Capítulo Siete

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Viernes


Listo, lo tenía decidido.

Me pondría una minifalda de jean, junto con esos tacos de ocho cm. combinándolos con una remera blanca suelta. Y pelo suelto, aunque no me gustara mucho la idea.

Separé toda la ropa con los zapatos dejándola cerca de la cómoda de mí habitación. Era de noche y mi padre estaba por llegar. A él no le gustaba la idea de mí comiendo y sin bañarme, así que, por costumbre, siempre me bañaba antes de que él llegara. Pero no tenía ganas hoy. Solamente me senté en la isla de la cocina a prepararme una ensalada. Él nunca comía de noche, porque, "supuestamente", ya había cenado.

Mentira, de seguro pensaba que todavía tenía once años.

—Hola, hija —al estar hundida en mis pensamientos, ni lo noté cuando había llegado.

Eso me pasa por ser tan llevadera en algo. Tonta de mí.

—Hola, papá —sonreí a penas.

Él me miró de reojo y se dirigió a su dormitorio. Yo seguí comiendo, sin prestarle atención al noticioso. Cuando llegó se sentó en frente de mí. Hacía mucho tiempo él y yo tuvimos una jodida discusión sobre mi privacidad. A él no le gustaba y yo necesitaba mi espacio personal. Él no me lo daba. Desde ese entonces no hablábamos mucho. Apenas unos hola y ¿cómo estuvo tu día?

—¿Cómo estuvo tu día, hija? —¡Vieron, vieron! Es un hdp(*).

—Bien —contesté seca. Ya estaba acostumbrada a este trato—. Examen sorpresa de la Profesora Rose y un trabajo práctico del Sr. Lopalkis. —Sí, jodido apellido ese.

Él cambió de canal.

—Tu madre era más sociable que tú —dijo en un murmullo.

—Disculpa por no ser como ella, papá —arrematé mirándolo con rabia.

Odiaba cuando sacaba en una de nuestras discusiones a mi mamá. ¿Por qué siempre trataba de compararme con ella? ¿No notaba que era él el que me contradecía constantemente? A veces quisiera que mamá estuviera viva y lo mandase a la mierda ella y no yo.

—No estoy pidiendo que seas como ella, sólo digo que era más sociable. —Sentenció.

—¿Y? —lo miré fijamente—. Rara vez hablamos de ella y cuando lo hacemos es para después terminar peleándonos.

—Peleamos, porque siempre eres tú la que no tiene otra cosa que hacer que discutir conmigo.

—Discuto contigo porque tú me provocas constantemente —dije mientras evitaba elevar el tono. Cosa que me costaba mucho cuando discutía con él.

—Está bien, retiro lo dicho. Eres muy parecida a ella —elevó el tono. ¡Odio cuando él me grita a mí!

—Tú siempre andas diciendo lo contrario. Que yo no soy nada parecida a ella. ¿Por qué ahora? —me paré ruda de la silla, haciendo que callera hacia atrás.

Maldita sea nuestra costumbre por hablar en inglés y no en castellano.

—¿Por qué ahora? ¡Porque eres igual a ella, Mariana! —gritó.

Yo me asusté. Nunca me había gritado de ese modo, ni en ese tono. Siempre había sido una retada. Pero no huiría. No. Me quedaría.

—¿Por qué dices todos esto? Mierda —mascullé.

—Porque hoy, hace catorce años, tu madre murió —se sentó en el suelo a llorar.

¿Qué?, pensé. Era imposible, él me había dicho que había muerto teniéndome, pero, ¿por qué me mintió? Ahí fue cuando me percaté del aroma a alcohol que había en el ambiente. Estaba tan cegada por la furia que ni siquiera noté ese aroma. Me agarré de la isla para no caerme por la sorpresa de la noticia. Luego, solo me alejé cuidadosamente, hasta sentarme al lado de él.

Mi papá me rodeó con sus brazos, apretándome con fuerza, como para no dejarme ir a ningún lado. Yo me acurruqué junto a él y lloré. Lloré, pero de necesidad. No por la falta de ella, como ayer a la mañana.

Luego de unos penosos minutos llorando en el pecho de mi padre, él me lo contó todo. Y si digo todo, es todo. Desde el momento en que se conocieron en Buenos Aires, hasta el accidente automovilístico que la mató. Y obvio, sin saltearnos el proceso del embarazo, aunque fue doloroso para ella, se notaba la felicidad constante en su rostro, me dijo.

Me había contado, que después de dos semanas de mi primer cumpleaños, ella se había ido para visitar a mi abuela y que estaba yendo conmigo. Ella le había contado eso antes de morirse, porque después del accidente fue a parar al hospital. Cuando ambas fuimos embestidas por un camión, ella fue, literalmente, como un escudo para mí.

Sin evitarlo, lloré.

Mi mamá había arriesgado su vida para salvarme.

También me dijo que estuvo agonizando durante una semana, mientras que yo estaba en terapia intensiva. Luego de su muerte, fue cuando me dieron de alta a mí. Claro está, que fue después de que me despertará. Los doctores le decían que era un milagro que yo siguiera con vida. Después de unos meses más allá en Argentina, junto con la constante ausencia de mi madre, nos mudamos a Estados Unidos, New York.

—Pero, ¿por qué la mentira de qué ella había muerto cuando me tuvo? —pregunté, mirándolo.

—Porque no quería que cargaras con una culpa que ni siquiera fue tuya. Fue puro instinto materno, lo que hizo que siguieras con vida —me sonrió.

Y sin darnos cuenta, ambos nos dormimos abrazados y en el suelo.

Creo que por fin están todas las cosas aclaradas.

Gracias mamá.

1. Cómo terminar de enamorarse en 7 días - Trilogía 7 días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora