Capítulo tres: No se quien eres.

76 5 0
                                    

Siendo sincera tenía miedo. No sabia quien era este chico rubio de ojos azules. No dejaba de sonreír en mi dirección. Yo sólo podía mirarlo con rareza.

¿Traje el gas pimienta? Si, creo que lo traje.

-Vamos no te arrepentiras. Solo te llevare a casa.

-Esa es una de las típicas frases que dicen los violadores, asesinos, psicópatas, entre otros.-ni loca subiría a ese auto.

-Vamos preciosa. Yo sólo quiero llevarte a tu casa.-sonrio.-O tal vez a la mia.-murmuro, pero pude escucharlo.

Sin decir una sola palabra seguí mi camino. Escuchaba como maldecía desde el auto. Admito que es molesto caminar con la ropa mojada, pero prefiero una y mil veces caminar de esta manera que subirme en el auto de un idiota pervertido.

Me detuve a comprar un helado, no sabia el nombre de este sabor. Era de un color celeste muy intenso, casi turquesa. Su sabor era de otro mundo. La brisa de otoño me golpeó en la cara. Si, estoy loca. Que mas da.

Una cuadra más y al fin estaré en mi casa. Estaba a unos cuantos metros de llegar, un auto rojo estaba estacionado, también el de mamá. Tomé las llaves de mi mochila, la inserte en el cerrojo, antes de que pudiera dar la vuelta la puerta se abrió.

Mamá me miró, puso su típica expresión de  preocupación. Ella me inspeccionó de arriba hacia abajo, y viceversa. ¡Oh! La ropa mojada.

-Larga historia.-posicione mejor la mochila que colgaba por mis hombros.

-Luego me lo cuentas todo. Ve a darte una ducha, tenemos una visita.

Obedecí sus ordenes. Exprimi toda mi ropa y luego la puse en el cesto. Comencé a lavar mi cabello con el delicioso shampoo de vainilla. Fregue cada parte de mi cuerpo hasta que estuviera totalmente limpio.

Seque mi cuerpo, coloque mi ropa interior. Desidi ponerme un vestido blanco con estampado de hojas marrones, unas sandalias estilo gladiador y un saco de mezclilla. Extraje la humedad de mi cabello y lo deje caer sobre mi espalda, pequeñas ondas se formaron en la parte inferior. Perfume y lista.

Baje las escaleras, fui a la cocina antes que nada. Unas galletas de avena y un delicioso vaso de leche llenaron mi estomago. Ya con fuerzas recargadas me dirigí a la sala, un hombre con cabello plateado estaba sentado mirando a mi madre.

Cuando ya estaba allí el hombre no dejaba de mirarme.

-Cariño el es...-el hombre se levantó de un tirón y extendió su mano.

-Soy Theo. Es un placer.

-Hola. Soy Acacia.-dije sin entender nada.

-¿No te acuerdas de mi?-en sus ojos había tristeza.

-Theo, no la preciones.-mamá estaba a mi lado, la miraba de vez en cuando.

-Theo Onisse.-ahora sabia quien era.

-Qué yo recuerde el hombre que se nombro mi padre no tenia hermanos.

-No Acacia, yo soy tu padr...-no quería escuchar esa palabra. Sentía rabia.

-Usted no es mi padre. Yo diría que el murió o algo así.-respiré con pesades, soy fuerte.-¿Sabe usted la definición de padre?-el silencio se hizo presente. Era mi momento de atacar como sabía hacerlo.

-Cariño.-la mano de mi madre estaba sobre la mia. No guardaría silencio, ya lo guarde durante mucho tiempo.

-La definición que esta en el diccionario es varón que engendra. Desde mi punto de vista eso esta mal escrito. ¿Sabe el por que?-aguarde un segundo y prosegui.-No, no lo sabe. Porque el que engendra es un maldito donador de esperma, el verdadero padre es aquel que cría y ama a sus hijos. No es el que abandona.

El Cuerpo Perfecto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora