I

39 1 0
                                    

Lo primero que hago todos los días al levantarme es abrir la ventana que está al lado de mi cama. Si el sol ya ha salido, me levanto y me preparo, si no, regreso a dormir hasta que mi móvil suene. Si es mi jefa, me levanto, si no, sigo durmiendo.

Esa ha sido mi vida las últimas semanas como algunos dicen lo que rápido empieza rápido termina bueno ese es el caso al que me enfrento, pero ya les contare más al respecto.
Hoy la alarma no suena, pero estoy despierta y de alguna manera sé que ya ha amanecido. He perdido del contacto con el exterior desde hace una semana.

 Ese puñetero bloqueo sigue en mi mente, se va haciendo más grande, como si día a día se apilara bloque tras bloque, lo que hace que me sea cada vez más difícil derribarlo. No quiero salir ni ver nada. Si lo hago, sé que me distraeré viendo mil cosas y pensaré en todo menos en alguna idea interesante.

La inspiración me llega aquí, encerrada en cuatro paredes que me presionan a trabajar. Trabajar. Qué asco de término. Recuerdo cuando todo era divertido y me expresaba libremente, sin la necesidad de tener que escribir algo que me de algo a cambio, ahora todo lo que pienso al momento de escribir algo en el teclado es aquel molesto pensamiento de si le gustara a la gente lpo que escribo, cuando meses atrás no atravesaba siquiera mis pensamientos. Ahora tengo tres meses para entregar una novela que debí haber acabado hace cinco.

Oigo el sonido de los autos y abro los ojos. Reconocería el sonido de mi motor donde fuera, no la verdad no pero más vale ser precavidos al respecto. Me enderezo de un tirón y abro la ventana. Mi coche está siendo robado.
Tiro la sábana que me cubre y salgo corriendo del apartamento, bajo las escaleras a toda velocidad y chillo al ver que mi coche va a más de doscientos metros de distancia. Muero.

La gente me queda viendo y empiezan los murmullos. Estoy en pijama, descalza, despeinada y he sido asaltada, que buena manera de empezar el día. Corro de regreso al apartamento y cojo el teléfono. La policía me dice que rastrearán el coche y el seguro me promete el reembolso total de mi coche en cualquier tipo de circunstancias, pero en ese momento ni yo misma me creo lo que ha pasado...

Me sostengo la cabeza y me lanzo al suelo, decepcionada.
Llamo a Deniz, mi jefa, para contarle lo ocurrido. Ella no parece muy agraviada, se ha resignado a que nunca entregare ningún otro libro y ya ha de estar buscando su siguiente best-seller, me desea lo mejor con la mayor hipocresía posible.

No he llegado a trabajar desde hace una semana, y eso la ha cabreado un montón. Si no me ha echado es porque soy la principal fuente de ingresos de su editorial, hasta el momento. Mi último libro estuvo en la superventas en el New York Times durante cinco meses seguidos.

'Lo escribí hace dos años, en esos momentos en los cuáles escribes por que sientes la necesidad no por hacer dinero, pero Deniz asegura que ya es hora de que lance alguna otra obra. No le importa de qué sea, pero la quiere antes de que transcurran los cuatro meses, hasta ahora ya casi cinco.


Me doy una ducha después de desprenderme de todos mis males en el váter y me alisto para ir a trabajar. Cojo el autobús. Me dan miradas de molestia al pasar entre la gente y me siento al lado de un apestoso. Me pierdo en el camino y llego más tarde de lo que acostumbro. El portero ya ni me reconoce, todos me hacen mala cara. Vaya pero que agradables personas.
Voy directamente a la oficina de Deniz, quien está de espaldas en su gran silla giratoria de no sé cuantos miles viendo a través de su ventanal. Se gira y no muestra sorpresa. Niega con la cabeza y me extiende un documento. Es un ultimátum.

Si no presento una novela al cabo de cincuenta días contando hoy, seré descendida, no se si es bueno o malo así que me retiro sin decir nada. Las chismosas de la editorial; Bery, Pan y Jean, el trío del mal reirán a carcajadas al verme degradada. Son unas envidiosas.

PerfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora