El día que nos marchamos a casa de mi abuela fue el peor día de mi vida. Ver a mi hermano llorando me partió el corazón pero dejar a Jaime me lo destrozó por completo.
Jaime y yo quedamos en llamarnos cada día de la semana a las nueve y media, ya fuese festivo o tuviésemos examen al día siguiente. Yo sabía que no sería lo mismo que hablar con él en persona pero que por lo menos no cortaríamos el contacto de golpe.
Al llegar a casa de mi abuela pagué al taxista, cogimos las maletas y nos bajamos. Llamamos a la puerta y nos abrió una señora de unos sesenta años, pelo rubio y vestida como una marquesa; mi abuela. La relación que teníamos con ella era bastante buena, íbamos a su casa todos los veranos.
- ¡Bienvenidos a vuestra nueva casa! - exclamó mi abuela; al ver que no decíamos nada, siguió - Seguidme y os enseño vuestras habitaciones.-
Estaban una en frente de la otra, las dos exactamente iguales. Antes de entrar, la abuela nos avisó de que la comida estaría para las dos y media, que si no teníamos hambre que no bajásemos, no hacía falta avisar.
Entré y cerré la puerta con pestillo. Me tumbé en la cama y a los pocos minutos me quedé profundamente dormida. Cuando me desperté ya eran las cuatro menos veinte entonces decidí guardar las cosas de la maleta en el armario. Saqué toda la ropa dejando a la vista dos fotos enmarcadas; las cogí y las coloqué en la cómoda de la cama. En una foto aparecíamos mis padres, mi hermano y yo cuando nos fuimos de viaje por primera vez y en la otra aparecíamos Jaime y yo cogidos de la mano en una parque, cuando éramos pequeños.
Cuando salí de mis pensamientos me di cuenta de que estaban llamando a la puerta y se asomó mi hermano.
- ¿Puedo pasar?
-Sí claro, pasa.
Mi hermano se sentó en la cama y yo a su lado.
-No me acostumbro a esto, echo de menos todo.- me contó
-Sabes, yo tampoco pero no queda otra. Ya sé que no es fácil. Yo también echo de menos a Jaime pero no podemos volver a allí. Lo mejor es olvidarse de todo y seguir adelante- Le contesté mientras se acurrucaba entre mis brazos.
Mi hermano y yo nunca, o casi nunca nos mostramos cariño; exceptuando ocasiones especiales y, sentí la necesidad de mostrarle que me tenía allí, que no estaba solo y que, aun que fuese más mayor que él, yo también iba a necesitar su ayuda.
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Sin finales felices
Short StoryParece mentira que un movimiento en falso pueda tener tantas consecuencias. Si lo piensas un segundo, a lo largo de tu vida tendrás que tomar muchas decisiones y, solo dependerá de ti elegir la correcta.