Prólogo

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Sintió el movimiento del asiento trasero del jeep, debía apresurarse, la chica estaba por despertar y él no quería enfrentarse a lo que se avecinaba tan pronto.

Otro cruce a la derecha. Otro cruce y estaría en la guarida. Allí resolvería el embrollo en el que se acababa de meter. No sólo el negocio con los "amarillo" se había caído, sino que adicional a eso apareció esa mocosa de la nada y quedó en medio del fuego cruzado.

Posó su mano sobre su brazo herido, esta sería una nueva cicatriz que no sabría cómo explicar a su viejo.

-Maldición- escupió, golpeando con furia el volante.

Mucho dinero perdido y un gran problema en sus hombros. Y para completar las cosas "El Gran Rayo" debía de estar hecho una furia.

Por fin la curva a la derecha.

El camino se fue volviendo más desolado a medida que se internaba en la carretera y, al poco tiempo, fueron apareciendo las casas deterioradas de los habitantes del barrio. Al menos ya había pasado la zona vigilada por los federales.

Divisó a lo lejos la casa abandonada y se permitió sentir un poco de alivio. Estacionó el jeep detrás de la casa, para luego bajarse y dirigirse a la puerta trasera del vehículo.

Suspiró al verla. Una pequeña chica de piel pálida y corto cabello azul reposaba en el asiento con una expresión de sufrimiento en su rostro y sangre manando de una herida de bala en la pierna derecha, el torniquete improvisado que le aplicó no duró tanto como él esperaba.

Con cuidado –tanto como podía tenerlo un hombre tan tosco como él- tomó a la chica en brazos y la sacó del jeep.

La observó con el ceño fruncido durante unos segundos y luego, soltando otro suspiro de resignación, emprendió su camino hacia el interior de la casa. Cerró la puerta a sus espaldas con el pie y caminó hasta el centro de la habitación, que se suponía debía ser la sala de estar de la residencia. Colocó a la chica en el único mueble que estaba allí, para luego agacharse e introducir los dedos en una pequeña abertura que había entre los listones de madera del piso. Sin mucho esfuerzo alzó un pedazo entero del suelo, que resultó ser una puerta a un sótano secreto, al cual se bajaba a través de unas estrechas escaleras.

Tomó de nuevo a la chica, colocándola esta vez sobre su hombro derecho, cargando con ella como si de un costal se tratara, y procedió a bajar las escaleras, dejando caer la puerta, ocultando de nuevo la entrada al sótano.

No había ningún tipo de iluminación en el largo pasillo que conducía a la habitación a la que se dirigía, sin embargo él ya conocía el camino perfectamente, no necesitaba nada de eso.

Y allí estaba, al final del pasillo y dentro de la habitación, sentado en la cabecera de la mesa, el líder de la pandilla, un rubio de metro noventa y con una cicatriz atravesando su ojo derecho.

-Hasta que al fin muestras tu jodida cara- dijo, con su voz profunda.

Lo observó con cara de poco amigos.

-Y esa... ¿Nueva amiga?

Los hombres que se encontraban ahí rieron estruendosamente.

-Púdrete, Laxus. Es una jodida perra que entró en el peor momento a escena- respondió de mala gana, colocando a la chica en un mueble que allí se encontraba.

Después procedió a sacar su arma de su funda, colocándola frente a su asiento correspondiente de la mesa y dejándose caer con pereza en la silla. Luego desenfundó su cuchillo y procedió a arrastrar la punta contra la madera, al igual que siempre lo hacía, sin importarle que Laxus lo estuviera asesinando con la mirada por esa actitud altanera.

-Deja de mírame como si tus ojos dispararan veneno y atiende a la mocosa- dijo, sin levantar la mirada de los cortes que le dejaba a la mesa-. Estaba agitándose de lo lindo hace un rato en el jeep, así que debe de estar por despertar- lo miró a los ojos-... y no queremos que arme un escándalo que termine llamando la atención de algún vecino- agregó y luego volvió a lo suyo.

-Maldito enfermo- escupió Laxus y luego se dirigió a los que se encontraban en la habitación:- Atención todos, quiero que el escuadrón DS, a excepción de este imbécil- lo señaló-, cubra todo el jodido perímetro en busca de señales de algún federal. No quiero que nos caigan encima si llegaron a seguir al cabeza de hojalata este por traerse a la perra entrometida.

Los aludidos -un chico de cabello rosa, uno rubio y un pelinegro- asintieron.

-El escuadrón R, busquen la manera de recuperar el trato con los "amarillos", necesitamos vender toda la jodida nieve que tenemos lo más pronto posible- los nombrados salieron inmediatamente de la habitación. Y Laxus agregó luego en un tono más neutral, dirigiendo su vista a la chica, quien se retorcía de dolor en el mueble-. Y busquen a mi mujer, díganle que la necesito aquí con todo el equipo de "balas". Denle la descripción de esta chica para que sepa que tanto necesita y también que me avise si tenemos que comprar algo más.

Todos los hombres que quedaban salieron de la habitación apenas su líder terminó de dar la última orden, quedando Laxus solo con la chica y el hombre que la había traído.

Suspiró pesadamente y pasó una mano por su rostro. No quería tener que enfrentarse al hombre que estaba aún sentado en su puesto, astillando la madera de la mesa de manera distraída. Pero debía hacerlo, era su trabajo como el jefe de todo el maldito Black Road Club.

-Ahora- dijo, acercándose a un gabinete ubicado a la derecha de la cabecera de la mesa y sacando dos vasos de cristal y una botella de ron. Sirvió el líquido en los vasos y le entregó uno al otro chico, quien lo bebió de una sola calada. Laxus ni se inmutó y continuó:- ¿Me puedes explicar que carajos pasó? ¿Cómo se jodió el trato con los amarillos? ¿Qué mierda fue lo que salió mal? ¿Y de dónde coño salió la jodida perra?

Él iba a contestar, pero fue interrumpido por la rápida entrada de una hermosa chica de largo cabello blanco, piel cenicienta y profundos ojos azules.

-¿Es esta la chica herida?- preguntó ella, yendo directamente al mueble donde reposaba la herida.

-Así es, Mirajane. Tiene una herida de bala en la... ¿Pierna derecha?- interrogó viendo al hombre.

Este asintió distraídamente.

-Tuve que hacerle un vendaje improvisado con la bandana que traía en mi cabello- señaló su cabeza.

Mirajane retiró la bandana, arrojándola a los pies de su dueño, y luego comenzó a limpiar con delicadeza la pierna de la chica. Hizo una mueca de dolor en cuanto vio el estado de la herida, esta se encontraba extremadamente roja con el centro amarillento y estaba caliente al contacto, era obvio que se había infectado.

-¿Hace cuánto se hizo la herida?- preguntó Mirajane, sin quitar la mirada de la herida.

-Hace unas 7 u 8 horas. Detuve el sangrado lo más que pude, pero hace una media hora aproximadamente comenzó a manar de nuevo, por eso salí de donde me escondía y vine como un maldito torpedo hasta acá- respondió, esta vez alzando la mirada completamente serio.

-7 u 8 horas- repitió la albina-. Esto complica más las cosas... Laxus, amor...- lo llamó mientras garabateaba rápidamente sobre una libreta que llevaba en su maletín-, necesito que me consigas todo esto lo más pronto posible- arrancó el papel y lo extendió hacia él-. La llevaré al hospital para comenzar a tratarla.

Y dicho esto tomó a la chica en sus brazos, la cual se encontraba cada vez más pálida y tenía los labios azules.

Los dos hombres la observaron salir de la habitación.

-Es fuerte ¿no?- comentó.

-¿Mirajane? Sí, extremadamente fuerte e independiente- respondió Laxus-. Tanto que a veces da miedo.

Volvió a sentarse en la cabecera de la mesa y dijo:

-Bien, Gajeel, ahora sí, cuéntame que fue lo que sucedió.


Metal Road- Black Road Saga >> GaLeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora