CAPÍTULO 2

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Alexandra

Suena el despertador a la siete y media de la mañana como cada día de la semana durante estos últimos tres meses. Me tapo la cara con la almohada y aprieto fuerte para no escuchar, pero ese ruido ensordecedor me hace estirar el brazo y darle un golpe al objeto que lo produce. Después de dar varias vueltas en la cama, me levanto. Mientras me pongo las zapatillas, miro la alarma tirada en la mesilla y me fijo en el calendario que está a su lado. Diciembre. Diciembre otra vez. Va a hacer un año desde que conozco a Alan y llevo tres meses sin verlo. Ese pensamiento me produce un dolor en el estómago y rápidamente lo alejo de mí.

Es sábado, así que no tengo clase en la universidad, pero ahora que ya tengo el hábito de salir a correr, no voy a dejar de hacerlo.

Aún no me acostumbro a este camino. Echo de menos el mar, el batir de las olas contra las rocas y el olor a sal que inundaba mis fosas nasales. Descansar en el muro que daba a la playa y no aburrirme de admirar el océano. Ahora todo es diferente, sin embargo, me siento feliz.

El hielo que se formó durante la noche debido al frío, cubre todo el césped del parque y el paseo de cemento que recorro, así que tengo que tener cuidado de no resbalar.

Voy pensando en cómo ha cambiado mi vida en este año, y más durante los últimos meses. Siempre creí que lo bueno de llegar a un sitio nuevo es que nadie conoce tu pasado, lo malo, que hay que hacer amigos, algo que se me da fatal. Eso era lo que más me aterrorizaba de venir a estudiar a la capital. Estaba realmente asustada. Todo era desconocido para mí, nunca había tenido que vivir sola, pero al estar con mi padre era como si lo estuviera.

Aunque parezca increíble, a las dos semanas ya estaba perfectamente adaptada y ya había hecho mi grupo de amigos. Un mes después, conseguí un trabajo en una cafetería del barrio. Me propuse cambiar, ya que no quiero estar sola toda la vida y, puedo decir que voy por un bueno camino.

De noche, mis dos mejores amigas de aquí, vienen a mi casa para vestirnos juntas, ya que hoy saldremos de fiesta. Este es nuestro último fin de semana antes de encerrarnos a estudiar para los exámenes, y lo vamos a celebrar.

Delaia, pelirroja de ojos verdes con muchas pecas y de estatura media, se encuentra sentada en la cama mientras termina de colocarse los tacones. Triana, de pelo negro, piel muy pálida y ojos azul cielo, está ultimando los últimos detalles de mi peinado.

—¿Nos vamos? —pregunta la primera.
—Venga. —contesto.

Las tres cogemos nuestros respectivos bolsos, después de revisar si lo llevábamos todo, y salimos de casa.

La temperatura de la noche es muy baja, pero no siento ese frío húmedo de mi antigua ciudad que te calaba en los huesos.

—Bueno, hoy vamos a ligar ¿No? —pregunta Delaia después de que el camarero nos traiga las bebidas.
—Siii —contesta Triana mientras da palmas y se ríe.
—No —digo. Y automáticamente doy un trago a mi consumición.
—¿Cómo que no? —cuestiona la primera. —Desde que te conocemos no te hemos visto con un chico —comenta Triana —hoy es el día.
—No estoy de humor.
—Venga Al —dice Dela.

Es cierto, no estoy de humor para estar con chicos. Además que nunca he ligado, es algo que intento evitar. No me siento cómoda y prefiero no hacerlo, estoy muy bien como estoy.

Un par de horas después y varias copas más, Triana dice que es hora de ir a la discoteca y bailar. Cuando me levanto, mi cuerpo se tambalea y tengo que sujetarme a la mesa para evitar caer. Por el camino, las tres vamos agarradas y riéndonos de cualquier tontería.

Cuando ya llevamos varios minutos dentro, noto que alguien me da un golpecito en el hombro y me doy la vuelta.

—¿Estáis las tres solas? —pregunta un chico rubio y muy alto.

A veces te amo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora