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Seamos sinceros, el pueblo no pasaba por su mejor momento, debido a los recientes acontecimientos, de modo que tuve que amoldar mi estilo de vida a ellos: antes de que pudiera darme cuenta, estaba callejeando hacia el mercado todos los días, y hablando casi con cualquier habitante del pueblo que se me pusiera por delante. Estaba claro que aquello no era normal en mí, pero nadie pareció percatarse de ello. Nadie, excepto Chris, siempre tan suspicaz. De hecho, vino a visitarme algunas veces más, lo cual, he de admitir que no me vino mal. El chico era guapo, alto, de complexión robusta; y no nos engañemos, esa sonrisa era capaz de derretir toda la nieve que había delante de mi casa. Su compañía resultaba muy agradable, pero yo seguía preocupada por todo el asunto de la muerte de Mark y por qué Chris quería obtener información sobre lo que yo sabía. En una de sus visitas, mientras tomábamos café para entrar en calor, me preguntó:

-Amelia, ¿no te aburres tú aquí sola en casa siempre?

-No mucho –respondí- Normalmente voy al mercado, compro, hablo con la gente... Y por la tarde suelo quedarme leyendo y recogiendo la casa.

-No sé, -dijo Chris- parece que estás más contenta de lo normal cuando vengo aquí.

Sonrió.

-No, que va –se me daba fatal mentir, pero es que el chico estaba como un tren- Es solo que no viene mal un poco de compañía de un buen amigo con este tiempo gélido.

Su expresión cambió. Pareció como si le hubieran echado un jarro de agua fría, que, teniendo en cuenta el cuerpo que tenía, no me hubiera importado verlo sin camiseta un rato. Terminamos los cafés y saqué un vino.

-Oye, sabes que somos amigos desde que no levantábamos más que un palmo del suelo...

-Tu, no –bromeé- Sabes que siempre me sacaste más de una cabeza, listo.

Rió.

-Bueno, sabes a lo que me refiero. El caso, es que llevamos siendo amigos desde hace mucho, y creo que me puedes contar cualquier cosa.

Sabía dónde quería ir a parar: la muerte de Mark. Desvié la conversación.

-Es cierto, Chris, hemos estado muy unidos, incluso después de aquello...

El padre de Chris y el mío murieron cuando yo tenía nueve años. Chris, once. Un día estival, se declaró un incendio en una casa cerca del bosque que había en el extremo sur del pueblo. Nuestros padres, junto con otros hombres de la villa, corrieron a sofocarlo. Al parecer, la señora Dummier se había quedado dentro y no podía salir. Aquellos que intervinieron, lograron sacar a la anciana de la casa, pero las llamas se habían extendido hacia el bosque. Entonces, la rescatada se puso a llorar: su marido estaba en el bosque. Una vez supieron esto, mi padre y el de Chris fueron a rescatar al señor Dummier, pero pasó una hora, las llamas habían sido sofocadas y no habían vuelto. Más tarde, el por entonces alcalde del pueblo, el bedel del colegio y algunos hombres más se adentraron en el bosque. Al rato, volvieron con caras largas. Habían encontrado tres cuerpos carbonizados.

Recuerdo que el alcalde vino a mi casa ese día cuando yo había del colegio, y me llevó a casa de los Hayes. Nos dio la noticia sin rodeos, después nos dijo que lo sentía mucho, y se marchó. Mi madre, por supuesto, también lo supo entonces, pero no dijo nada. Simplemente se quedó parada, con una expresión neutra. Yo abracé a Chris, quien me parecía un chico con quien estaría a salvo. Quizás debería a ver sido al revés, al menos yo tenía a mi madre, pero él estaba solo. Su madre había muerto en el parto. No tenía hermanos: los dos éramos hijos únicos. Esa noche, me quedé a dormir en casa de Chris, y mi madre siguió sentada en el sitio, impertérrita.

Por la mañana, ella ya no estaba. Se había marchado fuera del pueblo. Desde entonces, Chris me acogió como a una hermana, y, en pocas semanas, la botica ya estaba plenamente funcional. Todo el mundo estaba sorprendido de que el pequeño Chris, ese niño adorable con preciosos ojos celestes y rizos rubios, se hubiera hecho tan mayor de repente. Estuve con él hasta que me pude valer por mí misma, y, poco a poco, nos fuimos distanciando. Nuestra relación se enfrió, pero yo nunca olvidé lo que hizo por mí. Esperaba que él tampoco lo hubiera hecho.

-Tienes razón, Ames1 -él era el único que me llamaba así, sabía que me encantaba- estuvimos muy unidos desde entonces. Ya ni recuerdo por qué nos separamos tanto.

-Esto, Chris, creo que has bebido un poco, es momento de que te marches.

Le quité la copa de la mano. Él rió de nuevo.

-¿Por qué? ¿He hecho algo malo?- contestó, algo ebrio.

Fruncí el ceño y puse los brazos en jarra.

-Adiós, Chris –lo llevé a la puerta.

Entonces, me puso un mechón de pelo detrás de la oreja.

-Estás muy sexy cuando te enfadas –dijo.

-Hasta mañana, Chris.



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⏰ Última actualización: Jan 07, 2016 ⏰

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[PAUSADA] Cadena de nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora