Capítulo 1. Soledad forzada

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Mi infierno se intensificó con la llegada de la pubertad.

Se podría decir que mi vida nunca fue fácil, que no fue un camino de rosas, ni siquiera en la infancia. Sin ir más lejos, mi infancia fue bastante dura.
No ha sido como la de cualquier niño, llena de amor y felicidad, para nada, todo lo contrario.

Todo comenzó con la separación de mis padres. Aquello me destrozó, ya que estaba acostumbrada a ser una niña feliz, risueña, una niña que tenía a sus dos padres a su lado, que la querían y la mimaban, ya sabéis, una niña normal con una infancia de cuento.

La pérdida de mi padre fue bastante dura, fue un baño de agua fría, tuve que dejar de verle y empezar a ver a mi madre con otros hombres, hombres que no eran mi padre. Aquello me marcó muchísimo, sin duda alguna. No sabía nada de él, dónde estaba, si se acordaba de mi o si me seguía queriendo. Debido a la necesidad paterna, llamaba papá a todos los hombres que entraban en mi casa. Quería tener una familia estable de nuevo, una familia unida, en la que todos se cuidan y se quieren. Echaba en falta ese afecto, tanto maternal como paternal.

Todas las noches escuchaba ruidos que no comprendía, pero con el paso del tiempo supe que eran gemidos. Ya era algo que formaba parte de mi rutina.

Una de las nuevas acciones añadidas durante mi infancia fue el desayunar cada día con un hombre distinto, ir a clase sola y hacerme la comida desde los doce años.

Desde que mi madre lo dejó con Ben, nuestra relación se enfrió aún más. Cada noche era un hombre distinto y eso nos afectó tanto a mis hermanos como a mi. La pérdida también tuvo consecuencias en ella, ya que no pudo superarlo y fue buscando el amor que Ben la daba en cientos y cientos de hombres, pero nunca lo encontró. Ningún hombre era igual al que ella había perdido.

Todo eso me rompió impidiendo que me socializase. Desde que perdí al que fue mi segundo padre durante años, no he vuelto a ser la misma. Me encerré aún más en mi y no volví a relacionarme con los de mi al rededor. Sólo lo hacía con los de mi pandilla y algún que otro chico del instituto. También caí en las drogas y el alcohol. Iba a todas las fiestas habidas y por haber y bebía siempre que podía. También compraba marihuana y cualquier tipo de droga que me vendiesen, ya que no le hacía ascos a nada.

Con el tiempo también dejé de hablar con los de mi instituto, hasta tal punto de no hablar con nadie. Con absolutamente nadie. Vivía constantemente en una burbuja que yo misma había creado, en un mundo paralelo en el que nada ni nadie me decepcionaba o me hacía daño.

Estoy bien [LS 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora