Capítulo 3. La cruda realidad.

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Se despertó con el ruido sordo de la persiana levantándose. La luz de la calle le golpeó directamente en los ojos y apenas le permitía ver qué pasaba. Se restregó un poco los ojos con la mano y poco a poco se fueron acostumbrando a la luz.

— ¡Papá! ¿Qué haces? —dijo molesta.

— Levántate, tenemos que hablar. En cinco minutos te quiero en el salón. —Se levantó a disgusto pero su tono no daba lugar a reproche. Fue al baño a remojarse la cara para ver si se despejaba y se encaminó hacia el salón. Rafaela estaba sentada en uno de los sofás, con las piernas cruzadas y golpeando de manera insistente su pierna con la yema de los dedos. Félix estaba de pie junto a ella y con cara de pocos amigos.

— Siéntate. — le dijo; y sin vacilación le hizo caso. —Estamos cansados Alicia— Empezó. — Esto parece una guerra para ver quién puede más y tu madre y yo nos rendimos, no queremos seguir peleando. Entendemos que estás creciendo y experimentando cambios propios de tu edad, pero tu comportamiento hacia nosotros es intolerable. —Se quedó callado, mirándola, esperando que dijera algo, pero no supo que decir y tras unos segundos de incómodo silencio prosiguió. — ¿Te pasa algo? ¿tienes algún problema? Cuéntanoslo, te ayudaremos en lo que haga falta, ¡somos tus padres, no unos desconocidos que comparten piso contigo! —Esto último lo dijo con rabia, se le notaba en la cara que estaba sufriendo y Rafaela también. Se le encogió el corazón al pensar que ella era la causante de ese dolor.

— Lo siento. — Acertó a decir. ¿Pero de verdad lo sentía o lo decía para salir del paso?

— No vale con sentirlo. — Ahora era su madre la que hablaba.

— ¿Y qué queréis que haga? — Dirigió primero la mirada hacia uno y después hacia el otro. Ellos sí que habían cambiado; se habían convertido en unos carcas de mucho cuidado, pensaba. —No sé. Yo creo que me comporto como cualquier persona de mi edad, pero vosotros solo veis las cosas malas.

— ¿Y cuáles son las buenas Alicia? —Preguntó su madre. — Hace meses que apenas nos hablas y cuando lo haces es para gritarnos; tus notas han bajado; no sabemos con quién andas; porque sabemos que últimamente vas poco con Luca; sales hasta altas horas de la noche sin decirnos nada... ¿quieres qué siga? Porque la lista es larga. —Félix tiró del brazo de su mujer con delicadeza, que en ese momento se había levantado bruscamente para dejar patente que el comportamiento de Alicia la ponía nerviosa. Cuando terminó de hablar y notó la mano de su marido se tranquilizó y se dejó caer otra vez en el sofá.

Les vio frágiles, ahora que se fijaba bien, su madre había perdido peso y su padre tenía unas ojeras que reflejaban la de noches sin dormir que llevaba; y no una ni dos, tal vez semanas. Esa imagen hizo que le faltara el aire, se ahogaba y si no hubiera sido porque estaba sentada se hubiera dado de bruces contra el suelo. No podía ni mirarles a la cara, estaba avergonzada y lo peor de todo es que no sabía cómo hacérselo ver. Sin levantar la mirada del suelo pidió perdón por segunda vez y preguntó si podía marcharse a su habitación. Ambos asintieron con la cabeza y desapareció a través de la puerta.

Se metió en la cama y empezó a llorar. No era capaz de parar y entonces recordó algo que le hizo sonreír: ¡Pablo! Qué curioso era ese chico. Por un momento pensó en guardar todas las lágrimas en un frasco, llamarle y pedirle todos esos besos; pero al momento se dio cuenta de que no tenía su número, ni sabía dónde vivía; no podía localizarle. Es increíble cómo pueden cambiar las cosas de la noche a la mañana. Se acurrucó un poco más en la cama y cerró los ojos para recordar la noche anterior. Antes de llegar al metro se quedó dormida.

Alguien entró en su habitación y empezó a zarandearla. ¡Que manía les había entrado hoy a todos con no dejarle dormir!

— Alicia, despierta.

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⏰ Última actualización: Jan 23, 2016 ⏰

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