Michelle recuerda aquella tarde como la peor de su vida. Una tarde soleada y llena de amargura. Una pesadilla. Su familia le comunicó la noticia con la mirada, y la, no tan inocente niña lo predijo con perspicacia.
No quiso al funeral, y se quedó resignada en casa recordando a su abuela Encarna. Lloraba sola, en silencio, y cada vez que una parte de ella encontraba consuelo, su alma era invadida por un ahogador sentimiento de culpa.
De repente, resonó todo el piso debido a un sonido proveniente de la puerta. Era el timbre. Los padres de Michelle le habían advertido de que no abriera su casa a nadie bajo ningún concepto. Era una chica lista, por lo que trató de no hacer el más mínimo ruido, y parar durante unos segundos su respiración. Esperó cinco segundos, diez, quince, y parecía que el individuo seguía ahí. Un minuto después, una grave voz masculina se refirió a ella:
-Buenas tardes, ¿me puede abrir?
La niña seguía callada.
-Sé lo que te sucede, Michelle, ¡Hablemos!
Aquella voz transmitía seguridad y confianza, no se dejaba engañar, pero... ¡Era tan tentador! Le invadía la tristeza y necesitaba ayuda. Se dejó conquistar por la desesperación, y, después de pensárselo varias veces, abrió lentamente.
Estuvo mirándole durante un rato incómodo que se le hizo eterno. Llevaba puesto una camisa color rojo anaranjado-el color favorito de Michelle- y un pantalón gris que resaltaba sus largas piernas. Era un hombre corpulento e impresionaba su mirada penetrante que parecía estar juzgándola. Se sentía pequeña y vulnerable a su lado. Después de pasados unos segundos, se atrevió a pronunciar las primeras palabras de la conversación:
-Buenas tardes. ¿Qué desea?
-Vengo de una famosa empresa que...
-Váyase, no quiero publicidad, y tenemos todo cubierto. Agua, gas, luz, electricidad...- Dijo la niña con aires autoritarios, pero el hombre permaneció allí, quieto.
-Por casualidad. ¿Se le ha muerto un familiar hace poco?
-Ehm... pues...
-Sí, lo sé. Tu cara te delata.
Michelle derramó una lágrima, que tras una larga travesía por su rostro, acabó en el suelo. El hombre le ofreció un pañuelo, y de manera afectuosa, le dijo:
-Si me escuchas podrás ver a tu abuela un poco más.
La niña le miró con esperanza. Se olvidó del posible peligro, y exclamó:
-¡¡¡Si, por favor, déjeme ver a Encarna, se lo ruego, le escucharé, le escucharé!!!
Pausadamente y aliviado de saber que había conseguido una clienta fácil e impresionable, el hombre dijo:
-Vengo a proponerte un negocio. Pero, quiero antes preguntarte algo...
-¡¡¡Si, si, lo que quiera usted!!!
-¿Qué darías por volver a ver a tu querida abuela?
-Pues...no sé...La verdad...
-¿Estarías dispuesta a dar lo que fuera?
-¡Si...supongo!- Michelle se empezaba a cansar de tantas preguntas, respondió rápidamente.
El hombre sonrió con malicia, le extendió un contrato y le sugirió que firmara si quería volver a ver a Encarna. La niña olvidó todo, y firmo el simple papel, que tanto significaría en un futuro. No leyó sus inconvenientes, ni sus datos, solo escribió rápidamente su nombre con impaciencia. El hombre le extendió una tarjeta, le estrechó la mano.
-Ha sido un placer hacer negocios contigo.
Y se fue, dejándola sola. Sin indicarle lo que debía hacer. Se quedó callada, mirando la cartulina blanquecina. En ella solo estaba escrita una dirección: Calle Hortensia 22. Todo parecía legal.

YOU ARE READING
La sala de las paredes blancas
Cerita PendekEsta historia es de hace dos años, espero que os guste. Trata sobre la superación de una niña por la muerte de su abuela. Es una historia corta, realista, pero a la vez, algo ficticio.