Fin de curso ¡Al fin!. Tendré todo el verano para hacer lo que me plazca: salir con mis amigos, ir a la piscina, conocer gente interesante... Y estudiar matemáticas. Esto último es lo que me estropea un poco todo pero qué se le va a hacer, no soy buena en mates y nunca lo seré.
¿A quién pretendo engañar? A diferencia de todas las personas del mundo, yo odio las vacaciones. Es una época en la que no veo a mis amigos en mucho tiempo, mi madre y yo nos vamos al pueblo donde ella nació. Antes era divertido, las primeras veces era genial, todo era nuevo para mí.
Allí contamos con una casa para mi madre y para mí solas, algo que no pasa en mi casa de la ciudad, vivimos con mis abuelos paternos. Son buenas personas que amo incondicionalmente pero la convivencia es complicada. Volviendo a la casa del pueblo, justo debajo, hay un kiosco, qué niño no quiere un kiosco al lado de casa. Para llegar a la playa sólo hace falta atravesar un pequeño parque lleno de ardillas y flores de muchos colores. La mayoría de las noches salimos a cenar fuera. Y la noche de San Juan es simplemente especial y verdaderamente mágica.
Pero repetir lo mismo año tras año hace que pierda esa chispa. Siempre es igual, visitamos a mis abuelos maternos, me dicen cuanto he crecido. Voy al kiosko compro el pan y algunas de las gominolas duras de siempre. El parque para llegar a la playa se me hace eterno y al llegar a la playa, nada, todo igual, como siempre. Las cenas afuera se sienten como una aburrida condena y la noche de San Juan me parece un truco de magia que ya he descubierto.
Llega el día de partir, mi madre ya sabe que he perdido la ilusión de este viaje pero sigue intentando reavivar mi interés. En el camino hablamos de todo un poco, escuchamos algo de música y formulamos hipótesis sobre lo que nos podría ocurrir en estos meses, a cuál más disparatada.
- Dani, ¿te imaginas que el pueblo se ha llenado de rascacielos?
- Mamá, eso sería imposible, las señoras que se asoman a la ventana para curiosear, no escucharían nada.
- Se comprarían los bajos y los últimos pisos estarían tirados de precio.
- Las ardillas colapsarían intentando comprender cómo se agarrarse a "árboles tan grandes".Al llegar al pueblo fuimos directamente a soltar las maletas, a medio día nos iríamos a comer a casa de mis abuelos pero antes decidimos ir a la playa y andar un poco. Al llegar vimos algo extraño, no había tanta gente como los demás años, pero no le hicimos mucho caso, quizás aún era pronto y en algunos días el pueblo se llenara, algo que no sería tan raro.
En la playa vi la silueta de un chico que me llamó la atención, él no paraba de mirarme, en cambio yo no lo pude distinguir muy bien por culpa de encontrarse situado a contraluz. Puede que él también sea de otro lugar, no le quise dar más importancia.
***
Al llegar a casa, empecé a sacar las cosas de la maleta y a guardarlas en sus respectivos sitios, cuando quise guardar la maleta debajo de la cama escuché algo chocar contra la pared. Al principio creí que era el móvil, así que fui corriendo e intenté cogerlo, no quería perder definitivamente el contacto con mis amigos. Además, estaba contándole a Erika lo del chico de la playa. Pero, no era el móvil, era una pequeña cajita que no recordaba haber visto antes. Quise cogerla, pero no me llegaba el brazo, la cama está pegada a la pared. Cuando lo rozaba con las puntas de los dedos mi madre vino.
-Dani, ¿qué te queda?. Los abuelos han llamado ya varias veces.
-Ya voy mamá, sólo quería...
-Vamos no tardes.
Fuera lo que fuese supongo que podría esperar. Cogí el bolso, el móvil y me fui, mi madre ya me estaba riñendo.
***
Cuando llegamos a casa de mis abuelos comenzaron a preguntarme lo mismo de todos los años.
-Daniela, estás más delgada, ¿tu madre te alimenta bien?.
-Lola, deja a la chiquilla, no es culpa de su madre, es de los "supermercaos" que nada más que venden cosas artificiales. Además es que se estará poniendo guapetona para algún chaval.
-¡Daniela! "cuidaico" con los niños, que son muy malos.
-¿Tienes ya algún noviecillo?.-Insistió mi abuelo.
-No, abuelo, no tengo ningún noviecillo. Y abuela, no te preocupes, que los niños no se me acercan, si acaso son moscardones y a esos los alejo pronto.-Añadí triunfante y algo desilusionada.
-Esa es mi niña, has salido a tu abuela.
-Pues mamá, pocos moscardones alejaste, porque te casaste con el peor. -Añadió mi madre.
Entre risas empezamos a comer, al fin y al cabo todo seguía igual. Después de comer me salí a la terraza, allí daba el sol y mi abuela ya me había puesto una toalla para que lo tomara. En busca de protección solar encontré en mi bolso una caja igualita a la de mi cuarto. Pero era imposible, no la pude coger. Quizás era otra caja o alguna sorpresa de mis abuelos.
Al abrir la caja, no encontré nada. Quizás sólo fuera una broma. Bajé para preguntarles pero ellos estaban hablando con mi madre de sucesos extraños en el pueblo.
-Laura, llévate a Daniela, este año están ocurriendo cosas muy raras. La gente desaparece con la caída del sol. La policía está investigando pero aún no se sabe nada.
-Pero mamá acabamos de llegar.
-Laurita, hija, hazle caso a tu madre. No queremos que ni a ti ni a Daniela os pase nada.
-Pero vosotros qué.
-Nosotros ya somos mayores, si nos pasa algo, daría igual. Además, tengo a tu padre que me defiende.
-Yo os ayudaré en todo lo que pueda, antes me llevan a mí que a vosotros.
-Es que acaso ¿quieres dejar a tu hija también sin madre?. Cinco años han pasado ya del accidente, pero aún ni tú ni tu hija lo habéis superado.-Intervino mi abuelo.
-Pero, papá, sois la única familia de sangre que tengo.
¿Qué estaba pasando?. Quizás la monotonía de siempre no estaba tan mal al fin y al cabo.
Subí lo más rápido que pude a la terraza, no quería que mi madre supiese que había estado escuchando.