3- Adiós a mi vida.

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— ¡Amelia! —Me giré, viendo a Blanca correr hacia mí. Sus oscuros rizos perfectos se zarandeaban con cada paso que daba. Pronto estuvo a mi lado, con la respiración agitada.

—Joder, ¿qué mosca te ha picado hoy? Llevas una mañana rarísima. —Me observó, entrecerrando los ojos. Yo suspiré.

—No me encuentro bien Blanca, creo que me estoy resfriando. Quería irme pronto a casa y descansar. —Mis palabras claramente no sonaban convincentes pero nunca había estado más cansada como en ese momento. No había pegado ojo en toda la noche y se reflejaba en mis pronunciadas ojeras.

—Nosotras iremos a la cafetería de la plaza a tomar algo. Venía a avisarte pero...—se encogió de hombros— Veo que no estás para eso.

Asentí, mostrando una ligera sonrisa. Observé distraída el cutre paraguas de mi madre y lo cambié de mano. Suspiré, dispuesta a marcharme.

—Pasároslo bien. — le dije, dándome la vuelta para irme, pero ella me apresó unos segundos por el brazo, se puso de puntillas y se acercó a mi oído.

—No sé si te habrás dado cuenta... pero Bruno te ha estado mirando gran parte de las horas de esta mañana... ¿te das cuenta? ¡La primera vez que vemos algo de interés en él! Y tú eres la suertuda. Maca se ha puesto como loca al enterarse. —dejó escapar una risa entre dientes pero para entonces yo ya no la estaba escuchando. Mi mirada había ido a parar a Bruno, apoyado sobre un árbol, donde la lluvia no le alcanzaba. Ladeó la cabeza a un lado y se separó del árbol, entrando de nuevo en el instituto.

—Amelia, ¿me estás escuchando?

—Sí, pero me tengo que ir ya. Me encuentro fatal y creo que me he dejado el libro de matemáticas en clase. —escondí mi cabello por detrás de la oreja, invadida por los nervios. Tenía que disimular para que mi amiga no se diese cuenta pero no lo estaba consiguiendo, pues su cara mostraba cierta inquietud.

— ¿Te acompaño? Puedo decirles a las demás que llegaré más tarde. Te ves... fatal.

Y estaba en lo cierto.

—No, iré sola. Nos vemos mañana en la entrada del insti.¡ adiós! —sonreí por última vez a Blanca y me encaminé hacia las puertas metálicas del instituto. Respiré hondo, preparada para cualquier cosa que Bruno quisiera contarme.

Nada más entrar las puertas se cerraron tras de mí, provocando un sonoro estruendo que se extendió por todo el pasillo de las taquillas. Me di la vuelta, esperando encontrármelo. No estaba. Empezaba a ver esto algo excesivo.

— ¿Bruno? —pregunté en voz alta, escuchando después el eco de mi voz a lo largo del pasillo.

Recorrí con la mirada el recibidor. La luz del sol entraba por los altos ventanales y se reflejaba en las escaleras que dirigían al segundo piso. Todo estaba perfectamente iluminado. Agradecí de que no me hubiera pedido venir por la noche, pues el escenario hubiera sido muchísimo más tétrico. Dejé el paraguas en las escaleras y comencé a andar con paso seguro. Atravesé el pasillo, mirando hacia los lados con desconfianza. Era raro estar allí y no ver a ningún profesor. Todos se habían marchado ya y yo era la única tonta que quedaba allí. Bueno, y Bruno, pero no había rastro de él. Llegué al gimnasio, el cual extrañamente tenía las puertas abiertas. Era, claramente, una invitación para entrar.

No me equivocaba. Él estaba tirado en las gradas, tumbado boca arriba y lanzando una pelota de tenis al aire. La lanzaba y la volvía a coger. Me detuve cuando apenas había dado cinco pasos dentro del campo de baloncesto. Lo observé jugar con la pelota con detenimiento. La lanzó una, dos y tres veces más...y se detuvo.

Mientras tú sigas conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora