2. "Marilyn Monroe"
Mi vida se podía definir perfectamente con una sola palabra: mierda. Traté de pasar desapercibida en el instituto pero me fue imposible. El capullo que conocí el primer día me miraba desde lejos, pero nunca me llegaba a hablar; ni una sola palabra. En el trascurso de una monótona semana y 5 días conocí a una chica. Su nombre era Olivia Miller. Comparada con mis anteriores amistades, ella era muy dulce. Demasiado diría yo. Pero se le veía buena gente y a plena vista se podía ver que no tenía maldad. Su cabello era rubio con unas perfectas ondas y su piel parecía ser de porcelana. Al principio no me convencía la opción de llevarme con ella. No parecía ser de mi círculo. Pero en unos pocos días me demostró, no que fuésemos a ser amigas, sino que nos podíamos llegar a conocer.
-Olivia, no intentes convencerme. No voy a ir a ninguna parte. –dije firmemente, pero de poco sirvió para la insistente rubia que se encontraba al otro lado de la línea intentando convencerme para ir a un bar del centro.
-Oh vamos April, será divertido.
-No sigas con eso. Sabes perfectamente que no va a ser divertido.
-Está bien, no va a ser divertido –cedió la chica- pero pasaremos el rato. No me obligues a ir a tu casa.
-Está bien. Nos vemos en 20 minutos en la puerta del bar. –y colgué la llamada sin escuchar ninguna replica por su parte sobre que en 20 minutos no se podía arreglar.
(...)
Nos sentamos en una mesa pegada al ventanal y debajo de una estufa, ya que en una noche de diciembre no hacía mucho calor. Olivia llevaba puesto un vestido gris con unas medias negras. Mientras que yo me limitaba a llevar una blusa holgada granate junto a unos jeans grises. En muchos aspectos, y sobre todo a la hora de vestir, aquella chica y yo éramos completamente diferentes. Nos disponíamos a empezar a comer cuando un chico de cabello oscuro y tez morena se sentó junto a Olivia.
-Hola preciosa. ¿No me vas a saludar? –le dijo con tono pícaro. Olivia solo se sonrojó de sobremanera y agachó la cabeza para que pasase desapercibido.- Vamos, el otro día en la fiesta no te había comido la lengua el gato. De eso me encargué yo.
Olivia estaba a punto de explotar y el chico no paraba de meter cizaña. Parecía que le gustaba provocarle.
-¿No ves que la estas molestando?- le dije al chico quien me miró con asombro seguido de una notable marca de furia en sus ojos. Parecía que la gente estaba muy bipolar.
-¿Quién cojones eres tú para meterte en asuntos que no te incumben? ¡Metete en tus putos asuntos! –Olivia ahogó un grito de sorpresa al escuchar el lenguaje de aquel chico.
-Me importa una mierda de quien sean los asuntos. La cosa es que la estas molestando y a mí también.
-¡Dime tu puto nombre! –se levantó con brusquedad.
-¡¿A ti que mierdas te importa?! –Olivia observaba la escena como el resto de los pocos comensales que estaba allí.
-¡Dímelo!
-Relájate Ben –una voz grave sonó a mis espaldas. Me sonaba aquella voz, pero no podía reconocer de quien era. – Ella es April Sellers.
El semblante del chico cambió a una radiante sonrisa y rascándose la nuca me extendió su mano.
-Siento la escenita. Soy Ben. –Cogí la mano con asombro. ¿Y a que se debía ese repentino cambio de humor? ¿Quién era la voz que se encontraba a mi espalda? Y lo más importante, ¿Cómo sabía mi nombre?
-Encantada, soy...Bueno, creo que ya sabes mi nombre. –dije con las palabras entrecortadas. Y acto seguido me giré para encontrarme con el mujeriego que traía de vuelta y media a todas las chicas del instituto. Me giré para encontrarme con el mismísimo Luke Hemmings. El rubio se encontraba de pie con los brazos cruzados sobre su pecho y una sonrisa socarrona al observar mi asombro.
-Hola April –dijo con una media sonrisa.- Soy Luke Hemmings.
Y juro, que en ese momento no sabía qué hacer.
-Hey Luke ¿Qué tal si nos quedamos a cenar con estas preciosidades?
(...)
El camino a casa lo hice sola. Hemmings se fue a mitad de la cena sin decir nada. Y a los cinco minutos, Ben le susurró algo inaudible para mí, pero fue lo suficientemente convincente para Olivia como para dejarme sola. Llegué a casa y como de costumbre, no había nadie. Me quité la ropa con pereza y me puse una camiseta de mi padre. Me costaba bajar los escalones, las piernas me pesaban y mi cabeza solo era un gran susurro. Me senté en una de las sillas de la cocina y apoyé mi cabeza entre mis manos. Me pesaba todo el cuerpo y no sabía la razón. Estaba a punto de subir con dificultad el último escalón después de haber estado hasta las 4 de la madrugada viendo la televisión, cuando escuché la puerta. De ella entró una figura alta, pero retorciéndose de dolor. Dicen que la curiosidad mató al gato. Pero si yo fuese el gato me habría suicidado al ver la realidad. Encendí la luz tenue que alumbraba las escaleras para ponerle nombre a aquella figura malherida y le vi. Adam estaba apoyado con una mano en la pared para no perder el equilibrio mientras toda su cara y partes de la camiseta estaban cubiertas de sangre. Hubo un momento en el que me miro suplicando ayuda, pero de su boca no salió ni una sola palabra. Reconozco que tuve un momento de debilidad en el que me plantee ayudarle. Pero me di media vuelta y terminé de subir el escalón aun con pesadez.
(...)
Me desperté por la poca luz que entraba por mi ventana. Eran las 6 de la mañana, y por ende solo había dormido 2 horas. Pero me dio igual. Me vestí con una sudadera con capucha negra, unos leggins negros y unas playeras deportivas grises. Recogí mi cabello en una coleta alta y sin ningún cuidado de despertar a alguien, salí de mi casa.
Desconozco cuanto tiempo llevaba corriendo y de la misma forma desconozco a donde me dirigía. Pero llegué a un suelo de madera a las orillas del rio y fatigada me senté allí. Saqué un cigarro y lo coloqué entre mis labios. Lo encendí para poder aspirar el humo que me hacía liberarme de todo. Lo fui soltando poco a poco mientras la brisa de una mañana de invierno me pegaba en la cara.
-¿Me podrías dar fuego? –un hombre completamente desconocido yacía sentado a mi derecha y con una mano extendida. Yo solo asentí y le di el mechero. Observé como le daba fuego a su cigarro y me volvía a entregar el mechero. El hombre era de unos 40 años y vestía con unos vaqueros y una cazadora de cuero marrón. Su cabello era corto y castaño.
-¿Cómo es que una chica tan joven como tu está sola y fumando en un sitio casi intransitado? –no supe que responder a su pregunta y solo me encogí de hombros para volver mi vista al agua.
-Sólo necesitaba estar sola. –respondí después de unos minutos en silencio.
-¿Sabes? Marilyn Monroe fue una gran mujer. –dijo de la nada aquel hombre.
-¿Qué quiere decirme con eso?
-"Prefiero la tranquilidad de la soledad que la decepción de una mala compañía" –y sin decir nada más se levantó y se fue.
Y nunca más he vuelto a saber de aquel hombre.
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Odio. (Luke Hemmings)
Fanfiction¿Nunca te has preguntado como una persona puede escapar de su vida? Yo sí. Y muchas veces. Pero, por más que me cueste, la única opción de escapar es desaparecer. Y lamentablemente, eso no entra entre mis opciones. Mi vida es un completo desastre. C...