Capítulo 4

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En las carpetas que me dieron el mismo día que acepté el caso hallé suficiente información sobre Steve O'Donell. Su primera víctima fue una estudiante de trece años, la encontraron en el baño de su colegio. Yacía en el suelo, con moretones en la cara; parcialmente hinchada, cortadas en el cuello y pecho. La segunda fue una adolescente de quince años de edad, encontrada en el patio trasero de su propia casa, con los mismos moretones y cortadas. Descubrí que sus víctimas tenían las mismas heridas, exactamente en el mismo lugar: cara, cuello y pecho. Y no lo estaba haciendo por orden de edad, ni de mayor a menor, ni de menor a mayor. La tercera fue de doce, la cuarta de dieciséis y por último la de catorce. Tampoco había un patrón.

Con referencia a información personal de O'Donell, su vida no fue fácil. Nacido en el noventa y seis, un veinte de abril. Su hermano gemelo no logró lo que él superó: el llanto de la vida. De padres extremadamente ricos. Se consumió en una depresión inmensa por la muerte de su madre. A escasos once años, vio a su padre arrastrando a su madre por los pasillos. Llevándola a la habitación, donde sería sometida contra la pared, los dedos de su siniestro esposo alrededor de su frágil cuello. Ella luchó pero, no sobrevivió. Él la vio morir.

—¿Dormiste? —me preguntó Jess con sus ojos medio abiertos.

—No.

—¿Y si duermes?

—No.

—Deberías dormir, Dan.

—No —repetí.

*****

La lluvia hacía borrosa mi visión por el parabrisas. Es extraño que llueva siendo junio. Iba conduciendo por hora y media. La casa de Steve yacía en las afueras de la cuidad, ahora eran escombros.

Vi desde la distancia la escambrosa casa. Las únicas cosas que permanecían en su lugar eran las paredes y el techo, evitando que la lluvia pudiese mojar cualquier cosa que me pudiera servir. Estacioné el auto a lado de la casa. Un Jeep negro. No tenía un traje impermeable, ni un paraguas. Por lo tanto, estaba al descubierto para que las grandes gotas me pudiesen tocar la piel. Antes de llegar a la puerta, que era inexistente, estaba mojado hasta mis calcetines.

Pase el umbral de la casa, mis piernas temblaban. Los muebles reposaban destruidos como si alguien antes de irse de este lugar hubiese desatado su ira contra ellos. Entré en una habitación que supuse que era la de sus padres. El colchón de la cama estaba rasgado, como si un individuo hubiera echo cortes con un cuchillo.

Avancé hasta la habitación de Steve. La cama lucía idéntica a la otra. No había más que la cama y un armario de madera. Me acerqué al ropero. Mis manos temblequeaban en la manilla. Hasta que decidí abrirlo. En éste se encontraban fotos de una mujer de mediana edad con el cabello oscuro y ojos grises. En una esquina había fotografías de las chicas asesinadas, tachadas con un rotulador rojo. Debajo descubrí una imagen muy curiosa, decía:

Ella no está, ellas no están, ella estará, yo mataré

Las palabras estaban encima de una imagen de manchas de sangre en el suelo. Era aterrador y abrumador. No le veía el sentido. Comencé a analizar las palabras. De repente escuché en estruendo en la cocina, del otro lado de la casa. Salté ante el ruido. Por instinto me oculté detrás de la pared enfrente. Saqué mi arma. Sosteniéndola fuerte y firmemente. Mi dedo índice colocado en el gatillo.

—Sé que estás ahí —dijo una voz masculina—, no tienes por qué ocultarte, te siento temblando detrás de esa pared.

Me estremecí.

—¿Qué viniste a hacer? —preguntó, su voz acercándose. Él se acercaba—. No me digas —rió—, viniste por la misma razón que los otros vinieron y fallaron.

Sus pasos se oían muy cerca. Visualicé su sombra por la entrada del dormitorio. Mis pies avanzaron centímetros, indeciso. Si lo enfrentaba, me descubriría, o peor aún. Me mataría. Si no lo hacía, de igual forma entraría en la habitación. Comencé a transpirar. Mi corazón latía demasiado rápido.

—Puedo oír tu respiración —dijo, haciendo que me estremeciera más—, siento tu miedo.

—¿Eres un perro o qué? —dije, saliendo del cuarto y apuntando a la nada.

Apunté a todos lados, esperando que aparezca. Al último instante, sentí una punzada en el cuello.


El Recuerdo de Steve O'Donell [TERMINADA Y EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora