III.

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   —¿Por qué lo has hecho?
Linnéa le hizo la misma pregunta ayer, la repitió varias veces. Pero él no le contó la verdad. Es demasiado aterradora. Una locura. Incluso para un caso clínico como él.
—Ya te lo dije. Tenía ansiedad —responde intentando no desvelar la irritación en la voz, no provocar la discusión otra vez.
—Sé que hay algo más.
Elías duda.
—Vale —se rinde al fin en voz baja—. Te lo contaré. ¿Podemos quedar esta noche?
—Bueno.
—Saldré sin hacer ruido en cuanto se hayan dormido mis padres. Linnéa...
—Sí.
—¿Me odias?
—Lo que odio es que hagas esas preguntas tan estúpidas —responde ella irritada. Por fin. Esa es la Linnéa de siempre. Elías cuelga el móvil. Sonríe en medio de la galería. Aún hay esperanza. Mientras no lo odie, hay esperanza. Tiene que contárselo a Linnéa. Ella es su hermana en todo, menos de sangre. Y no tiene por qué pasar por aquello solo. En ese momento se apagan las luces. Elías se queda helado. Un resplandor débil se abre paso por las ventanas del fondo de la galería. En algún lugar, cerca de donde se encuentra, se cierra una puerta. Luego se extiende el silencio como un
manto. No hay por qué tener miedo, se dice, tratando de convencerse. Se encamina a la salida. Se obliga a caminar con paso lento, firme. A no ceder al pánico que comienza a crecer en su interior. Dobla la esquina por una hilera de taquillas. Hay alguien. El conserje. Elías solo lo ha visto un par de veces, pero es imposible de olvidar. Esos ojos grandes, de un azul hielo. Unos ojos que se le clavan como si pudiera entrever todos sus secretos.
Elías baja la vista cuando pasa por delante. Aún así, nota la mirada ardiéndole en la nuca. Las náuseas afloran a la boca del estómago. Es como si el pulso le latiera en la garganta con tal fuerza que le produce el cosquilleo típico de las arcadas. Elías aprieta el paso. Los últimos seis meses todo ha ido a mejor. Han pasado cosas en su interior y ha cambiado. La nueva psicóloga de psiquiatría infantil y juvenil no es una imbécil como la anterior, y, la verdad, parece que lo comprende un poco. Pero, sobre todo, tiene a Linnéa. Ella lo hace sentirse vivo, le ayuda a querer salir de esa oscuridad asfixiante pero familiar. De ahí que resulte tan difícil de entender que le esté ocurriendo esto ahora; ahora que por fin puede dormir más o menos por las noches, ahora que incluso es capaz de sentirse contento. Tres días antes vio cómo le cambiaba la cara en el espejo. Se le estiraba y se le desencajaba hasta lo irreconocible. Y comprendió que estaba volviéndose loco de verdad. Que oía voces y alucinaba como un chiflado. Y eso lo acojonaba.

El círculo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora