Digestión
A veces dolía. A Bhükha le dolía.
Antes, no.
Al principio de su existencia, era algo etéreo. Puro e inalcanzable. Una esencia perfecta que se alzaba sobre las demás, sobre las otras tres. Porque Él, Padre, lo había elegido. Había comparado, evaluado y descartado a sus hermanos; había reservado un don inigualable solo para él. El más envidiado, el que siempre era despreciado.
Él, Padre, había bendecido esa combustión tan bella y subestimada por sus pares con el don del habla. Y lo había dotado de un objetivo claro, noble. Respetable. El más pequeño de los cuatro hermanos acabaría siendo el más magnánimo de todos, expandiendo su Imperio inquebrantable a partir de algo tan simple como la comunicación con los seres de carne y hueso. Sería aquel que se aproximaría a los moradores de la tierra y los doblegaría bajo su yugo. Sería tan poderoso como el más respetado de los cuatro, el que enviaba a los vivos del Otro Lado del velo, y se encargaría de que todos los hombres le temieran más a ese germen que se colaba entre las tripas, que a algo tan banal e indoloro como la muerte.
El hambre sería, como siempre debió haberlo sido, quien regiría el universo hasta que el mundo dejase de ser mundo...
Pero luego, viejos rencores se le habían venido encima. Así como la humanidad.
La sustancia tan pura que alguna vez se había hallado al lado de Él, Padre, yacía ahora en la más brutal de las pocilgas, en un cuerpo que pecaba en lo mundano, y víctima de la furia de sus hermanos. Porque Él, Padre, nunca le habría hecho eso. No sin alguien que le emponzoñase su mente infinita.
Él había sido el preferido. Un don fue puesto sobre su esencia para que gobernase por los siglos de los siglos; para que sus tres hermanos no tuvieran más oficio que lustrarle las suelas de los zapatos. Y ahora, todo había cambiado. Aprendió a maldecir ese don. A aborrecerlo. La herramienta que creyó significar su salto a la grandeza, no hizo más que aferrarlo con vehemencia al basurero del mundo.
No había pasado lo mismo con sus hermanos. En su fuero más interno, estaba seguro de aquello. No habían tenido que conformarse con un colchón de estiércol en sus primeras noches como seres de vísceras. No habían sido enviados por Él, Padre, a las regiones más grotescas del globo terráqueo. Y, ciertamente, no habían sido condenados a realizar trabajos tan sucios como el suyo.
¡Ah, la victoria! ¡La justicia! Incluso la muerte, que tanto había desestimado siglos antes, se le antojaba como un manjar. El hambre no era nada. Ahora lo sabía. No tenía definición, ni existía estado que pudiera catalogarse como tal. El hambre no era un hecho. El hambre estaba en todo, pero como un agente para influenciar, no determinante. En el general que busca conquistar territorio ajeno; en la muchacha campesina que rellena su escote con migas de pan para impresionar al carnicero; y en el anciano que no tiene ni un penique, hay hambre. Hambre ambiciosa, hambre carnal, hambre glutinosa que se aloja en cada uno de los seres vivos como un parásito.
Como una promesa.
De eso se trataba todo: promesas. Bhükha solo tenía la potestad de prometer: promesas de cambio, de virtud... de muerte, también. Pero nada más. Él no era amo y señor de las facultades para matar. No realmente. Bhükha era el agente de influencia, y su hermano mayor, el determinante.
Con cada víctima, con cada pecador que él se proponía destripar, debía soportar la visión de eso que siempre quiso ser; debía soportar cómo el recién llegado le restregaba en las narices su poder inigualable de decidir sobre los vivos. De cambiar las reglas del juego.
Bhükha nunca se quedaba a esperarlo.
En los siglos venideros, mientras sus hermanos triunfaban al Norte, él se dedicó a mimetizarse entre los meridionales. O, al menos, a intentarlo. Había tratado muchas veces y durante un largo tiempo, pero el rechazo que le provocaban esas pieles sucias y los ojos como pozos era más fuerte que cualquier deseo de inmiscuirse.
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Bhükha
ParanormalBhükha es hambre. Es el dolor en el estómago cuando el monstruo de la inanición se cuela entre las costillas. Es el abdomen hinchado por los parásitos; la fineza de la epidermis; la tos de los convalecientes. Es eso que se esconde entre las cuencas...