III

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Estoy en su cama.
En SU cama, damas y caballeros, no he esperado ni los 3 días establecidos para lograr esto.

Luego de la exposición nos fuimos a cenar a un restaurante y adoré cuando pidió jugo en el momento que le ofrecieron whisky.

Estoy más sobria que nunca, y él parece nunca haber estado borracho en su vida. Y, aun así, estoy en su cama. Él está en el baño y yo estoy sin zapatos ni chaqueta sobre su cama.
La palabra ¨cama¨ me gusta cada vez más. Doy vueltas sobre el colchón buscando la postura correcta para esperarle. No puedo creer que esté a punto de hacer esto con un hombre que conocí hace dos días y que amenazó con demandarme, pero es que sólo imaginar que mi oportunidad no se va a repetir nunca hace que me aferre a estas almohadas como a mi propia vida. 

Aparte esto tal vez no llegue a más de una noche.

No sé si debería quitarme el vestido, aunque tal vez él quiera hacerlo. Suspiro tratando de averiguar si todavía puedo hacerlo y me quedo examinando la habitación. A mí sí me interesa cada detalle de este hombre, son como pequeños tesoros indescifrables.
Hay un pequeño pasillo muy angosto en la parte lateral derecha de la habitación, está oscuro y las paredes son de piedra. La luz del exterior me deja ver una habitación borrosa extremadamente tenebrosa. ¿Qué tendrá ahí?, me pregunto.

Me levanto de la cama y me inclino por la puerta para averiguar si Don Arquitecto sigue ocupado, y, al ver que no muestra señales de aparecerse, me echo a correr dentro de la habitación nuevamente para dar paso a mis instintos de curiosidad indetenibles y me filtro en el pasillo. Palpo las paredes buscando el interruptor, pero no hay más que piedra. Sé que es un entusiasta de la creación vertical, pero no creo que guarde material de construcción en su habitación.

Cuando el pasillo acaba y un salón extremadamente tibio me recibe, continúo en mi busca de luz eléctrica. Por suerte la encuentro y me llevo la mano al pecho con un jadeo ahogado. Es increíble.
Uno. Dos. Tres. Cinco. Siete. Nueve. Doce. Quince, tal vez más enormes estantes repletos de libros.

Son muy altos y de madera antigua y los libros se ven en todas las magnitudes habidas y por haber en este miserable mundo. Por un momento me siento en los territorios del Vaticano, pues esta parece la Biblioteca Vaticana. Hay decenas de sillones de todas formas y tamaños en la que se puede acomodarse para disfrutar de, no uno, sino millones de libros que parecen brotar como frutos en una cosecha de fresas en un pleno diciembre.
Doy un par de pasos hacia el frente sintiendo el cosquilleo de la alfombra antigua bajo mis pies. Parece una biblioteca alimentada desde hace más de cinco generaciones.

Me pregunto quién puede leer tanto. Yo, sin duda, pero esto es una exageración elevada al cubo, y eso que no soy una tipa de matemáticas. Es como mi propio paraíso personal.

Puedo imaginarme aquí, leyendo hasta que mis frágiles huesos sirvan de alimento para los seres que viven bajo tierra. Estoy atontada, incluso mareada. Quisiera tocar todos estos libros, pero algunos parecen tan antiguos que no quiero ni verlos por temor a desmoronarlos.
Hay una sección más actual. Es como si todos estuvieran ordenados por orden de fecha de publicación, y a su vez, por nombre, como si con solo verlos soy capaz de profanarlos.

Antigua, Medieval, Moderna, Contemporánea. Lírica, Dramática, Épica, Mitológica. Tanta prosa, tanto teatro, tanto de todo y yo me siento como un bicho en el parabrisas de una camión monster.

—Atractivo, ¿no le parece? —me pregunta la voz de Harry a mis espaldas.

Me toma por sorpresa y me paralizo. Me siento como un niño atrapado con las manos dentro del tarro de galletas prohibido.

—Es... fascinante —le contesto entrecortadamente.

—Son sus mejores amigos, o algo parecido, ¿no es así? —prosigue acercándose a mí.

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⏰ Última actualización: Feb 28, 2016 ⏰

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