capitulo 6

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Cuando ya el conde se había ido, Serena fue consciente de que la besó en los labios.

Permaneció contemplando las estrellas y pensando que era lo más maravilloso que le había sucedido.

Fue desde antes que comprendió cómo todo su cuerpo vibraba hacia él.

Cuando rezara por el conde en la capilla, su oración tuvo origen en lo más profundo de su corazón.

Sin embargo, de alguna manera, hasta ese momento no había pensado en él como un hombre que se sintiera atraído por ella y que pudiera amarla.

Comprendió así que su más ferviente anhelo era ser dueña del amor del conde.

¡Por supuesto, lo amaba!

¿Cómo podía no hacerlo cuando era tan diferente a cualquier otro hombre que hubiera conocido y tan apuesto que parecía un dios griego?

Aparte de eso, llevaba algo en su interior que respondía a todo lo que el conde decía, a cada movimiento que hacía y ahora, a sus labios.

— ¡Lo… amo! —dijo a las estrellas y pensó con desaliento que él nunca la amaría.

La besó, pero lo hizo sólo con la ternura que se besa a un niño.

"Soy demasiado joven, demasiado inexperta para él", se dijo. "Además, no pensaría siquiera en enamorarse, considerando la difícil posición en que se encuentra en este momento".

De alguna manera, pensó, debería convencerlo de que le permitiera quedarse y ella podría, con ayuda de Artemis, encargarse de que eso no le costara a él nada.

Al menos los animales de su zoológico podrían salvarse; no obstante, sabía que el conde ambicionaba mucho más que eso.

Quería que su mansión volviera a ser tan magnífica como en los tiempos de su padre y su abuelo.

Ella tenía dinero, ¿pero cómo decirle al conde lo acaudalada que era?

Sabía que hacerlo significaba herir su orgullo y volverlo más agresivo aún debido a sus carencias.

Repasó en su mente el problema una y otra vez hasta que, sin proponérselo, se quedo dormida.

Serena, al despertar descubrió que el conde estaba de pie junto a su cama.

Al mirarlo, él se sentó al borde, frente a ella.

No llevaba consigo una vela, porque estaba amaneciendo.

Su silueta se recortaba contra el dorado traslúcido del sol naciente.

La luz penetraba lentamente en la habitación y aun cuando para ella era todavía difícil verle con claridad el rostro, él sí podía ver el suyo.

—Está preciosa esta mañana —dijo con ternura.

Todo lo ocurrido volvió a la mente de Serena.

— ¿Qué… sucedió? —preguntó—. ¿Qué… hizo?

El conde enlazó su mano a la de ella.

— Artemis me ayudó a meter el cadáver de mi primo en la casa —contestó—, y ahora se fue a la aldea para recoger al doctor y averiguar si hay un féretro para poner el cuerpo de Seiya.

Su voz se hizo más profunda al agregar:

—Es un cuadro desagradable y cuanto menos gente lo vea, mejor.

Los dedos de Serena apretaron los del conde.

— ¡Ahora… está su señoría… a salvo!

—Así es y te lo debo a ti —la tuteó—. Si no hubieras evitado que abriera la puerta del frente, yo habría salido pensando que uno de mis tigres estaba herido.

Amor en el circo(Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora