Capítulo Ocho - ¡Final!

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Sábado


Se estaba haciendo tarde. La ropa la tenía puesta. El peinado preparado. Los zapatos ajustados. Sólo era mi padre que no se apresuraba.

—¡Vamos, papá! ¡Estoy llegando tarde! —grité.

—¡Espera un poco! —escuché que algo estaba revolviendo en su cuarto, sin embargo, esperé en el living.

Lo oí caminar apresurado por el pasillo. Hasta llegó a llevarse una mesita, creo, puesta. De pronto, apareció en el living con una caja pequeñita. Se sentó delante de mí, bueno, en realidad se puso de cuclillas delante de mí. Tenía una sonrisa tonta en su rostro, parecía recién salido de la universidad y no sabía si pedirle o no matrimonio a su novia.

Sonreí hacia él.

—¿Qué es eso? —pregunté, apuntando con mi cabeza hacia la cajita.

—Esto —la abrió— fue el anillo de compromiso de tu madre. Quiero que lo guardes tú —sin pensarlo, mis ojos empezaron a aguarse. Me contuve, para no arruinar mi maquillaje.

—¡Oh, por Dios! ¡Papá! —chillé.

—Espero que lo guardes y protejas con tu alma —sonrió y yo le devolví la sonrisa. De un momento a otro, se puso serio—. Ahora vamos, si no llegarás tarde al cumpleaños de tu amigo.

Me sentía como un infante en una fiesta de infantes. Después de que mi padre me dejara en el pub, el cual estaba infestado por adolescentes y alcohol, miré a mí alrededor buscando a Nicholas y Amanda. Pero antes de que tan sólo pudiera voltearme para el bar, una mano masculina me hizo girar.

—Erick —susurré.

—Muy bien, acertaste —dijo, al tanto en que se tambaleaba para un costado. Borracho, pensé—. Ven aquí, quiero besar esos labios latinos —¿Qué coño? Cero sensualidad al decir eso y mucho menos cuando me agarró de la cintura con fuerza bruta e intentó acercarse a mi cara.

—¡Sal de encima mío, ahora! —gruñí ruda.

Ya me sentía como la mierda misma. No encontraba por ningún lado a mis amigos y ahora lo que me faltaba era que me acosara el capitán del equipo de fútbol.

—Sabes que soy mejor que Nicholas —le pegué en la zona baja ante escuchar ese pensamiento suyo. Él se tiró al suelo.

—Me tienes harta, Erick. La próxima vez que te me acerques te dejo sin miembro, ¿entiendes? —grité por encima de la música.

Caminé cerca de las mesas, tratando de encontrar a Nicholas y a Amanda. Cuando los divisé, los salude de mano. Mientras iba caminando, otra mano se hizo con mi hombro y me volteó. Antes de que pudiera reaccionar, unos labios se apoderaron de los míos con fuerza y sin sentimientos. Fue lo peor que pude haber probado en mi vida.

Erick.

Mientras él trataba de hacerse con mi boca, le mordí con suficiente fuerza el labio inferior como para que sangrara. Otra mano me tiró hacia atrás. Nicholas le pegó un puñetazo en la cara a Erick, haciendo que le rompiera la nariz. Oh, sí, vitoreé por dentro. Él se lanzó hacia atrás, rezongando del dolor. Yo me reí.

Erick miró con despreció a Nicholas y se marchó de allí.

—Hey, ¿te encuentras bien? —le pregunté.

Él me miró de reojo y se fue. Yo me volteé a mirar a Amanda, quien se encogió de hombros y me dio una señal para acercarme.

—¿Qué le pasa ahora? —pregunté.

—Mariana, ¿no lo has notado en todo este tiempo? —la miré como diciendo ¿qué cosa? Ella me miró con cara de culo—. Mariana, a él le gustas y mucho —sin evitarlo, me caí del asiento en el que me había sentado.

—¿Qué? —pregunté con un hilo de voz.

Miré hacia donde se había ido Nicholas. Central Park, pensé.

—Quédate aquí, Ami. Vuelvo enseguida —me paré del suelo y me dirigí corriendo con los tacones hacia el parque.

Corrí en todo el trayecto. Sin percatarme de nada. Correr era de vital importancia. Ahora entendía todo. Ahora entendía por qué sentía esas porquerías volando dentro de mí. Por qué sentía esa extraña conexión con él. Por qué... lo amaba tanto. Porque era cierto. ¿Por qué digo muchos por qués?

Corrí con una sonrisa en el rostro. Había valido la pena correr el martes con él. Sabía a la perfección cómo corría, así que supe cómo encontrarlo fácilmente. Sabía exactamente dónde encontrarlo.

La banca.

Seguí corriendo, alrededor de unas quince manzanas más. Hasta que pude divisarlo, ahí sentado, solitario. Ralenticé el paso y me acerqué hacia la banca, en donde él estaba cabizbajo.

—Hola —saludé desde donde estaba. Alrededor de cinco metros.

Él levantó la mirada hacia donde estaba yo con evidente sorpresa en sus ojos, pero luego los volvió a bajar, junto con su cabeza. Suspiré cansada. La corrida fue fatal, pero me sirvió para aprender que a veces el amor puede estar frente tus narices y que te puedes dar cuenta de ello justo en el último momento.

—Feliz cumpleaños, Nico — dije, con mucha dulzura.

—Gracias —contestó a secas.

—Hey —me acerqué hacia él—. No pasó nada entre Erick y yo. Ya lo mandé a la mierda, no te preocupes por eso. Am... —Continué, nerviosa— creo que... tendríamos que preocuparnos por, am... —¡estúpida, sin corazón!— nosotros — susurré.

Él levantó la cabeza al instante. Me miró primero sorprendido, luego con esa mirada que antes no sabía explicar, porque no sabía que sentimiento era. El amor. ¡Por Dios! Me sentía como una tonta. ¿Así era esto de estar enamorada? Qué cosa... pensé que era algo así como un touch and go.

—¿Qué has dicho? —sonrió.

Miré contenta a esos ojos azules. Antes de que pudiera contestar, lo callé con un beso. ¡Mi primer beso apasionado! Y me sentía sin experiencia. Puse mis brazos alrededor de sus hombros, mientras que él, me acercaba abrazándome de la cintura. Así que esto era enamorarse. Sentir lo que siento por él. Sentir lo que no siento por ningún otro.

—Te amo demasiado —susurró contra mis labios. ¡Qué hermoso!

—Yo también. Lo acabo de descubrir hace segundos, nada más —ambos reinos—. Sólo una cosa —me puse seria—. Me engañas y te corto los huevos —y él solamente rió a carcajadas.

Nos abrazamos al tanto en que nuestros labios se unían en un beso perfecto. Bueno, lo era para mí.

Encontré lo que tanto buscaba, por fin.

Un novio perfecto.

Y colorín, colorado, está historia mía, por fin ha acabado.

1. Cómo terminar de enamorarse en 7 días - Trilogía 7 días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora