• La noche •

394 27 12
                                    

Querido amante, amigo y novio,
hoy te escribo en pos de hacerte saber que te quería.

Y si, lo digo en pasado, porque esta será la carta que depositaré encima del césped medio muerto enfrente de tu gris y triste tumba.
Mas no te asustes, si la lees, ya puedo decirte que eres un hermoso fantasma transparente cual cristal, y si estás vivo cuando leas esto, seguramente es porque pronto terminará tu ciclo de vida.

Y como miles de veces hubiera querido que tu hicieras, esta vez, la verdad será la única forma en que las palabras se moverán por mis labios. Tengo una pregunta, ¿pensabas en las consecuencias cuando me mentías a mi y a mis ilusiones?

Estoy escribiéndote esta carta en el precioso escritorio de nuestro estudio.
Me encanta este sitio, ¿no sientes la calma que irradia?

Una tranquilidad tan plena, una paz tan tangible...
Sus paredes claras, los estantes llenos de libros, esos dos cuadros con los paisajes profundos y mágicos, y la posición del escritorio.
Oh, amo eso. Siempre fue mi sueño un escritorio delante de la ventana, así puedo ver la increíble luna por las noches.

Hoy concretamente, ese deseo no se cumplirá, puesto que unos densos nubarrones del triste cielo resultado, se han empeñado en hacer de la noche una mucho más oscura, escondiendo la presencia de la luna.

Y bueno, yo solamente quiero decirte que te he mentido en muchas cosas.
Que, por ejemplo, solo quería deshacerme de ese gran piano de cola que te regalé como símbolo de amor que se encuentra detrás mía en esta habitación.

Ese piano al que tanto apego le cogiste, y con el que tantas canciones quería que me dedicases, pero que solo dedicaste a varias mujeres de las cuales ninguna fui yo.

Quiero deshacerme de él como tu te deshiciste de las píldoras y pociones que yo compré para hacer de nuestro amor uno eterno.

Paso por paso te voy a contar que es lo que me llevó a límites tan estrafalarios.

Hace tres meses, el jueves 23 por la noche, volviste a casa, con una sonrisa en el rostro.

Oh, Dios, cuanto amaba esa sonrisa, que creía que era toda mía.

Las paredes de casa eran aún de ese color amarillo sucio, no las habíamos pintado del azul tan claro que tenemos ahora. Mientras preguntabas sobre que había de cenar, te ibas desabotonando la camisa, y deshaciéndote el nudo de la corbata. 

Habías dejado, como siempre, tu maleta encima de la mesa, así que te regañé, para variar, y tú rápidamente la sacaste de allí encima, la dejaste a los pies de la silla y te disculpaste.

Una suave risita se escapó de entre mis labios.
Era tan feliz. Lo tenía todo, tenía al amor de mi vida en mi casa, finalmente mis padres se habían dejado de pelear y tenía trabajo.

Yo, con sonrisa boba en cara, dando gracias por todo eso, miraba cada centímetro de tu piel que ibas dejando al descubierto, y los movimientos de tus manos al dejar la ropa encima de la silla de madera del salón.

Pero cuando te deshiciste de la camisa, mi mirada se quedó asombrada ante lo que vio.

Había una impresión de color rosa en tu cuello, una marca de los besos de otra mujer. No hacía falta nada más.

Estoy segura de que me engañaste, porque ambos sabemos que nunca he usado una barra de labios de color rosa.

Aún así, ansiaba que mi vista estropeada por algo tan molesto como la miopía lo es, me estuviese jugando una mala pasada, pero ¿sabes qué?

Mentí || I liedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora