaba perfectamente el olor de la cocina, y además nadie nos molestaría, Lena se sentó delante de mí, cada una en un banco, la mesa nos separaba. La cafetería estaba llena, incluso en la barra había un gran número de gente, pero algo, más bien, alguien, llamó mi atención. Un chico de pelo negro, un poco largo, y ojos verdes llamó mi atención, su café estaba echando humo, él no le prestaba atención, estaba leyendo el periódico y tenía una mirada intensa posada en él, yo estaba dada la vuelta, por lo que no pude ver que el camarero ya había llegado a nosotras, una tos, proveniente de mi amiga llamó mi atención, al girarme vi como el camarero paseaba su mirada con el ceño fruncido de mi al chico de ojos verdes.
—Perdón...—susurré avergonzada, había estado tan embelesada con el ojiverde que no me había dado ni cuenta de que mi amiga ya había pedido.
Mi amiga me sonrió pícaramente y levantó una ceja, su mirada me incitaba a mirar al camarero, cuando le miré sentía que sus ojos azules me absorbían, tenía el pelo rubio y despeinado, lo tenía un poco largo para ser un chico, pero a él le quedaba perfecto.
—¿Qué va a tomar?—preguntó con una voz angelical, en serio, me hipnotizó, soltó una pequeña carcajada, que fue como música para mis oídos.—Le dejaré aquí la carta y ya me llama cuando sepa que va a tomar, mientras iré por su chocolate caliente.—Dijo el camarero y volvió a sonreír, me derretí con esa sonrisa, mi amiga llamó mi atención.
—¿A qué era mono?—dijo sonriendo ampliamente, yo seguía embelesada.—Y no te quitaba el ojo de encima tía.— ¿En serio me estaría mirando a mí?— ¿Dónde estabas mirando tú?, el chico llevaba un rato aquí.—Yo giré mi cabeza para mirar de nuevo al pelinegro y me encontré con los ojos azules del camarero, quién estaba observándome de antes de que yo me girara. Mi cara comenzó a arder, había sido pillada mirando al chico de ojos verdes, quería morir, iba a explotar, de lo, seguramente, roja que estaba. Unos pasos a mi derecha hizo que cogiera la carta para tapar mis mejillas,
—Aquí tiene—Mientras leía la misma voz angelical de antes hizo que mirara hacia arriba, el camarero, Gabriel, ponía en su chapa, estaba entregándole la taza de chocolate a mi amiga, mientras sus ojos estaban clavados en mí, cuando le miré sus pupilas se dilataron, pude notarlo ya que sus ojos eran muy claros, y un poco de chocolate se derramó sobre la mesa.—Lo siento— susurró. —¿Sabe ya qué va a pedir?—dijo volviendo a dirigir su mirada hacia mí, terminando de limpiar lo poco que había manchado, sacó un bloc de notas junto a un bolígrafo. Yo le sonreí tímidamente y dirigí mi mirada hacia la carta, noté que se había sonrojado momentáneamente, pero enseguida puso un semblante serio.
—Eh...—dudé, todo me parecía delicioso, al final opté por una pequeña magdalena con pizquitas de chocolate y un chocolate caliente, el camarero se fue con una sonrisa.
—¿Y bien?—preguntó mi amiga con el bigote lleno de chocolate. Cogía una servilleta y la limpié mientras reía bajito.
—¿Y bien qué?—pregunté dudosa.
—Qué ¿a dónde mirabas cuando el hermoso camarero vino a atendernos? Y que si no te has dado cuenta de cómo te miraba.—Cuando recordé al chico de ojos verdes volví a girarme, justo cogió la taza de café, que seguía ardiendo, ya que seguía saliendo humo de esta, se la dirigió a la boca y observé como maldecía en voz baja. Sentí como mi amiga dirigía su mirada hacia donde la mía se encontraba.—Es guapo.—dijo— Normal que te entretuvieses—Sonrío pícaramente, ella no tenía otro tipo de sonrisa.
—Sí, es guapo.—dije tímidamente.
—Hagamos un trato—Yo alcé una ceja dándole pie a que continuase.—¡No hagas eso! Sabes que yo no sé hacerlo.—Se quejó.— Si consigues adivinar su nombre, es decir, que te lo diga o bueno con que lo sepas, haré tus deberes de psicología durante una semana.—Alcé una ceja nuevamente.—Está bien, un mes.—Aunque yo estudiara enfermería, psicología era como una optativa obligatoria, puesto que o elegías psicología o filosofía, y a mí la filosofía ni se me da bien, ni me gusta, ya que está en contra de la religión, y bueno... yo sí creo en Dios, creo que es porque mi padre me lo inculcó, porque siempre que voy a la Iglesia es como que siento su presencia, lo sé, parezco una loca, pero es verdad. Así que aquí estaba debatiéndome yo, entre ir y hacer el ridículo o hacer yo misma los deberes de psicología.
—Trato hecho.—dije confiada.
—Está bien, y si no lo consigues, deberás hacer mis deberes de matemáticas, exactamente de trigonometría durante dos meses.—dijo y sonrío.
—Eh.—me quejé.—¡No es justo, sabes que no lo conseguiré! Además que es durante más tiempo.—En verdad no me importaba hacerla los deberes, porque las matemáticas me gustan y me resultan bastante sencillas.
—Está bien... Durante un mes.—Dijo refunfuñando. Sonreí triunfante. Pero cuando me giré el chico de ojos verdes estaba pagando a una camarera que estaba al lado de la puerta y estaba cogiendo su chaqueta negra, cuando salió por la puerta di un salto para salir del asiento y seguirle.

Bueno pues aquí está el primer capítulo, espero que os guste.
Seguramente tenga muchas faltas, me gustaría que me dijerais que os parece, si os gusta y tal.
                             —Polisindxton.

Angel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora