IV

111 0 0
                                    

Durante tres días, resistió la tentación de las cuchillas y de las sustancias de Jonte. Consiguió evitar los espejos. Pero ayer se vio en un escaparate, vio cómo le temblaba la cara, la vio extenderse como el agua. Y entonces llamó a Jonte. Se te irá de las manos. Un susurro extraño en la cabeza. Elías mira a su alrededor y se da cuenta de que ha vuelto a subir la espiral de la escalera y de nuevo se encuentra en la galería, delante del despacho de la directora. No sabe por qué ha ido allí. Las luces parpadean de pronto y se apagan. La puerta que da al rellano se desliza despacio a su espalda. Y antes de que termine de cerrarse, lo oye. El sonido blando de una suela de zapato en la espiral. Escóndete. Elías echa a correr por el pasillo en penumbra. Después de cada hilera de taquillas, teme que aparezca alguien o algo. Acaba de doblar una esquina cuando oye a lo lejos que se abre a su espalda la puerta del rellano. Los pasos se aproximan, lentos pero seguros. Elías alcanza la gran escalera de piedra que constituye la médula espinal del instituto. Corre escaleras arriba. Las piernas de Elías obedecen, suben los escalones de dos en dos. Una vez arriba, sigue corriendo por el estrecho pasillo hasta llegar a la puerta cerrada con llave que da al desván del instituto. Es un callejón sin salida, uno de los pocos lugares olvidados del edificio. Hay unos servicios que nadie usa. Linnéa y él suelen verse allí. Los pasos se acercan. Escóndete. Elías abre la puerta de los servicios y se cuela dentro. Cierra con cuidado e intenta respirar tan despacio como puede. Aguza el oído. El único sonido que se oye en el mundo entero es el de una moto que acelera para desaparecer en la lejanía. Elías pega la oreja a la puerta. No oye nada. Pero lo sabe. Hay alguien ahí. Al otro lado de la puerta. Elías. El susurro se oye más alto ahora, pero Elías está seguro de que solo existe en su cabeza. Ya está, me he vuelto loco, se dice. Y enseguida oye la voz: Sí, te has vuelto loco. Mira hacia la ventana, hacia el pálido azul del cielo que se ve fuera. Relucen blancos los azulejos. Hace frío allí dentro. Lo inunda una soledad inmensa. Date la vuelta. Elías no quiere, pero se vuelve lentamente. Es como si ya no tuviera poder sobre su propio cuerpo. Es esa voz la que lo gobierna, como si él fuera una marioneta de carne y hueso. Ahora se encuentra delante de los tres lavabos, cada uno con su espejo. Al ver aquella cara pálida allí reflejada, quiere cerrar los ojos, pero no puede. Quiebra ese cristal. El cuerpo de Elías obedece. Cierra el puño agarrando con fuerza la bolsa negra de tela y la hace ondear en el aire. El ruido resuena con un eco entre las paredes alicatadas cuando se quiebra el espejo. Cae roto en fragmentos grandes, que se vuelven a romper en pedazos más pequeños al estrellarse en el lavabo. Ha tenido que oírlo alguien, piensa Elías. Por favor, que lo haya oído alguien. Pero nadie acude. Está solo con la voz. 

El círculo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora