One-shot

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Castle abrió un ojo a la clara luz de la mañana. Un solo vistazo por la ventana le bastó para saber que llevaba toda la noche nevando, tal y como él había deseado, y que, aunque las quitanieves acababan de limpiar y salar las carreteras, la nieve seguía acumulada en los arcenes y las aceras. Estaba tan blanca, virgen todavía por la temprana hora; porque el frío desanimaba a los neoyorkinos a ponerse un buen abrigo, unas botas calentitas, guantes, bufandas y salir a la calle a disfrutar de la navidad; porque la gente carecía de ese espíritu navideño que se hinchaba en el pecho del escritor y le hacía ponerse hiperactivo, con millones de ideas y cosas para hacer. Sacudió la cabeza, apenado, todavía sin comprender por qué, al hacerse mayores, los niños y adultos renegaban de la magia y dejaban de creer en los pequeños detalles de nuestro día a día que no tienen explicación lógica. Giró sobre sus talones, observando a una Kate Beckett arrebujada en las mantas, hecha una bola, con el pelo desparramado por la cama y cara apacible. Allí tenía el mejor ejemplo de aquello: una mujer que, por circunstancias diversas de la vida, había vivido una experiencia que le había arrebatado la inocencia, la magia, había arrancado de cuajo sus esperanzas y truncado sus sueños, convirtiéndolos en algo negro, en venganza y justicia. No era que Castle pensara que aquello estaba mal, él bien podría haber acabado igual si hubiera sufrido lo mismo que Beckett, pero sabía que la justicia pocas veces era aplicada en la vida real, que era más bien un invento para hacernos creer que unas acciones están bien y que otras están mal. Buscar aplicar la justicia era una dura tarea y por eso él admiraba tanto a Kate, porque ella estaba metida hasta las cejas en ello.

Perdido en sus reflexiones, saliendo todavía de las últimas brumas del sueño, estremeciéndose dentro de la insuficiente sudadera, encendió la calefacción para que se calentara la casa y puso la cafetera a trabajar.

- Sí yo estoy despierto, tú también - le dijo, mientras presionaba un botón y oía el suave zumbido del café moliéndose.

Volvió a asomarse al gran ventanal de su despacho, el ordenador lanzando su melodía para dejarle saber que se estaba encendiendo, con lentitud, pero en ello estaba. Podríamos a ir a Central Park a patinar, o simplemente ir a dar un paseo bajo la nieve, pensó, viendo los copos caer lentamente, sin que ningún viento entorpeciera su aterrizaje en la gruesa capa que ya había en el suelo. La cafetera emitió un pitido, avisándole, casi gritándole: Tu café esta listooo. Ven a por él, sé que te estás muriendo de ganaaaas. Castle entrecerró los ojos, sacudiendo la cabeza con incredulidad. ¿De verdad estaba pensando eso? ¿Tan mal estaba? Hizo una mueca, no estando muy en desacuerdo. Sabía que su locura estaba yendo a peor pero no se imaginaba que era tan peor. Aunque estuviera mal expresado.

Rodeó con las manos la ahora caliente cerámica de su súper taza, aquella que Beckett le había regalado por su cumpleaños, la cual llevaba el escudo del NYPD llamativamente estampado por dos lados, para que, la colocara como la colocara, siempre se viera. Además, la detective la había mandado personalizar, y se podía leer en la parte de abajo "12th Precinct. 41319". Con una sonrisa, recordó que casi había gritado cuando le quitó el envoltorio, y la cara de alivio de Beckett al ver que le gustaba. ¿Cómo no le iba a gustar? ¡Era perfecta!

Buscó por el armario de los vasos la de la detective, y pronto encontró las letras "Muse" atrayendo la atención de su vista hacia ellas. Sirvió otro café en la taza y, con cuidado de no derramarla, la llevó a la habitación. Pero la detective tenía una cara tan apacible al dormir, tan tranquila, sin máscara alguna, siendo simplemente ella; que le dio pena despertarla. Así que depositó con suavidad el café en la mesilla y se marchó silenciosamente, decidido a escribir un poco antes de que Beckett despertara.

Paseó la mano por el ratón del ordenador, haciendo que la pantalla en negro cobrara vida, y abrió el documento de Word llamado "Nikki Heat, entrega 6". Aún no se le había ocurrido un nombre apropiado para aquel libro, por muchos títulos que había mirado, por muchas ideas que le habían dado Beckett o Alexis, incluso Martha había tratado de aportar su pequeño granito de arena. Pero nada... ninguno le convencía, ninguno tenía esa chispa que te hacía dar una palmada y gritar "¡Te tengo!", esa atracción que hacía que tu mirada se fijara en él desde la otra punta de la tienda y no pararas hasta que lo tuvieras entre tus manos y leyeras el resumen de la parte de atrás, buscando las palabras que te dieran la excusa que necesitabas para comprarlo. Bajó el cursor hasta las últimas palabras que había escrito, releyendo aquello que había anotado en un ramalazo de inspiración de esos que le venían de repente, logrando de dejara lo que tenía entre manos y saliera corriendo al ordenador, siempre encendido, para escribirlo antes de que se le olvidara. Era así, básicamente, como escribía esos libros que luego se vendían como churros y se ganaban el sobrenombre de Best-Sellers.

Hagamos una nueva tradiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora