2

17 2 0
                                        

Aquella noche no dormí bien, de nuevo. El encontronazo que tuve con David me había desconcertado tanto como para no dejarme hacerlo: él no solía abordar a la gente de una manera tan abrupta. Aquel no era David, el panadero tan amable aunque a la vez tímido que yo conocía. Estaba claro que le ocurría algo, yo estaba dispuesta a averiguar qué era. Ya no porque no era normal, y todo lo que se saliera de lo común en este pueblo era inmediatamente perseguido, sino porque Mark así lo quería, y pensé que debía empezar por ahí.

Estaba rememorando el contenido de la nota, y entonces recordé que David no era el único aludido en ella, también se mencionaba al boticario, del cual no había sabido nada desde hace unas semanas. Pensé en ir a visitarle, pero sin tener ningún pretexto para ello, podría ser algo sospechoso. Desde la muerte de Mark, todo el mundo vigilaba minuciosamente los movimientos de los demás, a la espera de que algo más pasara. De nuevo, con ello se confirmaba que cualquier suceso extraño, se convertía en la comidilla del pueblo en cuestión de minutos.

Como no podía ir a la botica, y en la biblioteca ya estaba todo resuelto, fui al mercado. El tiempo de los días anteriores había sido horrible, y necesitaba comida. Al llegar allí, me hice con comida suficiente como para pasar una semana entera. Aquellos últimos días, había salido algo más al mercado, por el incidente de Mark, y demás, pero no era una mujer que soliera salir a comprar muy a menudo. Prefería salir una vez a la semana, y después tener en casa todo lo necesario, El hecho de que la gente del pueblo conociera esta costumbre mía, hizo más fácil mi paso ese día por el mercado.

Llegué al puesto de ropa, donde me atendió Vanessa, una chica joven, calculé que de mi edad, más o menos; quien me ofrecía ropa "buena, bonita y barata". Pensé que me estaba intentando engañar para que le comprara algo, pero tras una larga charla con ella, la pobrecilla me dio pena, y decidí comprarle unas botas, que, además de ser muy monas, me vendrían bien si el tiempo seguía así. Vanessa me contó que su novio, John, el hijo del policía Hermes Robinson; la había dejado, y se desmoronó. En un principio pensé: "Te lo mereces, él es mío", porque unos años atrás yo había sentido una gran atracción por John, pero la cosa no siguió adelante: dos besos tontos y ya. Él rompió conmigo diciéndome que había otra, y que su corazón le pertenecía a ella. Dos meses después me enteré que no había nadie más; que no me quería. Un tiempo más adelante, yo supe perdonarlo, y quedamos como amigos; pero de un tiempo a esta parte, yo había notado que John estaba más amable conmigo de lo normal: ¿quizás quería volver a intentarlo conmigo?

Yo iba pensando en estas cosillas mientras volvía a casa, cuando me choqué con alguien.

-Disculpe,- dije, a la vez que levantaba la vista para comprobar quién era: era Chris Hayes, el boticario.-Oh, hola, Chris.

-Hola, Amelia. Te estaba buscando, -dijo, lo cual me sorprendió, ya que yo también intentaba hablar con él, y aquella podía ser la ocasión perfecta para hacerlo.- necesito hablar contigo.

"Yo también" pensé.

-Bueno, si no te parece mal, podemos ir a mi casa, y hablamos tranquilamente.

-¿Estás intentando ligar conmigo? –respondió él-.

-No, es sólo que voy un pelín cargada –repuse, alzando los brazos para que viera las bolsas que llevaba conmigo-.

-Te ayudo –dijo, cogiendo algunas de las bolsas que tenía yo-.

-No, no necesito ayuda, gracias –dije, pero él ya había cogido las bolsas-.

-No era una pregunta, Amelia –contestó él, entre risas, intentando suavizar el modo en que lo había dicho para que no pareciera una amenaza-.

-Bueno, vamos a mi casa, entonces.

El camino a mi casa transcurrió en silencio: debía de ser algo verdaderamente importante como para que Chris no me lo contara en público, yo solo esperaba que pudiera hablar con él sobre Mark y su reciente muerte. Mientras tanto, yo seguía pensando qué tenía que ver Chris en todo esto: rara vez se le veía por las calles, pero todo el mundo sabía de él, no se molestaba en ocultar sus secretos, porque no lo necesitaba, no tenía nada que ocultar. Todo el mundo sabía que Chris había sido el boticario del pueblo desde que entró al negocio familiar hace ya muchos años, que él era un hombre amable, a quien el pueblo entero quería; pero no tenía nada de extraño: un chico que llevaba mucho tiempo en el pueblo y no se oculta, que es amable, podría sacar personas así incluso de debajo de las piedras, si hiciera falta.

Una vez en mi casa, Chris mi estuvo ayudando mientras colocaba la compra en sus respectivos estantes, y estuvimos hablando sobre su hija, Johanna, que iba al colegio y sacaba unas notas excelentes. Supongo que no quiso sacar el tema del que verdaderamente me quería hablar porque era precavido, y no quería que yo me diera cuenta de que iba demasiado rápido. Terminé de colocar y preparé unos cafés para ambos.

-Bueno, y ¿qué es eso tan importante de lo que me tenías que hablar, Chris?

-Si te conoceré bien... No te gusta esperar a la hora de satisfacer esa curiosidad que tienes, -dijo él soltando una carcajada.- así que no te haré esperar más.

-Soy toda oídos –contesté.

Él suspiró.

-Bien, no me andaré con rodeos: vengo aquí para hablar contigo sobre la muerte de Mark Johnson, el lechero. –dijo él. ¿Por qué sería que no me sorprendía? Yo estaba dispuesta a contarle lo que él necesitara, teniendo en cuenta que omitir información no contaba como mentir; y que yo también necesitaba información, que quizás él me podía proporcionar-. Lo conocías, ¿verdad?

-Sí, me traía leche y queso al igual que a cualquier otra persona del pueblo. –respondí, con indiferencia, pero sabía que no era eso lo que Chris quería: quería detalles sobre mi relación con Mark, y puede que quisiera que le contara algo sobre lo que había averiguado.

-De acuerdo, pero, ¿no tenías una relación con él más allá de eso?

-No, -repuse. Mentí. Alguna vez sí que Mark había venido a mi casa, habíamos tomado café los dos juntos, e incluso, en las tardes de nieve, me hacía compañía. Eso era lo bueno de la nieve: que como nadie salía a la calle, la gente no se metía en los asuntos de los demás, y por tanto, nadie sabía que Mark había estado conmigo aquellas tardes. Literalmente, se llevó ese secreto a la tumba.- Solo traía leche, queso y yogur, como ya te he dicho. Evidentemente, es imposible en un pueblo tan pequeño como es Whirkintown, que no haya coincidido con él alguna vez que otra en la plaza o en el mercado, no te lo niego; pero no tuvimos una relación más que de vendedor-cliente.

-Entonces, ¿me puedes confirmar entonces que no sabes nada fuera de lo normal acerca de su muerte? –interrogó él, abriendo los ojos, que se le pusieron como platos.

-Lo aseguro, no sé nada. –respondí, después de un breve segundo en el que me cuestioné si contarle algo o no. Él se quedó pensativo, mirando al infinito durante algunos instantes.

-Bien, pues, si no sabes nada más, me temo que me tendré que marchar, Amelia. Se bebió el café de un solo trago, y se puso en pie. Lo acompañé a la puerta, y cuando estaba a punto de marcharse, no pude aguantar más la curiosidad:

-Chris, qué raro es que estés TÚ investigando esta muerte, ¿no?

Él se limitó a esbozar una sonrisa y contestar:

-Lo hago yo como podría hacerlo cualquier otra persona, pero si lo que buscas es un motivo, no lo encontrarás, porque... todos tenemos secretos, ¿verdad?

Y lo vi marcharse a través de la llovizna que caía.

[PAUSADA] Cadena de nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora