Capítulo III

75 3 4
                                    

 24 de diciembre, sábado, 17:00 p.m

Mis padres son unos aficionados a lo extremo, todo aquello que contenga riesgo, siempre está en su lista de cosas por hacer.

A mi me da mucho miedo, y no soporta la idea de que arriesguen su vida por qué, ¿por un récord?

Ni si quiera eso, simplemente según ellos "lo hacen para divertirse"

 Ellos dicen que no pasa nada, que estarán bien, pero yo no tengo la suficiente confianza en ellos para saber que no les pasará nada, quizá exagero. 

Mis padres emprenderán uno de sus viajes 'extremos' en pocos días, viajarán a una expedición de alpinistas en el norte de Los Pirineos, cerca de Francia. 

Ya han pasado unos días y no he vuelto a ver, bueno a sentir a la sombra que me lleva acechando este tiempo, aunque sea poco, se me ha hecho eterno. Y no voy a negar que me encuentro mucho mejor ahora.

― ¡Sarah! — Oigo que grita mi tía desde la distancia.

― ¡Baja y ven a ayudarme! ―Añade.

Salto de mi cama y dejo el libro que  estaba leyendo sobre la mesilla de noche, al lado de una antigua lamparilla, de la que proviene una luz preciosa.

Bajo de inmediato y un magnífico olor invade mis fosas nasales, dejando así que sólo el lujoso olor a Roast Beef  sea lo único que capte mi cerebro en estos momentos.

Muy típico de ella. Y además es una de las pocas personas que conozco a las que le salga bien.

― ¡Huele de maravilla! ― Le digo, y no miento.

― Los diecisiete te han sentado bien, eh.  Necesito que pruebes la salsa, Sahri.

Uf, se me había olvidado que me llamaba así. Por desgracia, es cierto ese dicho que afirma que muchas cosas nunca cambian. 

― No hace falta tía Mel ― Sonrío y continuo, quiero ver como una sonrisa se forma en su cara al llamarla así.  

 ― Estará igual que siempre. Nada ha cambiado mucho en esta casa.

― Tienes razón. Todo sigue igual que la última vez que vinisteis. ― Dice negando con la cabeza.

― Hace ya bastante, ¿eh? ― Digo con una sonrisa ladeada. ―  Te he echado de menos ―  Le digo con sinceridad.

― ¿Vas a probar la salsa o no? ― Me mira riendo.

Cojo una cucharilla de un cajón de la cocina,la hundo en la salsa  y me la  llevo a la boca, dejando así, que el sabor de la cocina tradicional de mi
tía invada mis sentimientos.

 ― Igual de rica que siempre, Mel. 

18:25 p.m

Todo ha quedado perfecto, mejor de lo que imaginaba.

Hemos preparado toda una cena llena de platos magníficos.

Nochebuena en casa de los tíos es genial, o así es como la recuerdo.

21:55 p.m

  ― Todo está buenísimo — dice mi madre. Como siempre,intentando ser amable.

  ― Melissa resopla y sonriendo añade: «¿Y qué esperabas si no?»

Llevamos mucho tiempo hablando sin descanso, empezamos con un tema que nos lleva a otro y otro y así sucesivamente.
Hasta que todos acabamos riendo y mi nueva cámara se llena de recuerdos magníficos.

Sí, nochebuena en casa de los tíos es  genial,tal y como la recordaba.

25 de diciembre, domingo 9:00 a.m

Suena mi alarma.

"Aleluya, aleluya" canturreo en mi mente. Por fin es Navidad. 

Mientras pienso en ir a la habitación de Alice a despertarla, mi puerta se abre y da paso a mi hermana, con su entusiasmo matutino.

Sorprendentemente nos comunicamos sin decir palabra. Bajamos a toda prisa por los escalones recién barnizados y aterrizamos en la alfombra cubierta de regalos.

Cajas grandes, pequeñas, envueltas, con grandes letreros ... De todos los tipos y colores. 

  ― ¡Alucinante! ―  decimos las dos al unisono.

Tras reirnos varias veces, empezamos a toquetear todos y cada uno de los regalos.

Adornos y luces se pueden ver por todo el salón, y un pequeño, pero potente sol ilumina la sala.

9:06 a.m

Mis padres se acercan tambaleándose por el  pasillo. 

  ― ¡Hora de abrir los regalos!― dice Dylan ¿Saliendo de la nada?

Ese hombre está loco.

Le partiría cada una de sus piernas en mil pedazos, y le cortaría los dedos uno a uno. Sin olvidarme de sus brazos, claro, que los masticaría entre mis dientes. Le haría tragar su propia mierda y le obligaría a cortarse las venas. Le aplastaría la cabeza entre mis pies y como firma y recuerdo del acto, guardaría entusiasmada su puta oreja izquierda.

«Qué? »
No sé qué me pasa, y no puedo más. ¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué todo ha cambiado tan rápido? y ahora mi mente piensa cosas que no quiero hacer ni  sentir, ni tener constancia de ellas. Quiero que todo vuelva a ser como antes. Sé que no hay ninguna "sombra" que me acecha, ni ningún "ser " que quiere arruinarme, solo estoy yo. Y lo más probable es que mi subconsciente se invente chorradas como que hay alguien que me controla, para poder manejar la situación, pero solo estoy yo, yo soy la única que se comporta de esta forma bipolar, y la única que piensa, hace y actúa de esta forma, nadie más lo hace por mi, nadie.  

Rompo a llorar, y las lágrimas descienden por mis mejillas.

Todos me miran y por unos momentos no sé qué decir.

El eterno silencio se rompe cuando balbuceo lo primero que pasa por mi cabeza.

― ¿Dylan, estás bien? ― Pregunto secándome los ojos en la camiseta de pijama ahora empapada.

Él sonríe y me aprieta entre sus brazos, supongo que estará tan sorprendido como yo pero sé que no quiere que lo pase peor.

―  Estamos todos bien, pequeña. ― dice consolándome. 

Y ante ese gesto tan bonito le abrazo con fuerza y una sonrisa se dibuja en mi rostro, olvidando lo anteriormente sucedido.

14:15

Llamamos al timbre desde el portal de la gran casa. Es inmensa. 

Unas enredaderas rodean una gran parte de la casa de ladrillo, y cuando la puerta se abre aparecen Abbie y Dustin Collins, mis abuelos. 

La ultima vez que los vi tenía alrededor de tres años, y los únicos recuerdos que tengo con ellos son cuando me perseguían por el ancho pasillo intentado atraparme para comerme.

"Intentando atraparme para jugar conmigo" ― Me recuerdo de forma brusca. No voy a caer en la trampa.

Ellos se quitan las viejas gafas al mismo tiempo, y por un momento me río, ante lo que parece telepatía.

Agudizan la vista y me miran con cara extraña.

No se acuerdan de mi, y no me sorprende.

  ― Soy... ―  Intento presentarme, pero antes de que pueda decir cualquier otra cosa, Abbie, mi abuela abre los brazos y me acoge en su pecho al mismo tiempo que grita mi nombre con entusiasmo.

Yo sólo río y le devuelvo el abrazo.

― Y tú eres la pequeña Alice, bueno, ahora no tan pequeña Alice ―  Dice mi abuelo con decepción.

Alice le mira con cara de "no es mi culpa haber crecido" y se encoje de hombros para exagerar aún más sus gestos.

Under My BedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora