CAPÍTULO 1
Corrían tiempos difíciles y ya nada era como antes. Las reuniones con abundante comida, ropa siempre nueva en los armarios, salidas al centro comercial o ir a la feria en tiempos de fiesta se habían convertido en situaciones muy esporádicas o incluso impensables, según para quién. Las asociaciones de vecinos y los centros culturales habían pasado a ser una especie de asilo para los jóvenes, sobre todo en verano, cuando éstos ya habían terminado las clases y sus padres, que seguían trabajando y raras veces tenían vacaciones, no querían que sus hijos pasaran las horas muertas en la calle sin nada productivo que hacer.
Éste era el caso de Daniela, una jovencita de 15 años “simpática y alocada”, como ella misma se definía. Daniela era hija de Donovan, un irlandés de 42 años, alto, robusto y de cabello cobrizo, y de Alison, una mujer inglesa rubia y algo entradita en carnes, cuyos ojos de un precioso color azul claro hacían que aparentara, al menos, cinco años menos de los que en realidad tenía. Daniela también tenía un hermano dos años mayor que ella, Conor. Conor era idéntico a su padre; pelo cobrizo, de constitución fuerte y un poco más alto que la mayoría de los chicos de su edad. Y como era normal, se pasaba el día chinchando a su hermana pequeña.
Daniela, sin embargo, era de una estatura media, delgada, de pelo castaño oscuro y ojos de un precioso color verde jade que podía conseguir que hicieras cualquier cosa por ella con solo mirarte. Pero aparte de esto, Daniela era una chica normal. Le gustaba vestir con ropa cómoda: vaqueros, camiseta y unas Vans era con lo que mejor se sentía, sacaba buenas notas (aunque Geografía era lo que peor llevaba) y, aunque a regañadientes, ayudaba en casa de vez en cuando.
- Daniela, vamos ¡date prisa! ¡Vamos a llegar tarde! – se escuchó a Alison desde la puerta de entrada de la casa.
- ¡Ya voy mamá, casi estoy lista! – gritó Daniela desde su habitación en el piso de arriba.
Después de cinco largos minutos, se vio aparecer a Daniela por la puerta, con un vestido satinado rosa, por encima de la rodilla y con unos adornos negros que bordeaban la cintura y el costado hasta el pecho y terminaban con ese dibujo en forma de un solo tirante. Iba preciosa. Todos se quedaron atónitos al mirarla, hasta que, como no podía ser menos, Conor rompió el encanto del momento:
- Pero bueno enana, ¿y los zapatos? – dijo con un tono que sorprendentemente no sonó a burla, a pesar de que sabía que Daniela odiaba que le llamara enana.
- ¡Conor no empieces! Tengamos la fiesta en paz, por favor. – dijo su madre.
- Tranquila mamá – contestó muy segura Daniela. – A ver, pesado, te lo voy a explicar una sola vez, a ver si lo pillas. Yo NUNCA llevo zapatos de vestir, así que si quiero llegar andando a la graduación, mejor será que me los ponga justo antes de bajar del coche ¿entiendes? – dijo mirando a su hermano de forma que sólo ella sabía hacer para que pareciera idiota.
- Si, tranquila, lo entiendo. Es más, si quieres puedes agarrarte a mi hasta que lleguemos a tu sitio, frente al escenario. – respondió Conor más serio que nunca.
- ˂˂ “¡Pero bueno! ¿Qué diablos le pasa a este chico? ¿Acaso de repente se ha vuelto un santo?”˃˃ - pensó Daniela mirando extrañada a su hermano.
Pero decidió no hacerle caso. Así que montó en el coche y dejaron atrás su casa en Derby Road para dirigirse hacia el instituto que se encontraba a tan solo diez o quince minutos andando, aunque normalmente Daniela tardaba cerca de media hora en llegar, ya que iban “recogiendo” al resto de compañeros que también vivían cerca e iban andando a la escuela.
El instituto en el que estudiaban Conor y ella, el “St. Edward’s College” era uno de los mejores del lugar. Tenía montones de aulas de aprendizaje, salón de actos, gimnasio, pabellón de deportes, piscina, teatro y aulas de cocina, tecnología e informática. Nada mal para un sitio como Romford.
Romford es una pequeña localidad en el noreste de Londres, Inglaterra, con unos 36000 habitantes; pero a pesar de no ser excesivamente grande, es bastante práctico. Tiene colegios, institutos, parques, centro comercial… En definitiva, es un lugar donde se puede vivir holgadamente sin el frenetismo de la capital.
No tardaron mucho en llegar a la escuela y aún faltaba media hora para que diera comienzo la graduación, así que aprovechando que no había mucha gente, Daniela se calzó sus zapatos negros de tacón y fue muy despacito a buscar su sitio en el patio de butacas que habían preparado para la ocasión. Segunda fila, tercer asiento a la derecha. Perfecto, no tendría que sortear más que a dos personas y estaba realmente cerca de las escaleras que conducían al escenario. No debería tener ningún problema en llegar sana y salva hasta allí y que aquel “maravilloso día”, como llevaba llamándolo su madre desde el principio de curso, no acabara siendo el fatídico día en que Daniela Kindelan hizo el ridículo delante de todo el instituto y se fracturó el pie.
Faltaban solo 10 minutos para que diera comienzo la gran gala de graduación de los estudiantes de último curso de enseñanza básica cuando apareció Donovan Kindelan, el padre de Daniela y se acercó a su hija con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Princesa! Pero qué guapa estás… - dijo medio sollozando.
- Gracias papá. Pero por favor, no me llames princesa… Vas a avergonzarme.
- Lo siento cariño, solo venía a desearte suerte. Nos vemos en el escenario en un momento.
- ¿Qué? ¿Cómo que nos vemos en el escenario? ¿No pretenderás salir conmigo a recoger el diploma, verdad papá?
- No cielo, claro que no, ya eres mayorcita para ir tu sola. Mucho mejor que eso. Este año seré yo quien entregue los diplomas de graduación a los del último curso. ¿No es fantástico?
- Sí, claro papá… fantástico… - dijo la joven contradiciendo totalmente sus pensamientos.
Había llegado el momento. Todos los alumnos estaban en sus respectivos asientos, los padres empujaban intentando conseguir el mejor sitio cerca del escenario para fotografiar ese gran momento de la vida de sus ya no tan pequeños hijos, el director había dado un pequeño discurso de bienvenida de unos 3 minutos, que a la mayoría de los presentes, incluyendo los padres, les había parecido una eternidad…
- Y ahora señoras y señores, el momento que todos estábamos esperando, la prueba de que nuestros pequeños pasan la barrera, de que a partir de ahora empezarán a convertirse en adultos. Y para ello den un fuerte aplauso a nuestro profesor de Informática, ¡Donovan Kindelan!
- Gracias Director Mcenroe. Bien, vamos a dar comienzo con la graduación del último curso de las enseñanzas básicas. Os iré llamando uno a uno y pasareis a recoger vuestros diplomas ¿de acuerdo?... Linda O’brian, Michael Terry…
Uno, dos, tres… la espera se estaba haciendo eterna para Daniela. Y de pronto…
- Señores, como sabrán este es muy especial para mí. Les pido que den un fuerte aplauso… ¡Daniela Kindelan!
Los vítores fueron estruendosos. Jamás Daniela había pasado tanta vergüenza. Sus amigos, compañeros de clase, padres, profesores… ¡nadie le quitaba el ojo de encima!
- ˂˂”Sí, fantástico papá. Si hubiese habido alguien pendiente de otra cosa… ya está pendiente de mí. No tengo escapatoria, lo verá todo el mundo…”˃˃ - iba pensando Daniela de camino al escenario, cuando de repente…
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EL LEGADO DE DANIELA KINDELAN
Teen FictionDaniela es una chica de 15 años, nacida en Londres, a la que actualmente le preocupa todo lo relacionado con el verano que está por venir y con Derek, el amor de su vida. Pero la vida de Daniela dará un giro de 360º cuando descubra que no a estado s...