Los recuerdos duelen.

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¿Quién era el? ¿Cómo era el? No podría decirlo, las respuestas llegan incompletas, sin coherencia, confusas. Nadie quiere contestar mis dudas, un silencio incómodo me eriza la piel. Me duele, tras palabras huecas la respuesta seguía sin dignarse a aparecer. 16 años tras la sombra de la misma pregunta.

¿Dónde está mi padre? Los rostros de mis compañeros al abrazar a sus padres a la salida del colegio, yo no lo entendía. ¿Porqué yo no podía compartir esa alegría? El dolor me hundía sin darme cuenta, me alejaba. Sentía envidia, algo se alejaba, se iba, por más que lo intentaba no alcanzaba, la frustración recorría mis venas, a tan poca edad, ya había comprendido a la soledad. Recuerdo la primera pregunta que hice sobre el tema, tenía 8 años, yo no lo entendía en ese entonces, me senté en la mesa de la sala donde mi mamá se encontraba trabajando, y la observe, como si estuviese esperando que contestara sin haber hecho la pregunta. Sin embargo lo solté, en esa época era tan pequeño, no entendía la mayor parte de las cosas, sin embargo la cara de mi madre tras escuchar mi pregunta nunca la olvidaré, esa especie de pánico en mezcla con el dolor que recorrió sus facciones jamás podrían escapar de la jaula en la que los encerraron mis recuerdos.

Nunca volví a tocar ese tema, jamás.

Absorto en mis pensamientos percibo un pinchazo bajo las costillas hasta que entiendo que fue a causa del codazo que Tiffany me dio. Con una mueca de dolor la mire a punto de reprochárselo hasta que vi que sostenía una baraja de cartas sobre sus manos apuntándome con ellas. La miro perplejo hasta que lo recuerdo...

Eran pasada las ocho de la noche cuando recibo un mensaje. Por el tono de la notificación sabía que era suyo, los dos no habíamos puesto de acuerdo en ponernos el mismo tono. Me siento en la cama y agarro mi celular que se encontraba sobre la mesita de luz como siempre. Cuando abro Whatsapp veo claramente su rostro en el primer lugar de la lista de chats, lo abro y leo el mensaje

-"¿Quieres que siga congelándome aquí afuera? Abre la puerta! Nos invitaron a una fiesta, no acepto objeciones."-

Atónito tras el mensaje me levanto apresuradamente de la cama tirando el celular contra ella y me arrojo hacia la puerta mientras salgo al pasillo. Desconcertado corro hacia las escaleras y las bajos saltando de a dos escalones.

Busco a tientas mis llaves en mi bolsillo izquierdo del gastado jean azul donde la encuentro y apresuradamente, ya frente al umbral, abro la vieja puerta de madera que cede con un chasquido.

Allí estaba ella, vestida con altos tacones negros, un vestido rojo corto y pronunciado, una campera de cuero negro en manos, sus castaños rulos caían sobre sus hombros. Sus ojos verdes, oscuros como un bosque de noche, me miraban fijamente junto con una sonrisa maliciosa que se formaba en su rostro.

Cierto aire de reproche recorría sus facciones, pero se esfumó al instante.

-¿Cuánto tiempo esperabas que estuviese aquí parada? Al fin abres!-Sus ojos maquillados se achinaron como siempre lo hacían cuando sonreía.-

-Yo...

-Yo nada. Ya, corre, vamos, que tienes que ponerte guapo para la ocasión.

-No iré, sabes que no me gustan las fiestas. Odio estar rodeado de gente, me sofocan.-No era del todo una escusa, en cierta parte era verdad, no me gustan los lugares rodeados de personas.-

-No me vengas con tu aire de frialdad, no funciona conmigo, te conozco desde que tengo memoria. Vas a vestirte y vas a venir conmigo.

-No iré.-La irritación se hacía notoria en mi voz.

-Lo harás después de que sepas quienes estarán.- Parecía estar confiada en que aceptaría, eso hizo que me fastidiara.

-No me convencerás tan fácil. Tienes que tener un buen argumento para sacarme de mi casa por la noche un miércoles.

Recuerdos trastornados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora