1.- Atenea.

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¿ Cuánto tiempo había pasado desde la última guerra santa?

Muchas vidas se perdieron en esos momentos, Athena sintió tanto dolor, el mismo que experimentaba en cada reencarnación cuando veía el arrojo de sus guerreros en batalla. Sin embargo Zeus, una reunión en el olimpo dictaminó que aquellas luchas finalizaran y que Athena solo reencarnara cada siglo para solamente velar por el bien de la humanidad.

Cuando el ciclo de Saori finalizó, Athena fue al olimpo a descansar por un siglo que en la tierra de los dioses eran días solamente, la diosa cuya alma estaba enlazada con la del caballero de pegaso desde la era del mito, no olvidó a cada uno de sus guerreros.

Monte Olimpo.

La tierra de los dioses cuyas moradas eran semejantes palacios de mármol iluminados por el sol bellamente decorados y adornados con majestuosas estatuas de marfil y oro representando a los dioses. Por todo el lugar habían flores y árboles cargados de ricas frutas que si un humano las consumía adquirían todos los conocimientos, inmortalidad entre varios dones más.

El padre de los dioses se hallaba en su trono observando la vida cotidiana de los seres humanos, pero lo que más veía era el santuario de su hija gobernado por el sabio patriarca el cual contaba con 130 años de vida, según sus cálculos el anciano pronosticaba que la diosa bajaría a la tierra en un par de años y para eso tenía que buscar a los portadores de las sagradas armaduras doradas.

—parece que tu hija está ansiosa por estar a lado de esos humanos—comentó Hera apareciendo a su lado.

Zeus iba a responder pero la voz de Athena que en la morada de los dioses era Atenea, interumpió sus pensamientos.

—! Padre mío Zeus!

—mi hija favorita ¿ qué te aflije?

Ella se acercó con su vestido moviéndose grácilmente, sus cabellos castaños peinados hacia atrás y en una de sus manos el casco característico de ella y sus ojos grises que simulaban una tormenta, su aspecto era diferente en el olimpo.Como todas la diosas era hermosa, tanto que por siglos millares de héroes, reyes y dioses de otros panteones quisieron tenerla, más ella había hecho un voto de castidad tal como Hestia y Artemisa. Sólo Pegaso fue el único humano que ella consideró lo más cercano a un amigo amado.

—mis guerreros—dijo la diosa de ojos de lechuza posando su mirada a las constelaciones—sus almas....

La última generación fue encerrada en un monolito luego del juicio de los dioses en el cual ella no participó considerándolo injusto, ni las dulces melodías de las musas pudieron calmar la aflicción que sintió por un tiempo, ni las bellas túnicas que tejieron sus doncellas en su templo simbolizando cada una de las guerras ganadas.

—nos desafiaron.

—ellos sólo protegían la paz—refutó.

Hera se retiró de ahí, ella al igual que los dioses que votaron por el castigo de los doce caballeros dorados no estaban de acuerdo en que aquellos mortales volvieran, pero era sabido que el señor del rayo cedería ante los deseos de Atenea aunque eso significara que el olimpo se dividiera en dos bandos.

—hija, tú sabes que ellos hicieron lo que los mortales comunes y corrientes no harían.... así que es hora de que busques otros guerreros y comiences una nueva generación.

—nunca, ellos me han acompañado desde la era del mito, no voy a dejarlos por toda la eternidad ahí.

—voy a pensarlo.

Atenea pareció aliviada, si su padre decía aquello ella tenía la posibilidad de tener a sus guerreros, más Memoside diosa de la memoria le había advertido una vez que ellos debían beber las aguas del río Lete para borrar sus memorias y empezar de nuevo. Aparte según a palabras de la diosa de la memoria, ellos nacerían diferentes.

—esperaré tu respuesta.

Zeus no replicó a esas palabras, sólo se limitó asentir con la cabeza mientras continuaba el escrutinio al mundo mortal, Atenea se retiró de su presencia rumbo a su templo a esperar que se cumpla el plazo para su venida al mundo.

En el mismo la esperaba Hestia, diosa del fuego hogareño la cual se disculpó por invadir terreno sagrado, la diosa de la guerra restó importancia por que su mente en esos instantes sólo pensaba en sus guerreros cuyas almas encerradas en el monolito emitían quejas lastimeras día y noche, deseando ser liberados de aquel castigo eterno con la muerte o con una nueva vida.

—¿ qué te trae por aquí Hestia?

Las pupilas rojizas de Hestia mostraban un poco de desasosiego, tristeza o nostalgia.

—sabia Atenea, hay algo que debo decirte.

—¿ qué sucede?

Por respuesta, la tomó de ambas manos desapareciendo del lugar para aparecer en las inmediaciones de un terreno, un antiguo emplazamiento de un monasterio que ella identificó como el sitio donde se hallaba el monolito, una fea sensación la recorrió de pies a cabeza aunque a pesar de que era una diosa, hija de un olímpico y una oceánide y tener siglos conviviendo con los humanos naciendo entre ellos y aprendiendo de ellos, sus sentimientos eran como ellos. Caminaron un largo trecho hasta llegar al sitio, aquella prisión de los caballeros estaba desbaratándose por una fuerza desconocida, una fuerza que identificaron como maligna.

Posó sus manos sobre la piedra, percibió el vibrar de sus almas que pedían su liberación, la piedra estaba fría más fría que un iceberg, por lo que Hestia aportó un poco de calor mientras trataba de encontrar el cosmo de aquel o aquella que pretendía desestabilizar la aparente paz existente.

Mientras esto sucedía, en el santuario, el anciano Sumo Pontífice se dirigía a la estatua de Athena ya que notó la presencia de la diosa en la tierra.

—mi señora... ¿ qué sucede?—preguntó a la estatua.

Ella no respondió, la respuesta llegaría cuando los demás dioses manifestaran su incomodidad en una asamblea que se llevaría a cabo próximamente....

Selkis: Señora de los Escorpiones.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora